Jujuy: Puna, Quebrada y sal, el hogar de la Pachamama

Un viaje al corazón de la montaña norteña, entre petroglifos, caravanas de llamas y sabores tan auténticos como la hospitalidad en las alturas.

Jujuy: Puna, Quebrada y sal, el hogar de la Pachamama
Jujuy: Puna, Quebrada y sal, el hogar de la Pachamama

Un viaje que nos sorprendió, por más valijas que hayamos armado y desarmado en la vida, por más montañas que hayamos subido, por más personas que hayamos conocido. Allá donde lo inhóspito encuentra significado, la hospitalidad de los habitantes lo desmorona, lo hace añicos, lo transforma y lo devuelve en brazos abiertos, sonrisas plenas, coplas agradecidas y la bendición de Pachita, que no se hace esperar.

BARRANCAS TRAS LA SAL

Fortunato está ansioso; es el chofer de la camioneta que nos lleva a Barrancas, su pueblo natal. La cuesta de Lipán marca el derrotero. Impecables vistas hasta su punto cúlmine a más de 4.700 m.s.n.m. y el aporte necesario a la apacheta al borde de la ruta. Para pedir permiso a la Pachamama al adentrarnos en sus dominios: un cigarro, algo de alcohol y hojas de coca, la esperanza en un día perfecto.
Más adelante, más de una hora después, ahí entre los claros de la serranía, se ve una laguna donde no la hay. Es producto de la acumulación de agua luego de las intensas lluvias del verano: las Salinas Grandes anegadas. En los próximos meses, seguramente ya evaporado el exceso, deje su registro en los piletones de extracción del cloruro de sodio. El resto es blanco níveo, inmensa llanura que refracta el sol y le saca la lengua al frío.

Resta poco más de 90 minutos para arribar al poblado de altura, que apenas es un punto en los mapas, una marca desconocida para el turismo. Se deja el asfalto para avanzar entre una huella pedregosa, con los paredones al frente, y nada más. El río no es obstáculo para el vehículo que lo atraviesa mientras se interna en lo que miles de años atrás fuera su portentoso lecho. El sol sacude las camperas invernales y engaña con una primavera de altura, y nada que se parezca a una zona habitada ante los ojos.

Fortunato cuenta que hace apenas 15 años se tardaba 3 días para alcanzar la Quebrada. A fuerza de piernas ágiles, llamas y caballos, su familia avanzaba por ruta o cortadas en un peregrinar que quizá era de compras, de intercambio o por problemas de salud. “Hoy 1 hora 30 minutos hasta las Salinas y otro tanto hacia Purmamarca, en auto”, se ríe.

El caserío petiso de adobe y piedra, de ventanas diminutas y pórticos humildes, parece una alucinación del tiempo; 320 almas transitan sus días aquí entre el polvo y la nada. Fortunato espera nuestra reacción, ahora nosotros sonreímos. No hay nadie que camine en las calles ni en ninguna parte; es mediodía, ¿Habrá alguno, de los 300? La camioneta se detiene en una vivienda a 4.000 m.s.n.m, el nuevo restaurante que abre sus puertas en el hogar de Florentina Alejo y su familia. Apenas una habitación azul, 8 mesas, y 2 ventanas que dejan pasar el calor de afuera y lo atesoran entre barro y paja.

Papines andinos con charqui de llama, todo de por acá, como los mantelitos estilo aguayo y música puneña que llora desde un minicomponente. Don Morales, habitante del pueblo y Presidente de la Cooperativa Espejo de Sal, que desde hace algún tiempo incursiona en el turismo para favorecer el sustento allá en lo alto, cuenta que el circuito de la Puna es comunitario. Así el comedor, hospedajes y excursiones guiadas por los locales hacia los petroglifos, la propuesta también hizo yunta con algunas poblaciones salteñas, y ahora trabaja con agencias de la ciudad de Jujuy para darse a conocer. Fortunato toma la palabra, tiene su fe puesta en el turismo, en que los conozcan, en que quieran a su tierra como él. Sus manos grandes, su andar cansado, su mirada limpia logran que nuestras esperanzas se muden a ese punto diminuto del mapa.

Cordero con mote y salsa de llajua es el principal. Florentina extiende los platos y apenas mira al comensal, teme incomodar. Entonces rompemos el hielo, indagamos sobre la preparación y así vemos su sonrisa, sus manos ágiles de ganadera y artesana. También nos dice que ahora alguno de sus hijos la ayudan porque otros -y esto le hace explotar el pecho de orgullo- estudian en la facultad en San Salvador. Hay que apurar el postre tradicional, de maíz y limón, porque el paseo guiado por los paredones para ver vestigios de antiguas culturas debe hacerse en horario benévolo, con el sol bien arriba. Dicen que Barrancas vive los 4 climas en el día. En invierno llegan a -20° por las mañanas y al medio día la temperatura es otoñal. Y en el momento en que la despedida llega, Florentina y su marido nos dedican sus coplas de agradecimiento nato. Así en lo inhóspito, la materialidad de la hospitalidad nos deja sin palabras. Las callejuelas siguen vacías. Sin embargo, los corazones rebosan de compañía.

