Cuando Rosa llega a casa lanza una plegaria, aliviada: trabaja de noche, vive en una de las favelas más peligrosas de Río de Janeiro y depende de un servicio de buses ahora reducido.
El legado olímpico aún no tocó a su puerta. Un sistema de transporte ampliado y moderno, nuevas carreteras, más viviendas sociales y escuelas, seguridad y renovados espacios públicos, como la moderna plaza donde el arquitecto español Santiago Calatrava construyó un museo: la alcaldía prometió una “ciudad renovada y más integrada” para los Juegos Olímpicos que comienzan el 5 de agosto.
Pero aún hay mucho por hacer: la pobreza en las favelas se arrastra desde hace décadas y los tiroteos en estas barriadas más pobres, como en Maré, donde vive Rosa hace 18 años, son comunes.
“La gente imaginó que los Juegos resolverían los problemas de Brasil o más bien sus causas. Y no es ni uno ni lo otro; fue una oportunidad para hacer una ciudad mejor. No esperen una Chicago o un Tokio. Comparen a Río con Río”, lanzó el alcalde, Eduardo Paes.
Rosa, una limpiadora de 50 años que prefirió no dar su apellido, se muestra incrédula ante las promesas de las autoridades: “La clase obrera no se beneficiará con estos Juegos”.
¿Transporte eficiente?
La alcaldía espera que para 2017 un 63% de la población de Río utilice el transporte público (contra apenas 17% en 2009) gracias a una nueva línea de metro de 16 km, la construcción de 156 km de corredores de buses expresos (BRT) y 28 km de tranvía moderno que conectarán la ciudad, incluidos los aeropuertos internacional y doméstico.
“El transporte es el mayor legado por volumen de inversiones y por cantidad de personas beneficiadas”, dijo Rafael Picciani, número dos de la alcaldía. El micro es el principal transporte: actualmente traslada a 37% de la población frente a sólo 4% del metro, que ahora unirá los barrios turísticos de Copacabana e Ipanema con el inicio de Barra da Tijuca.
Con la entrada del nuevo sistema, la alcaldía impulsó lo que llamó una "racionalización" de las líneas de bus, unificando algunas y eliminando otras para reducir el volumen de unidades en la calle. Para Rosa eso fue una catástrofe, ya que ahora debe esperar más tiempo en la parada, alargando el tiempo en llegar a casa.
Otro legado era una ciclovía que permitía ir desde Ipanema hasta Barra junto a una hermosa vista al mar. Pero poco duró pues, apenas inaugurada, una ola hizo añicos un trecho, matando a dos personas, y la pista fue cerrada temporalmente.
¿Sensación de seguridad?
Unos 85.000 policías y militares serán desplegados para garantizar la seguridad de los Juegos Olímpicos. ¿Y después? Es lo que se pregunta Rosa cada vez que el estallido de las balas en su barrio le recuerda que la violencia sigue presente.
Como muchas otras favelas, Maré, un gigantesco complejo de favelas atravesado por la autopista que va al aeropuerto, fue ocupada primero por militares y luego por la policía como parte de un programa de "pacificación" que buscaba arrebatar el control de la zona de manos del narcotráfico.
Pero, aunque más disimulado, el comercio de drogas continuó y muchos habitantes aseguran que los narcos en realidad nunca se fueron. La crisis económica, que repercute en una mayor criminalidad y una menor actividad policial, ha empeorado las cosas.
Se registraron 2.083 asesinatos en el Estado de Río en los primeros cinco meses de este año, un alza de 14% en el mismo período del año pasado. El número de asaltos ha explotado y los robos de automóviles también están en alza.
¿Más deporte?
Los Juegos Olímpicos dejarán para las próximas generaciones las numerosas instalaciones construidas para el evento. Río se felicita de que fueron construidas con 60% de capital privado.
“No hicimos elefantes blancos”, puntualizó Picciani, en una clara referencia a la herencia de estadios abandonados después del Mundial de fútbol celebrado en Brasil hace dos años.
La alcaldía espera licitar concesiones para la explotación de las arenas para eventos pero, al mismo tiempo, para mantener centros deportivos públicos.
Entre ellos está el parque acuático en el barrio de Deodoro, una de las zonas más pobres de la ciudad, que ya fue estrenado por sus habitantes para combatir el calor del verano austral.
Pero para varios miles, la mayor fiesta deportiva mundial representó la pérdida de sus hogares. Entre 2009 -cuando Río ganó el derecho a acoger los Juegos- y 2015, la alcaldía desalojó a 22.059 familias, muchas de ellas ubicadas en zonas cercanas a rutas o instalaciones olímpicas.
"Todos los que salieron viven ahora mejor" en proyectos sociales, aseguró Picciani.
El crítico comité popular de los Juegos Olímpicos denuncia no obstante una "limpieza social" de áreas que comenzaron a valorizarse con estas nuevas obras. Y en el país del fútbol, aparece también como herencia el polémico campo de golf olímpico, construido parcialmente en una reserva ambiental y que ahora será público aunque casi nadie lo use.