Antigua capital del Japón imperial, Kioto conserva hasta nuestros días su elegancia y tradición, legado del período en que la ciudad se forjó. Durante unos días nos internamos en sus calles, sus templos y sus jardines para intentar conocer y descubrir esta misteriosa joya nipona.
A cada paso, Kioto exhibe algún tesoro por descubrir y es imposible marcharse sin unas imperiosas ganas de querer volver. Con 200 jardines catalogados, más de 1.600 templos budistas, 300 templos sintoístas, decenas de museos y villas imperiales, Kioto es de aquellas ciudades que avasallan al visitante con sus atractivos inabarcables. Pero no hay que preocuparse: en esta nota te presentamos sus imprescindibles.
1. Kinkakuji
Ubicado al norte de la ciudad, el Kinkakuji -o Pabellón de Oro- que fuera construido en 1397 como lugar de descanso del shogun Ashikaga Yoshimitsu es una de las estampas más emblemáticas de Kioto. Sin embargo, tras la muerte del shogun -y hasta nuestros días- el espacio se convertiría en un templo zen que conserva parte de las reliquias de Buda.
Aquí, hasta el viajero más despistado no tardará en darse cuenta a qué responde el nombre de este pabellón y es que las paredes del templo están recubiertas de pan de oro. En él la arquitectura japonesa y china conviven en armonía y el resultado es simplemente, imponente.
El estanque Kyoko-chi -en español Espejo de Agua- da la bienvenida a los visitantes. El reflejo del templo en él no hace más que multiplicar el extraordinario paisaje. La incomparable belleza de esta postal la ha convertido no sólo en uno de los íconos de Kioto sino también en el escenario de incontables fotografías que los visitantes toman a modo de souvenir.
El recorrido continúa por los jardines del templo que conservan el actual diseño desde el siglo XIV y que son un exquisito exponente del estilo nipón.
Aquí, la paleta de ocres y rojizos que impera durante los meses de otoño y el florecimiento de los cerezos durante la primavera, suelen hacer de ese período del año el tiempo preferido de los visitantes, pero lo cierto es que el Pabellón de Oro conserva su atractivo en cualquier momento del año.
Entrada: 400 yenes
2. Gion y sus geishas
El barrio de Gion es perfecto para sumergirse en la faceta más tradicional de Kioto, una que nos lleva décadas hacia atrás en el tiempo. El plan es descubrir sus pintorescos callejones, hacer una pausa en alguna de sus casas de té, tentarse con alguno de los dulces autóctonos y empaparnos con el espíritu nipón que impera en cada rincón.
Si Kioto se jacta de concentrar el mayor número de geishas de Japón, Gion se ufana de ser el barrio en que se las puede encontrar caminando, ya sea a ellas o a sus maikos, que es el nombre que reciben las aprendices de geishas.
Cuando cae la tarde, de camino a sus espectáculos y actividades sociales, es común divisarlas envueltas en sus elegantes kimonos y acicaladas con su particular maquillaje. Para el viajero es imposible no encandilarse y quedar preso de la contemplación. Aunque la tradición dicta que las geishas no pueden ser fotografiadas, cuando se está frente a una ellas, intentar inmortalizarla resulta casi un reflejo.
3. El Pabellón de Plata
Ginkakuji es el nombre en japonés de este templo que -en español- significa Pabellón de Plata. Sin embargo, a diferencia del Kinkakuji y quizás para despistar a los visitantes, éste no está recubierto del metal que su nombre indica.
Se dice que el shogun Ashikaga Yoshimasa, con ánimos de emular la belleza del Pabellón de Oro que su abuelo había construido años atrás, erigiría en 1474 el Ginkakuji que, tras su muerte, se transformaría en un templo budista zen.
Hoy el Pabellón de Plata es otro paso obligado cuando se visita Kioto y aunque éste no puede visitarse por dentro, el recorrido por el jardín japonés que sirve de escenario al Pabellón, es un delicioso paseo donde poder admirar el equilibrio tan propio de estos espacios verdes.
Lo ideal es caminar con calma para poder prestar atención a cada detalle. Además, y como epílogo de una caminata perfecta, el Ginkakuji se encuentra a los pies de la montaña de Kioto lo que supone unas excelentes vistas de la ciudad. ¿Un consejo? Acudir al atardecer, el momento perfecto para disfrutar de este entorno.
Entrada: 500 yenes
4. Ceremonia del té
La ciudad de Kioto es el contexto perfecto para conocer una tradición que ha acompañado al pueblo nipón desde hace siglos. El camino del té -como también se lo conoce- no sólo es un ritual donde el anfitrión agasaja con matcha a sus invitados, sino que en este proceso se condensa gran parte de la esencia japonesa.
Así, para el visitante, acudir a un sado, nombre que recibe este complejo ritual en japonés, es la oportunidad de acercarse a esta cultura milenaria y poder entender cómo la tradición y el zen se impregnan en aspectos que, para la mirada extranjera, pueden resultar insignificantes o superfluos y sin embargo, aquí tienen profundos significados.
Hoy, diferentes escuelas intentan iniciar a los viajeros en este fino arte, cuyas enseñanzas exceden a la mera preparación de esta bebida y abordan temas tan diversos como el arte, la flora, la poesía o la artesanía. De lo que se trata es de vivir un momento único; asistir a una ceremonia del té en Kioto, sin lugar a dudas lo es.
5. Fushimi Inira Taisha
El sintoísmo es la religión con más adeptos en Japón y en ella el torii -nombre del arco rojo que suele encontrarse en la puerta de sus templos- simboliza el paso de un lugar profano a uno sagrado. Sin embargo, en los santuarios dedicados al dios del arroz Inari -asociado en nuestros días, ya no tanto con las cosechas sino a los negocios- los torii son donados por los comerciantes como forma de pedir prosperidad económica.
Eso explica los miles de arcos rojos que confluyen en el templo de Fushimi Inari Taisha de Kioto que conforman, prácticamente, un túnel colorado que trepa por la montaña y por el cual, tanto fieles como visitantes, se adentran cada día. El recorrido supone un esfuerzo físico -son aproximadamente 4 escalonados kilómetros- aunque la belleza de la postal que se renueva con cada paso es la mejor recompensa.
En domingos o fechas festivas, la calle que conduce al templo se llena de puestos callejeros de comida, donde se pueden probar platos muy bien elaborados de la cocina japonesa tradicional a excelentes precios.
Más atractivos
Como le advertimos al lector, los atractivos de Kioto son infinitos. Su Palacio Imperial se encuentra abierto al público y se realizan visitas guiadas mientras que el Castillo Nijo, declarado en 1994 como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, es otra delicia para recorrer. En ellos -una vez más- a la arquitectura propia del país se suman sus jardines, siempre impregnados por la atractiva historia que se ha forjado en su interior.
El callejón Pontocho, paralelo al río, es ideal para acudir a cenar con sus tradicionales lámparas de papel que dan la bienvenida a los diferentes lugares.
Aquí la oferta es variada y abarca desde lujosos restaurantes hasta cantinas japonesas, pasando por tradicionales bares. Los alrededores conforman también una animada zona donde salir de copas. Mientras, los alrededores de la Estación Central muestran el costado más moderno de la inmortal Kioto.