El teléfono suena impertinente rompiendo la armonía del atelier de techos altos y por el que se cuela el tibio sol de la tarde, que no alcanza a calentar, pero trae nostalgias.
Hace frío en las afueras de París, pero los recuerdos de infancia, los de provincia, son suficientes, siempre lo han sido, para hacerle frente al invierno y al olvido. Entonces, la pregunta de Los Andes se volvió obvia: ¿tiene ganas de volver a Mendoza?
–Me gustaría mucho. Lo ideal para mí sería que la gente, viendo una exposición consecuente, importante e interesante de mi trabajo, diga: 'han tenido razón en ponerle el nombre de este muchacho al centro porque lo que hace nos gusta y es interesante…' A mí me gustaría mucho porque sería una manera de que las generaciones actuales hagan la abrevación o asociación del nombre del centro cultural con obras que estarían expuestas ahí, dando una visión más amplia y completa de mi trabajo.
Esta frase, llena de humildad, es el sello de un Julio Le Parc auténtico y que refleja la personalidad de un artista, que a los 85 años, está viviendo uno de sus mejores momentos.
Además de darle el nombre al espacio cultural de Guaymallén, ha sido protagonista de las exposiciones de arte más importantes del mundo y a principios de año, eclipsó la capital francesa con una impresionante muestra en el Palais de Tokyo que reunió a más de 170 mil asistentes. Según estadísticas, la muestra del mendocino atrajo más interés que la de Salvador Dalí en el Centro Pompidou, que se había hecho algunos días antes.
El dato que nos llena de orgullo como mendocinos, también sorprende al protagonista. "Estoy sorprendido y contento. Nunca estuve apurado por tener reconocimiento o éxito. Lógicamente, me gusta tener la ocasión de mostrar las obras y que tanto público tuviera acceso a mi producción, sobre todo si estaba presentada en tan buenas condiciones como fue en París, o en Río, a través de la Fundación Daros, o en la galería Roesler de San Pablo (Brasil)".
Los que no conocen la obra de Le Parc, ni tienen registrado su legado, se sorprenden al confirmar que muchas de las obras que los impactan se hicieron hace 40 o 50 años atrás. Se genera una relación mágica que el artista mendocino define así: "Me gusta porque veo que producciones de los años 60 siguen teniendo un recibimiento muy parecido. Eso significa que el conjunto de las obras presentadas tiene una coherencia y están puestas de tal manera, que con el recorrido adecuado, crean en el espectador una situación nueva. No es solamente la suma de cada de una de las obras presentadas, sino que el conjunto se transforma en una obra más".
Con una lucidez envidiable, Julio aseguró que no quiere quedar encasillado en ninguna clasificación, ni que se lo mencione como el padre de alguna de ellas. "En realidad, nunca pretendí estar dentro de un movimiento, y menos todavía ser el padre de algo que para mí es una clasificación artificial. Sí, he usado el movimiento y la luz, pero quedarme enmarcado en una clasificación artificial nunca me interesó".
Entonces, advirtió que tiene ganas de seguir experimentando y buscando esas sensaciones que le permitan al espectador verse atrapado o involucrado en su producción. En pocas palabras, quiere seguir "tocando" a quienes miren sus obras.
"Eso no ha variado. Hay diferentes situaciones y experiencias que se van sucediendo y por mi manera de trabajar, sigo desarrollando continuamente una actitud de búsqueda y experimentación. Lógicamente que en ese desarrollo quedan cosas pendientes que pueden ser retomadas en un momento u otro, e ir creando nuevas experiencias o nuevas pequeñas vías de trabajo".
Recién llegado de Brasil, lugar al que viajó a ponerle el cuerpo a la exitosa exposición de Casa DAROS, el artista admite que los viajes largos se han convertido en un problema. De hecho, tuvo que rechazar una invitación para exponer en Australia el año próximo en la denominada Noche Blanca (ver aparte). Sin embargo, cada mañana se levanta a trabajar como el primer día. Entonces, ¿cuál es la motivación, el motor para arrancar cada día?.
"No lo sé –dice con humor– tal vez será por el lechero vasco que pasaba por las calles en un caballito con un carrito. Cuando éramos chicos salíamos con un tarro y el nos servía la leche que traía del tambo, que a veces estaba calentita. Digo eso por decir que todo viene desde siempre. Particularmente yo no tomo ninguna pastilla para venir a trabajar. Es una cuestión natural, siempre fue así y no es ningún secreto. Está dentro de mi naturaleza".
"Cómo también podría mencionar lo que me dio mi mamá, el lechero vasco o las uvas que comíamos cuando se caían de los camiones qué iban hacia las bodegas, el aire puro de la cordillera de los Andes... Y por qué las circunstancias de la vida lo obligan a uno a empeñarse para salir adelante y estar atento a todos los temas relacionados a su existencia".
El miembro fundador del Grupo de Arte Visual (GRAV), que luchaba por democratizar el arte en los 60', admitió que hace rato que debería hacer colgado los pinceles.
"Yo protesto y protesto, pero no hay caso. Hace 20 años que debería estar jubilado y en una playa del Caribe, je… Debería estar tirado en una hamaca tomando jugo de frutas con un poquito de ron, mirando el mar y las palmeras… Pero no hay caso porque estoy condenado a trabajar".
Julio Le Parc: "Nunca estuve apurado por tener éxito”
Luego de tener un gran año, el artista de 85 años le reveló a Los Andes su deseo de exponer en su tierra el año que viene.
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