Más datos:

Red de Turismo aborigen Espejo de Sal (www.espejodesal.com.ar)

¿Qué hacer? Trekking por antigales y socavones a 4.000 m.s.n.m, hacia miradores panorámicos que recuerdan la edad del planeta. En paredones y aleros, tallados en piedra o sellados con tinturas por la eternidad, los registros de antiguas civilizaciones se observan con la guía de los habitantes de Barrancas, que se especializaron con investigadores de la UBA.

Recorrer el poblado. Un puñado de casas con su iglesia -bellísima- y su plaza, con varias locaciones para comprar artesanía y tomar infusiones en casas de familia.

Señaladas y enfloramiento de llamas. Es una de las actividades típicas de la Puna; una verdadera celebración en la que marcan la hacienda desde diciembre hasta febrero. Entre tanto, buena comida, chicha y coplas.

Pastoreo de llamas y más: desde mayo a julio y luego en noviembre y diciembre, los turistas pueden colaborar en el pastoreo caminando de puesto en puesto y en octubre ser parte de la esquila que dará la materia prima para los increíbles tejidos del área. Por supuesto, durante todo el año, las tejedoras muestran sus obras y enseñan las técnicas centenarias.

Cocina ancestral. La elaboración de quesos es para los que llegan en verano; en tanto la harina cocoda para las bebidas como la Ullpada y Chilcan, para todo el año.

Otros poblados para visitar. Pozo Colorado, Cerro Negro, Rinconadilla, Alfarcito, Sauzalito y Santa Ana.

Excursiones desde la Quebrada: Full day en Salinas Grandes y Barrancas con almuerzo en establecimiento rural, desde $ 800. Runa Tour www.runatour.tur.ar | info@runatour.com.ar (Belgrano 481, local 3, Tilcara).

CON LLAMAS, EN CARAVANA

Hay que llegar al Pucará de Tilcara temprano, cuando los rayos golpean la fortificación haciéndola flotar entre cardones y pimientos. En el reducto -erigido por los los tilcaras, parte de los omaguacas, la visibilidad sobre el panorama quebradeño es amplia y clara. La idea era levantar casas en las cimas o mesetas de difícil acceso a modo de defensa y conservación.

Ahí a 2.450 m.s.n.m. el jardín de cactáceas y plantas autóctonas dan cuenta de la difícil supervivencia de antes, también de la de ahora. Luego, con el guía del sitio, se observa que el Pucará dominaba los cruces de caminos, también la zona de acantilados sobre el río Grande y las escarpadas laderas hacia el sur. Un punto estratégico en el que los faldeos sirvieron para las grandes murallas de piedras apiladas, una sobre otra. Adentro, casas, corrales, necrópolis, sitios para adoración y hacia afuera los cultivos. Los cardos no son los únicos testigos del tiempo aquí. Las rocas que dibujan en el piso lo que alguna vez formaron, cuentan sobre los que alguna vez habitaron  -hace unos 900 años- estas laderas. Cerámicas, cantos, tejidos, coplas y las costumbres que se cuelan en el ADN de las generaciones actuales, hablan de ellos.

Hacia la entrada, cerca de un árbol, un hombre y sus llamas nos esperan. Coquetas y amontonadas, entre alforjas y pompones coloridos, se agolpan a Santos Manfredy, su cuidador. La gran sonrisa del “llamero” bajo el ala de su sombrero puneño es otra bienvenida. Y allí los adultos devenimos en niños cuando la rienda para guiar o ser guiados por el animal se posa en la mano. Las consignas son claras. Ellas son gregarias. Debemos caminar todos juntos, así se sienten protegidas. Claro que las risas y los entusiasmos desbordados de los visitantes las hace mover más rápido, entonces hay que sostenerlas con fuerza y ellas, cancheras, acostumbradas a los espíritus aún estresados de la ciudad, se dejan frenar. Saben de las fotos y posan; pareciera que la sabiduría de estas tierras también pasa por ellas. Dieron alimento y abrigo al Inca, y lo siguen haciendo con las comunidades puneñas. La posibilidad de poseerlas o no, equivalía a la supervivencia.

Caminamos con Juno (uno de los ejemplares) apresurados; no le gusta ir al final, es guía nato. Santos cuenta que su familia criaba hace varias décadas la especie para valerse de la lana, y que él cuando el negocio decayó fue atraído nuevamente hasta estas tierras por este camélido amistoso, doméstico y que algo de místico conserva, “parece que leen los ánimos” señala con la sonrisa intacta.

