¿Qué adjetivo calificativo podría caberle a esa persona que recurrentemente se regocija con el dolor del otro y hasta lo festeja? ¿Cuál es el primero que se nos viene a la cabeza si cerramos los ojos y visualizamos a estos seres que intentan convertir en logro propio la tristeza de alguien más? Se me ocurren varios, pero las palabras resultarían inapropiadas al tratarse de una columna de opinión en un medio masivo de comunicación.
Hay muchos así en nuestra bendita geografía: no importa que no logren nada en su andar cotidiano, basta con que pierda algo el rival para sentirse plenos, como quien dice estar satisfecho después de cucharear horas el aire de un plato vacío.
Viven en cada rincón, en cada lugar; están en la sociedad toda. Aunque los más cercanos al fútbol, creo, se llevan el premio.
La caída de River Plate ante Flamengo en la final de la Copa Libertadores disparó decenas de comentarios, burlas, gastadas y risas por parte de simpatizantes de Boca Juniors. Y claramente las respuestas rojiblancas no tardaron en aparecer. Un capítulo más del ida y vuelta "folcklórico" que se traduce en un mayor rechazo al otro, más odio y grieta y la posibilidad latente de futuros incidentes en los estadios.
¿Qué tan bajo de emociones positivas se puede estar como para encontrar en lo negativo del otro una razón para sonreír?
Una vez más, WhatsApp, Twitter, Facebook e Instagram sirvieron de escenario cloacal para que el derrotado, en este caso River, recibiera el castigo virtual por parte de usuarios que, en su mayoría boquenses, celebraron el título brasilero como si perteneciera a ellos mismos.
Y no se me ocurren adjetivos. Bah, sí, pero no puedo escribirlos porque no estoy seguro de que sean precisamente los atinados para un texto periodístico.
Hoy Boca, que mira la situación desde muy lejos, se burla. No sabemos bien con qué argumento. Ayer se lo hizo River con Madrid como epicentro aunque, en contrapunto, aún padece el descenso de 2011. Y se lo hacen saber. Y mucho antes, allá por 2001, los de Núñez se habían burlado de la derrota azul y oro ante el Bayern Múnich en la final Intercontinental, con compra de camiseta alemana incluída. Ejemplos y recuerdos sobran.
Mañana el tema de pelea será otro y así; una rueda inflada con bronca, resentimiento, malicia y envidia que no piensa en detenerse. De un lado y del otro. Siempre.
Ocurre también en la política, y mucho. Fíjese usted: peronistas, radicales y sectores de izquierda se tiran "a matar" diariamente ante un desacierto o falla del otro... El chico PRO versus el kirchnerista, el ministro tal ante el líder de aquel partido, y así y así y así.
No sería oportuno preguntarse, en todos los casos, "¿y por casa cómo andamos?"
Fanáticos y militantes muestran sus dientes en una carcajada. Se mofan de la amargura de quien se para en la vereda de enfrente, aunque en la mayoría de los casos no les alcancen los motivos para sentirse orgullosos de sí mismos. Y lo peor de todo es que defienden a capa y espada lo que para quien suscribe los hace aún más pequeños de lo que son.
Ya está, se me ocurrió, apareció el adjetivo correcto. El tema es que si lo tipeo me estaría convirtiendo en lo que ellos son. Y no me gusta. Porque vivir de esa manera sí que es una verdadera desgracia.