Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
En el Agasajo Vendimial bodeguero del sábado 4, Enrique Vaquié parecía el hombre que está solo y espera. El año pasado, en ese mismo día y ese mismo ámbito, fue el encargado de hablar por el gobierno y entonces dio el mejor discurso de todos los pronunciados, de lejos, exponiendo un proyecto provincial estratégico de gran envergadura. Este año tenía expectativas similares. En un bolsillo de su traje había guardado el papel con los apuntes de su alocución. Y se sentía muy confiado en producir un efecto positivo similar o mayor al de hace un año. Pero no sabía si el Gobernador lo convocaría. “Ustedes saben como es Cornejo - decía-, siempre espera hasta último momento para tomar las decisiones”.
Dicho y hecho, la comitiva política principal llegó al rato, se sentaron en una especie de círculo del poder y se olvidaron hasta de la existencia de Vaquié. Debe haber sido ese el momento en que el superministro de Economía, Infraestructura y Energía decidió irse del gobierno provincial para probar suerte en el nacional. Luego de varias ofertas rechazadas, le dijo sí a la vicepresidencia del Banco Nación. Un cargo prestigioso, que quizá pueda ayudar a Mendoza, pero políticamente irrelevante para las sinceras ambiciones políticas que ya desde el gobierno de Roberto Iglesias poseía Vaquié.
Es que en el ambiente reeleccionista que el oficialismo impuso este nuevo año en Mendoza, las esperanzas de Vaquié de aspirar a la gobernación se desvanecían. Allí se colocaba Cornejo para 2019, o en su defecto su delfín Kerchner. Y para el turno posterior ya se estaba preparando el hijo político de Cornejo, el intendente de Godoy Cruz, Tadeo García Zalazar. Y tantos otros hijos, por lo que si las cosas le fueran bien al radicalismo, Vaquié llegaría antes a la jubilación que a la gobernación.
Además, el “superministro” sabía lo que pocos sabían. Que eso de superministro era un premio consuelo. Que el verdadero superministro del primer año de Cornejo había sido el de Hacienda, Martín Kerchner, por cuyas manos pasaba prácticamente todo. Menos, quizá, lo que estaba en manos de Vaquié, pero esas eran las cuestiones de largo plazo en un tiempo en que Cornejo se ocupó casi exclusivamente de las de corto plazo.
Además, Vaquié era parte o al menos había sido candidato del establishment radical, esos que siempre consideraron a Cornejo como “Cornejito” y a los que éste venció arremangándose los pantalones y recorriendo el territorio por lo bajo para apropiarse de todo radical relegado. Si bien, de todos los radicales de saco y corbata el más querido por Cornejo era Vaquié, éste intuía que el estilo del Gobernador jamás le permitiría nombrarlo su heredero. Sus marcas de origen eran muy diferentes, y eso entre radichetas cuenta mucho. Y más con la dinámica concentradora de poder que tiene naturalmente Cornejo, incrementada ahora por mil debido a la necesidad de obtener su reelección.
De modo que, con la partida de Vaquié, el verdadero superministro del primer año de Cornejo, Martín Kerchner, se queda con otro superministerio, porque sigue influyendo fuertemente en Hacienda y le suma todo lo de Vaquié. Como si en la nueva estructura del poder, Kerchner fuera un jefe de gabinete o primer ministro con tarea delegadas de jefe de gobierno, mientras que Cornejo se pusiera a nivel de jefe de Estado, una especie de monarca republicano y popular que se reserva el monopolio exclusivo para hacer y definir políticas, mientras que todos los demás, ministros, intendentes, aliados e incluso la oposición, marchan a su compás.
Ya le quedan pocos obstáculos, si es que le queda alguno, para detentar el poder real total. El establishment está de capa caída. Ernesto Sanz sólo mira a Buenos Aires, donde es la figurita más buscada, mientras que acá cuenta poco y nada. Los sindicatos pierden batalla tras batalla o se rinden lo más dignamente posible. Julio Cobos se reserva para tiempos más afines a su posmacrismo crítico y su dama en el gobierno, la vicegobernadora Laura Montero, está neutralizada: le dicen a todo que sí pero no le llevan el apunte en nada.
Alguno que otro intendente que no quería la reelección, como el de Guaymallén, Marcelino Iglesias, al final decidió ponerse a favor. El propio Vaquié se fue deseando la reelección del postulante. Quizá queda como último resistente, el intendente del Pro, Omar de Marchi, pero expresando su disidencia con ambigüedad, como por ahora lo hace el PD. Mientras que la gente de Elisa Carrió sí se opone, pero su poder es escasísimo en la coalición oficial. Incluso dentro de la oposición justicialista, más de un intendente comprometió -claro que en off- el apoyo al anhelo de Cornejo.
La mayoría de la Suprema Corte de Justicia provincial quiere ponerle un coto a lo que supone un poder excesivo, del cual hoy quizá Cornejo no abuse pero que, según los supremos, es potencialmente peligroso, más allá de la voluntad de las personas, en una provincia donde las instituciones son la gran resistencia contra todo tipo de caudillismo. Pero frente a ellos Cornejo está armando una estructura judicial afín muy fuerte, que si bien no son sus subordinados políticos, sí le responden en sus concepciones jurídicas y de seguridad.
Como José Valerio, el nuevo ministro de la Corte, el procurador general Alejandro Gullé y la recién nombrada defensora general, Mariana Silvestri, una mujer joven muy respetada y querida en ámbitos judiciales. Así, con ese estilo tan peculiar, Cornejo tiene ahora un jefe de fiscales y una jefa de defensores oficiales. O sea, divide en dos, desconcentra funcionalmente, pero políticamente acumula más poder para sí mismo. Del mismo modo en que a un superministro le da otro superministerio
En cada una de las decisiones que toma, concentra poder. Lo está haciendo en todos lados, hasta ahora con singular éxito. Lo cual en principio no es ni bueno ni malo. Si gasta mucho de ese poder para sacar a Mendoza del parate de cuanto menos la última década y usa poco de ese poder para cuestiones personales como su reelección, quizá este supergobernador junto a su superministro y sus otros muchos apoyos, pueda hacerle un gran bien a Mendoza. Pero si ocurre al revés, seguiremos en problemas. Y hasta quizá se agreguen problemas nuevos.