Ya todos amigados con la idea de la singular compañía, atravesamos el puente, bajamos por las callejuelas de tierra, paramos para matear y tomar el té con tortas de grasa. Cerca de su lugar en el mundo, en pleno centro tilcareño, los animales apuran el paso, saben que la caravana llega a su fin y la comida es el premio. Mañana será otro día.

Más datos

Travesías por la Quebrada de Humahuaca y la Puna con caravana de llamas. Tarifa desde $ 250 excursión de 2 a 3 horas. con picnic. Circuito hacia las Salinas desde    $ 900 el día; también se las puede visitar y sacarse fotos por $ 10. Caravana de llamas. www.caravanadellamas.com.

Sabores que enamoran

"La Papa Verde": Apenas un comedor, como el de una vivienda, si a tamaño referimos, con techo de caña, canastos de pimientos y ajíes, de los que se cosechan en la Quebrada y más arriba, ollas y cucharones de añares encima, detalles rústicos y personales, un cuadro del Che Guevara de gran proporción. La comida regional puebla las mesas, pero no hay rigidez en la carta, es algo antojadiza.

Cocinan con lo que hay, con lo que llegó de la Puna, de los puesteros vecinos. Se valen de la cosecha y del ganado de los productores locales -con nombre y apellido- para armar los platos. “Son materias primas cuidadas y nuestros sabores respetan técnicas ancestrales” cuenta Eduardo Escobar.

El desfile comienza en las pequeñas mesas cubiertas de manteles de diseño norteño. Papas con salsa de ají amarillo; charqui casero de lomo de llama; tamales realizados con trigo molido en piedra; empanadas de quinoa; escabeche de llama… “El ritual de la cocina patrimonial es lo que nos mueve -dice Eduardo- y esto va más allá de que en la Posta de Hornillos se declaró a la Quebrada Patrimonio de la Humanidad en 150 km de extensión. Tiene que ver con el acervo de esta tierra cuyos registros de la presencia del hombre datan de 10 mil años; de lo que nuestros aborígenes entretejieron por aquí; de lo que el Inca en su paso entregó en herencia por ese camino (también Patrimonio) que luego fue senda real y que desde hace siglos permite que las regiones intercambien sus productos”. Esto es La Papa Verde, degustar un charqui de llama cuya carne trajo desde muy lejos un criancero, cuyo secado lleva 5 días y luego deshacerla en hebras tantas horas … esto es lo que sirven, cultura quebradeña. También largas charlas regadas por buenos vinos entre nuevos amigos.

Más datos: Imperdibles: empanadas de quinoa con queso de cabra, estofado de llama, tamales. Almuerzo tipo, con entrada, plato principal y postre regional con bebida no alcohólica desde $ 120 por persona. Belgrano 580, Tilcara.

LA NOCHE TILCAREÑA

El paseo de compras por la plaza es una invitación a la que ningún visitante se niega. Sencilla y atestada de artículos de colores estridentes entre las montañas monocromáticas, atesora artículos para llevarse un pedacito de la vivencia. La comida, en tanto, se agolpó en el hotel Rincones de Jujuy, a 50 metros de la plaza, en una impecable degustación de platos de las 4 regiones, desde la Puna a los Valles, pasando por los quebradeños y los de las Yungas. La vasta geografía hecha cocina, brochetas de quinoa, tomates confiados y queso de cabra, paella andina, sopa de piedra, pizza de harina morada y cordero, entre las especialidades en la mesa en la que no faltó el vino mendocino, como para acercar las distancias de la extensa Argentina.

Y ya con la luna en lo más alto, la hora de la despedida se rehusaba, otra vez. Marcela Velázquez tuvo que agarrar su caja y sacar su picardía para "encoplar" el ambiente, en una guerra poética con su marido. Picante, ingeniosa y divertida, la noche se diluía en sus versos. Pero aún las sorpresas de este poblado estaban lejos de dejarnos; “hay que ir a bailar”, sugirieron los anfitriones. Y en los menesteres del periodista de viajes está jamás desestimar una invitación.

Apenas con la luz de los faros amarillos, fuera ya del asfalto, en ascenso por la terrosa calle, los trasnochados caminamos hacia la fiesta. Un patio lleno de gringos y un salón repleto de mesas que se corrían para dar lugar a los que no podían dejar sus pies quietos. Españoles, alemanes, holandeses, argentinos de diversas provincias se movían al ritmo de acá. En el escenario la banda en vivo tocaba chacareras y zambas, y todo el sonido jujeño de un tirón. Simulamos pañuelos y faldas, giramos y recordamos los pasos de las danzas tradicionales argentinas que alguna vez aprendimos en la escuela. A modo de boliche, La Juana, con nada de rock ni electrónica, dejaba que las estrellas se perdieran detrás de los cerros cuando el sol amenazaba con avanzar.

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