Julio César Lara: el coleccionista de piedras que cumplió un sueño

Como hobby, empezó de chico a juntar minerales, piezas arqueológicas y fósiles. Ya jubilado, pudo construir el lugar donde exhibe su increíble colección.

Julio César Lara: el coleccionista de piedras que cumplió un sueño

El cartel de madera con letras talladas y pintadas en amarillo invita al “museo privado” desde la ruta 82 que conduce a Cacheuta. Por allí pasan cientos de automovilistas a diario, que se convierten en miles los fines de semana con dirección al río o a las montañas más arriba.

Algunos pocos se detienen para conocer el sueño cumplido de Julio César Lara: un museo que exhibe “la mayor colección privada de Latinoamérica en ciencias naturales, minerales, arqueología y paleontología”, según se promociona en su página de Facebook.

Suena exagerado, pero no cuando uno traspasa las puertas de esa construcción (inaugurada en agosto de 2015) y ante los ojos se abren filas y filas de vitrinas que guardan piedras, fósiles, restos arqueológicos y demás objetos recolectados a lo largo de su vida por Julio.

“Había dos sueños casi imposibles. Uno era conocer Egipto y lo logramos. Éste era más difícil porque significaba invertir el patrimonio de toda una vida...”.

Mientras habla a Julio se le humedecen los ojos, como si no pudiera creer lo que logró: construir casi con sus propias manos -y las de su inseparable esposa Olga- un lugar para abrir su colección de miles de piezas (“no sé cuántas son”) a la comunidad.

“Vendí dos terrenos y lo puse todo acá. Mis amigos me decían que por qué no me fui a  viajar... Pero yo quería hacer esto”, dice Julio para explicar lo que para muchos suena insólito: tener un museo propio.

“Quise dejar esto para la posteridad”, aclara él para justificar tamaño esfuerzo. La posteridad es su hija y sus nietos, que algún día tomarán la posta del museo y de todo lo que guarda.

La roca y los 33 mineros

Pero del futuro ya se encargará el destino. Hoy, la llave del lugar sigue en manos de Julio y Olga, que hacen de guías exclusivos de Los Andes.

En la entrada, una marquesina luminosa indica “abierto” aunque primero hay que tocar el timbre del alambrado perimetral y esperar que él o ella abran la puerta. En el jardín exterior se ven piedras y minerales dispuestos de manera ordenada.

A todos los corona una enorme roca de 4.000 kilos que hizo de mortero colectivo a los aborígenes de hace varios siglos en San Carlos.

Esta piedra tiene su historia: cuando estaban abriendo una ruta en el Valle de Uco apareció al costado del camino y Julio la rescató, aunque para traerla a su casa tuvo que alquilar un trailer de camión.

Es una de sus “joyas” más preciadas y por eso le da la bienvenida a los visitantes del museo.

Una vez adentro, sin la guía de su dueño, uno puede llegar a perderse: por todos lados hay cosas para mirar, para leer y hasta para tocar.

Incluso de las paredes de la enorme nave que es el lugar cuelgan cuadros (hechos por él mismo) con piedras de todos los tamaños, restos fósiles, mapas antiguos y cualquier cosa con valor mineral, arqueológico o paleontológico que Julio reunió a lo largo de más de 50 años.

“Esto es producto de la búsqueda, del encuentro y de las amistades que uno fue haciendo a lo largo del tiempo”, dice para explicar cómo hizo para juntar tantas cosas.

En un momento parece que estuviéramos en las Naciones Unidas de la mineralogía: hay piedras de Argentina, Chile, Brasil, México, Bolivia, Perú y también de Marruecos, India, Japón, Inglaterra, Francia, Rumania... Todas llegaron porque las encontró Julio, las canjeó a otro coleccionista o se las donó algún amigo de esos que fue haciendo “a lo largo del tiempo”.

También ha comprado otras en algún viaje, le recuerda Olga, siempre atenta para completar las anécdotas que desgrana su marido.

“Íbamos de vacaciones a la playa y yo no estaba mirando el mar sino la arena. Mi ojo ya sabía dónde tenía que ir para encontrar algo”, grafica para explicar su pasión por esta actividad.

En un momento, la ruta de Julio se detiene frente a una vitrina empotrada en la pared. “¿Sabés qué es eso?”, pregunta.

No, no sabemos, pero el cartel da la respuesta: es un “testigo del orificio” que hicieron en la mina de Copiapó, Chile, donde quedaron atrapados los 33 mineros. Alguien, otro amigo de la vida, se lo hizo llegar a los Lara y ahí está: un pedazo del rescate más famoso de la historia vive en Mendoza.

Don Valeriano y el yeso cristalizado

“A los 12 años conocí a un hombre, Valeriano Martínez, que se dedicaba a la mineralogía. Salí un par de veces con él, me empecé a entusiasmar y después hice mi primera colección, que se la doné a la iglesia Don Orione en la calle Paso de los Andes.

Después dejé y cuando conocía a mi señora, volví”. De aquel momento fundacional ha pasado más de medio siglo, en los que Julio -además de recolectar piedras y otros elementos sin descanso- se dedicó a leer parvadas de libros sobre arqueología, paleontología y temas similares.

Y dice que lo hizo como “hobby” mientras trabajaba de empleado judicial, puesto del que ya está jubilado. Todo ese conocimiento es el que volcó para clasificar cada pieza, armar el museo y hacer de guía didáctico por cada vitrina.

“Esa es de Brasil... esa de Catamarca. Esa es de la India”, enumera señalando a través del vidrio con precisión de experto. Y cuando pasamos a la siguiente vitrina habla con la sapiencia de una enciclopedia: “Estas son, básicamente, formaciones de yeso. Es la cristalización natural del yeso enterrado en arenales húmedos y bajo ciertas condiciones de temperaturas. A partir de este proceso se originan formas muy curiosas, por eso la gente las llama rosas del desierto”.

Y así sigue recorriendo cada una de las postas que él mismo armó y dispuso en el lugar, con la misma pasión que tuvo aquel primer día que salió con don Valeriano al campo a buscar y reconocer piedras.

Elementos que aún hoy sigue reuniendo aquí y allá, porque ahora por fin tiene un lugar (muy grande) para conservarlos y mostrarlos a quien quiera conocerlos.

Sin apoyo estatal

El Museo Privado Julio César Lara (también conocido como Miarpa -mineralogía, arqueología, paleontología-) está en Las Compuertas, que pertenece a Luján pero es una zona de disputa limítrofe con Las Heras.

Los Lara reclaman que ninguno de los municipios les ha brindado apoyo para sostener el lugar. Lo mismo ha ocurrido con el Gobierno provincial, que ni siquiera lo tiene en la lista de museos para visitar en Mendoza.

Por eso, por ahora este sitio maravilloso para educar a chicos y grandes depende del “músculo” que le ponen Olga y Julio, quienes se instalan allí de jueves a domingo para recibir visitantes.

El museo tiene visitas guiadas de jueves a domingos (y feriados) de 10 a 13 y de 16 a 19. Está ubicado en la ruta 82 km 22, Las Compuertas (camino a Cacheuta). La entrada cuesta 50 pesos.

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