Cuando Pierre de Fredy, Barón de Coubertin, concibió la instauración de los Juegos Olímpicos modernos allá por 1894, jamás imaginó el inigualable movimiento al que estaba dando vida. Al firmar el acta fundacional del Comité Olímpico Internacional (COI), junto a doce representantes -incluido el argentino José Benjamín Zubiaur-, el francés abrió la puerta a apoteósicas proezas individuales, hazañas conjuntas de todo tipo y gestas que intentaron no sucumbir a los contextos políticos del convulsionado Siglo XX.
Ni el más visionario de esos nobles señores hubiese pensado que el universo olímpico se diversificaría como lo hizo: Juegos Paralímpicos, de Invierno, de la Juventud... Coubertin, reticente a la participación de las mujeres en muchos deportes y pruebas olímpicas, postergó el ingreso de las féminas mientras estuvo al frente de la entidad de los cinco anillos. Sin embargo, solamente la primera edición de los Juegos, la de Atenas en 1896, no contó con las hijas de Eva entre sus competidoras.
Desde la británica Charlotte Cooper como la primera campeona olímpica en tenis, Elizabeth Robinson como la medallista dorada que diera inicio al atletismo en Amsterdam 1928, la soviética Larisa Latynina, múltiple laureada con dieciocho preseas en gimnasia artística, o la "chica diez" Nadia Comaneci, rumana que revolucionó el mismo deporte en Montreal 1976, todas demostraron que la excelencia deportiva también podía encontrarse en podios con presencia femenina.
El olimpismo entendió esta máxima algo tarde, como todos los ámbitos en los que la mujer ha incursionado mediante una prolífera nómina de comprobaciones y hechos. Pero el mensaje llegó. Finalmente, esa feliz realidad ha permitido un cambio de paradigma y, ciento veintidós años después, el COI le brinda al movimiento la simetría que se merece.
La tercera edición de los Juegos de la Juventud, que organizará Buenos Aires del 6 al 18 de octubre de este año, constituirá el primer acontecimiento olímpico en el que hombres y mujeres competirán con misma cantidad de participantes (dos mil varones y dos mil chicas), promoviendo la igualdad de género en los más jóvenes.
Hubo que transitar demasiados períodos de postergación y misoginia, con villas olímpicas marginadas del resto, desfiles diferenciados de acuerdo a cánones estéticos y pruebas consideradas inhumanas para la rama femenina. Actualmente podemos asegurar que estos menosprecios respondieron a procesos propios de cada época y que la entidad madre del deporte moderno ha conseguido su madurez dando respuesta a la equidad competitiva. El legado que se construye desde los cimientos, para las promesas adolescentes, conlleva el estandarte de la inclusión y la proyección.
Buenos Aires ya recibió el guiño para consolidarse como una plaza olímpica para los Juegos mayores en el futuro. Está en la organización aprovechar la oportunidad y quedar más próximos a la conformación de una sede que aquella que en Melbourne 1956 quedara relegada por sólo un voto. Está en nuestra generación enarbolar una bandera tan inmensa y profunda, para que las conquistas ganadas formen parte del aire que las hace flamear.
(*) (Periodista, docente e investigadora argentina, nacida en Mendoza; rectora de la Escuela de Periodismo Deportivo de Mendoza, EPD)