En la jungla de la vida, todo vale para conseguir algo. Sin embargo, existe una disciplina que contradice esa lógica moderna. Quizás, porque fue creada a partir de eso y perdura su condición de “conservadora”, el judo no negocia sus valores y mantiene sus premisas. Este arte marcial, que tiene como objetivo el desarrollo físico, la fortaleza de la mente y de la moral del Judoca, no cambió ni lo hará. Y hoy, a pesar de ser una disciplina poco convencional, se puede visualizar un crecimiento progresivo que resulta muy alentador.
Para llegar a esta situación, existió un largo trayecto que tuvo que atravesarse. Todo se remonta a 1906, la fecha que se concibe como la llegada del judo a Argentina. En ese año, la Fragata Sarmiento pisó el suelo japonés con un objetivo claro. Al Capitán Adolfo Díaz se le encomendó la difícil misión de cruzar el océano Pacífico y volver al país con alguien que pudiera enseñar defensa personal en la Escuela Naval Argentina. Ni bien los sudamericanos manifestaron sus intenciones, se los empezó a mirar de reojo. ¿Quién querría abandonar su tierra para dirigirse a otro continente, en el cual ni siquiera se habla el mismo idioma, a instruir sobre un arte marcial?
Afortunadamente, Yoshio Ogata se cruzó en el camino del Comandante Díaz y, sin dudarlo, armó las valijas para emprender viaje a Argentina. El oriundo de Tokio estaba obsesionado con propagar la disciplina que creó su Maestro Jigoro Kano y sabía que las posibilidades de que tomara protagonismo, teniendo en cuenta que en su país predominaba el Jiu-Jitsu (del cual proviene el judo), eran mínimas. Aquel verano marcó un antes y un después: ahí empezó a escribirse la historia de un deporte que hoy se practica en el mundo entero.
Que sí, que no, que sí, que no. Con suerte, un tal vez. Las primeras respuestas que recibió Ogata a medida que se postulaba –a pesar de tener un contrato con el gobierno- para enseñar la disciplina, resultaban rotundamente negativas. En todas las historias que se suelen contar se muestra cómo, de un día para el otro, los resultados llegan. Pero en el judo no fue así. Costó y hubo mucho esfuerzo de por medio. No obstante, el japonés nunca se rindió a pesar de que el arte marcial se mirara con cierto recelo y logró, luego de mucha insistencia, instaurar la práctica del deporte de la forma más honesta posible: priorizando los valores que la destacan.
Lamentablemente, el camino siempre fue difícil. Una de las situaciones más complejas que vivió el judo fue a partir de los años ‘90. Tanto a nivel nacional como provincial, la práctica tradicional tuvo su auge a principios de esa década; valores como el honor o el beneficio mutuo eran preponderantes a la hora de realizar el deporte. Sin embargo, aquello fue relegado por la búsqueda de resultados, lo que –paradójicamente- produjo una fuerte caída en el nivel deportivo. Como consecuencia, y al ver que las premisas que diferenciaban al judo de otros deportes quedaban en segundo plano, varios institutos apoyados por la Federación volvieron a volcarse hacia lo convencional.
Y, para ello, no resultó menor en el crecimiento de la disciplina el “efecto Paula Pareto”. Los que saben del tema, sostienen que el fenómeno de la “Peque” (medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Rio 2016 y presea de bronce en Pekín 2008) influyó mucho en la difusión del deporte, como en el interés de los jóvenes en formar parte de él; millones de niños quieren mantener el legado de Paula y fantasean con alguna vez estar ahí. Pareto quebró estructuras de la casi nula cultura olímpica en la Argentina y, con sus inolvidables actuaciones en las citas de los cinco anillos, expandió el judo más allá del certamen que tiene lugar cada cuatro años. Pero no sólo lo hizo fomentando la competencia, sino también demostrando y difundiendo el judo en su esencia, tal como alguna vez pensaron Jigoro Kano y Yoshio Ogata.
Como se dice, los grandes cambios no son repentinos: tardan meses en producirse y años en completarse. Por suerte, el judo renace día a día y se refleja en las academias. MÁS Deportes visitó el Instituto Kiai y se llevó de allí un panorama esperanzador del deporte mendocino.
Cristian Fiorello y Federico Montalto, judocas por vocación, llevan adelante una escuela en la que transmiten lo que ellos aprendieron en la infancia: la fuente impronta educativa de la disciplina, sumada a los valores de la cultura japonesa y del mismo deporte.
Ellos, con un incuestionable amor por su trabajo, asisten todos los días al gimnasio ubicado en Dorrego para continuar con la propagación del judo haciendo lo que más les gusta: enseñar. Sus rostros demuestran sus sentimientos. Con sonrisas que nacen y se reproducen, Fiorello y Montalto son los responsables de impulsar en la juventud la pasión a una disciplina que suele mirarse con recelo por quienes no la conocen.
En Kiai, la enseñanza se basa en cuatro etapas diferenciadas por edades. Primero, se guía a los más chicos en los primeros pasos de la disciplina pero siempre priorizando la parte lúdica; el juego y la diversión predominan en la fase inicial. Después, en la adolescencia del judoka, se comienza a incluir todo lo relacionado a la técnica y a la esencia de la actividad. Luego, cuando los jóvenes adoptan cierto grado de maduración, es tiempo de la etapa deportiva donde el alumno comienza a competir. Finalmente y cuando los practicantes superan la adolescencia, los profesores se centran en la formación del atleta y en el acompañamiento físico-mental. Sin embargo, en esta última fase la práctica puede tomar dos carriles: el de la participación en certámenes o el camino del entrenamiento, que busca un aspecto social y de salud.
Como se explicó anteriormente, uno de los objetivos del Instituto Kiai es fomentar tanto la práctica como la competencia. En el Torneo Nacional disputado en San Juan, seis chicos de la academia -sumado a Fiorello en la categoría senior- viajaron a disputar el certamen. Con más de mil cuatrocientos participantes de todo el país, los pupilos de Cristian y Federico trajeron dos medallas a la provincia. Bautista Becerra (segundo puesto en categoría Promocional -36kg) y Ursula Brodsky (segundo puesto en categoría Promocional -40kg) fueron los judokas que alcanzaron el podio, mientras que Faustino Montalto, Tomás Díaz, Ignacio Wesell y Lautaro Costa representaron a la academia con una excelente performance, a pesar de no obtener preseas.
Más allá de los buenos resultados, la nueva camada de profesores de este deporte pretende resucitar los viejos valores del judo con los que ellos fueron formados y, al parecer, lo están logrando. El judo tradicional está de vuelta.