Hace poco, en un artículo del diario Clarín (http://www.clarin.com/sociedad/educacion-prioridad_0_1382261834.html) se revelaba una encuesta según la cual sólo 15% de la población piensa que, de los problemas fundamentales de la Argentina, la educación sea uno de ellos. En otros términos, los argentinos pensamos que ésa no es una tarea prioritaria para la agenda política que viene.
En nuestra situación cultural actual, hay muchos conceptos que resultan equívocamente comprendidos: algunos piensan que una cosa significa ‘x’ y al mismo tiempo otros indican que se trata de ‘y’. Esto ocurre ya no sólo respecto de conceptos de manifiesta controversia partidaria, tales como ‘política’ o ‘economía’, sino con algunos otros más básicos, como ‘educación’, ‘salud’ o ‘legalidad’. ¿Para qué nos vamos a engañar? No contamos con acuerdos culturales básicos. Macri tiene razón en subrayar que lo suyo, antes que tratarse de una batalla política, es una batalla cultural. Por supuesto, los kirchneristas piensan igual y en ésa estamos, camino a profundizar una arriesgada división socio-cultural, de naturaleza mucho más profunda que una mera controversia de índole económica o de gestión político-institucional. Ahora bien, si lo que nos interesa principalmente es que gane la Argentina, y no ya éste o aquel partido, deberíamos intentar ponernos de acuerdo siquiera en qué significan los conceptos básicos que nos incumben como comunidad política. Eso ocurre en cualquier país normal.
Con todo, respecto del resultado de la encuesta sobre el grado de interés por la educación, el problema más terrible es que, aun sin entrar en el debate acerca de su significado, lo que parece ser aceptado de forma casi unánime es la irrelevancia nacional, política y cultural de la educación. En suma, en el actual imaginario argentino, que la gente se eduque en los establecimientos normalmente destinados ad hoc, es algo de lo que acaso podría prescindirse sin ocasionar por ello mayor perturbación social. Las urgencias para nuestro desarrollo nacional -se piensa- son otras.
Además, puede que la gente piense que con todos los recursos que la década de gobierno kirchnerista ha invertido en ciencia y educación, sin embargo, las pruebas PISA nos dan cada vez peor. Desde luego, la investigación y la ciencia, ciertamente, han crecido de forma incontestable en la última década argentina. Ahora bien, la ciencia no está necesariamente ligada a la educación. De hecho, no todo investigador del Conicet es bien recibido en el ámbito de la enseñanza, ni siquiera, por más sorprendente que esto suene, en las universidades nacionales de nuestro país. En cualquier caso, la opinión de la mayoría revela una notable indiferencia al loable esfuerzo de las políticas públicas en materia educativa. ¿Cómo se explica este veredicto popular?
La respuesta es más sencilla de lo que parece. Que la educación no nos importe, no es raro, pues cuando no se tiene experiencia de algo, es imposible que se lo apetezca. A un niño de Finlandia difícilmente le entren ganas de pedir a su padre dulce de leche. Y esto, al padre ni le va ni le viene. Estamos en camino de que un niño argentino deje de tener ganas de pedirle cuadernos y lápices. Es preocupante que esto al padre le tenga sin cuidado.
Este relato, aun produciéndome desazón, no me escandaliza en lo más mínimo. Más aún, a punto de hundirme en la desesperanza, siento aflorar en mí un gozo de otro mundo cuando veo aparecer en escena a alguno de esos auténticos líderes sociales de mi propia tierra, hermano de mi propia nación, capaz de tirar sobre la mesa las dos o tres verdades que deberían estar en la cabeza de nuestros políticos y no están allí siquiera de manera confusa. El otro día sentí algo parecido cuando escuché a Facundo Manes, ese gran "cuadro" académico que nos honra no sólo con su inteligencia teórica sino -lo que me interesa destacar en este momento- por su inteligencia práctica. En una entrevista televisiva con Fantino (https://www.youtube.com/watch?v=WhNYeIIEEaE), Manes destacaba que la madre de todos nuestros avances como país es una educación de calidad. Todo lo demás estaría en condiciones normales de mejorar si contáramos con un plan a 20 ó 30 años de crecimiento en el ethos educativo, poner a disposición ideas innovadoras, creativas, posibles de ser encarnadas.
Por tanto, alguien como Manes no sólo sabe qué es la ciencia -el propio campo específico a cuyo cultivo está abocado- sino también qué es la educación. La educación es una experiencia de vida.
En el caso de la educación superior, 'vida universitaria'. Me temo que de ella se tiene poca noción en la Argentina o se tiene una noción distorsionada. Para empezar, la militancia política conspira contra ella y no hace falta abundar que en nuestro país la universidad está teñida de partidismo político. Por eso, para entender realmente a qué se está refiriendo Manes por 'educación', sería preciso mirar al modelo universitario del que extrajo dicha noción: el modelo inglés. En una nota dada el año pasado a la revista del diario La Nación (http://facundomanes.com/2014/03/03/facundo-manes-el-explorador-la-nacion-revista/), Manes relataba lo siguiente: "En Cambridge yo había visto el Instituto Cavendish (el de Newton, el de Hawking) y me había preguntado cómo era posible que en un lugar tan simple, entre cuatro paredes, se hubiera transformado la física del mundo. Volví con la frase de mi tutor en la cabeza: "Para hacer un buen lugar para la física se necesitan cuatro paredes y buenos físicos adentro".
Quien ha sabido expresar quizá del mejor modo en qué consiste esa concepción educativa inglesa, es John Henry Newman en sus discursos titulados The Idea of a University, de 1852. Allí aduce que la educación universitaria es una forma de vida liberal o desinteresada, ya que no está esencialmente establecida para beneficiar al hombre: no está para consolarlo ni para enriquecerlo, ni moral ni materialmente.
Que este duro y recio modo de vida nos importe un bledo, es porque todavía no hemos sido capaces de descubrir su singular atractivo; o, lo que es la otra cara de la misma moneda, si nos parece un lujo es porque todavía no hemos probado su normalidad.