Juana Molina: etérea y con alma de niña

La cantante porteña anoche brindó dos shows en los que llevó a su público a hacer un recorrido por su mundo.

Juana Molina: etérea y con alma de niña
Juana Molina: etérea y con alma de niña

Los medios de comunicación nos mintieron. Nos dijeron que

Juana Molina

daría un show en en Le Parc y fue en el living de su casa o en algún otro lugar parecido. Por lo menos así se sintió cuando ella subió al escenario: llevó al público a su mundo, a su túnel. Las coordenadas se perdieron, un poco responsabilidad de ella y otro poco por los niños y los mates que circulaban entre el gente, entre otras cosas.

Una hora después de lo previsto se paró frente a más de 400 personas que estaban aglomeradas en un recinto circular sin demasiada preocupación por ello. Las sonrisas eran familiares, la gente se miraba como si se conociera de toda la vida o como si supieran que algo genial, que estaba por suceder, fuera a unirlos.

Mientras abrazaba su guitarra la correa se enredó. "Que complicado esto", disparó con gracia. Y se dispuso a cantar. Pero antes hizo unas pruebas de sonido que fallaron. "Esto no se escucha... ¡ay! tanto esperó la gente para que ahora tenga que seguir esperando", deslizó sin que la queja fuera real y robó las primeras risas. Risas que dieron pie a sus "amigos" a largar las primeras frases hacia ella y que el diálogo fuera más allá de 'artista-público'.

Ya todos entrados en calor, con el cuerpo distendido, su voz se empezó a escuchar con la misma genialidad que la hizo sonar durante todo el show. Juana canta, un poco recita y mucho hace sonar su voz, que por momentos largos (y exquisitos) la usa de instrumento.

La primera canción fue "Un día", de su último (el quinto) disco, quizás una de las más autorreferenciales de la artista, en la que expresa que será totalmente libre, que hará lo que le plazca y que cada uno lo interprete como quiera.

Después de largar unas frases graciosas en formato de canción improvisada siguió acercándose a nosotros. "Ya se por qué estoy tan así", e hizo gestos de relajación total. "Porque hoy fui a las termas de Cacheuta. No entendía este relax extremo. ¿Viste cómo te hacen esas aguas? todo así, bbrr, bbrr", y mientras hacía ruido de burbujas con su boca se movía como si los chorros todavía estuviesen acariciándole el cuerpo. Cacheuta la relajó y ella hizo lo mismo con su gente.

Ella se bastó sola. Con su sintetizador, su voz, su teclado, el

sample

y su guitarra hizo lo que quiso.

Pero la mala noticia tenía que llegar para que todo fuese real. "El show va a ser cortito ¿saben? Porque hay mucha gente esperando afuera para un segundo espectáculo. Me parece fantástico pero me va a hacer mal esto... dicen que el ego alto hace mal a las personas", deslizó y le explicó a un chico, distorsionando su voz, que por generosidad se iba a tener que ir. Entre los dos shows, Juana Molina cantó anoche ante 800 personas. Una hora la pudimos escuchar los de la primera camada, que disfrutamos de su "canción de protesta" -como dijo ella-, "Sálvese quien pueda" y el tema que le dedicó a su hija Francisca: "Quién", entre otros.

Juana Molina es mágica. ¿La pinta un poco de loca? Puede ser, pero lo lleva perfecto. Sus dos rodetes, el vestido rojo a lunares que le llegaba a la rodilla y unos zapatos estilo colegial sumados

su voz dulce y traviesa más sus ocurrencias

daban la impresión de que se tenía enfrente a una criatura. Inspiraba ternura y unas ganas inmensas de abrazarla. 

Pero no. No se tocaba. Ella se elevaba, se 

transformaba

 en un ser etéreo, en una espuma que iba cada vez más alto,

inalcanzable pero que se sentía cada vez más fuerte. Voló, fue y vino, nos sumergió en su mundo. Y se fue.

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