Detrás de toda calle hay una historia, una vida que inspiró su nombre. Desde hace años Maipú distingue de este modo a uno de sus hijos más talentosos: Julio Fernández Peláez.
Este autor de obras como “La Andiada”, dónde relata en versos épicos la vida del General San Martín, nació en Cuba el 22 de agosto de 1895. Sus padres -Severiano Fernández y María del Jesús Peláez- fueron inmigrantes españoles que trabajaron en la Isla como labradores. Julio llegó al mundo en plena Guerra de la Independencia cubana, siendo el más pequeño de tres hermanos. En estas circunstancias la familia se vio obligada a regresar al Viejo Mundo, pero Severiano no los acompañó quedándose a combatir. El padre de familia falleció a causa de sus heridas, tras algunos enfrentamientos.
Viuda y con conocidos viviendo en Argentina, María del Jesús se trasladó a Buenos Aires. Por entonces nuestro país era una gran promesa. Julio Manuel Sinforiano, nombre completo de nuestro protagonista, ingresó a una institución escolar salesiana y tras recibirse fue enviado a Mendoza en 1919. Fue profesor en Don Bosco pero al año siguiente abandonó el trabajo y fundó su propio colegio en Maipú.
El establecimiento fue llamado “Bernardino Rivadavia” y se ubicó en la tradicional calle Ozamis, a unas cuadras de la Plaza principal. Aunque era privado se hicieron descuentos a familias de escasos recursos o con muchos hijos. Además, se dictaron clases nocturnas para adultos. Con solo 25 años Fernández Peláez daba muestras de lo que sería su vida: una lucha a favor de la cultura y la educación.
Como todo gran intelectual se caracterizó por ser un hombre multifacético. En 1930 abandonó la docencia, cerró el colegio y se convirtió en procurador judicial, profesión que desempeño durante 23 años. Llegó a ser apoderado de un par de bancos y de las míticas Bodegas y Viñedos Giol.
Hacia 1946 comenzó a incursionar en política, fue electo como Diputado Provincial y posteriormente Senador, también a nivel regional. Desde allí impulsó mejoras culturales para Mendoza. Fue autor de leyes como la de la creación del Solar de San Martín, en la Alameda, logrando que funcionaran allí la Biblioteca General San Martín y el Museo Histórico San Martín desde 1956.
Paralelamente participó en televisión, radio y llevó a cabo una nutrida obra poética e histórica. Entre otros asuntos su preocupación gravitó alrededor de la conservación de espacios históricos como el Cementerio capitalino, la Capilla del Plumerillo o las Bóvedas de Uspallata. En este aspecto señaló en 1968: “Mendoza (… ) es un santuario histórico. Sin embargo su verdadera grandeza, aún no es estimada, ni por la Nación, ni por Mendoza misma. Pocos monumentos recuerdan su pasado; muchos parajes que fueron testigos de trascendentes episodios, todavía no están señalados, y hasta los mismos mendocinos, lo ignoran”.
Lamentablemente la situación no ha variado mucho desde entonces. Buscar revertirlo es hacer honor a hombres como don Julio Fernández Peláez, que falleció en 1969 pero cuya trascendencia es palpable a través de sus obras y descendencia.
En dicho sentido no podemos dejar de agradecer a su hija María Esther, quién con amabilidad nos proporcionó gran parte de esta información y a quien admiramos profundamente. Porque, como es sabido, la manzana nunca cae lejos del árbol.