No me gustaba el colegio, pero sí tener buenas notas, porque era competitivo. Hasta séptimo grado, cuando el básquetbol se metió en mi vida y empezó a arruinar todas las cuestiones académicas". Juan Pedro Gutiérrez remata el recuerdo con risas, pero en el pasado, cuando dejó de tener buenas calificaciones, su mayor preocupación era que se enteraran mamá Alicia y papá Emilio.
El agua corrió bajo el puente y Pipa tuvo éxito en el básquetbol. Mucho. Se convirtió en el mejor jugador de Argentina (ganó el MVP de la Liga Nacional en 2011 y en 2012), logró un Interligas y una Liga Sudamericana con Obras, y con la Selección, fue campeón sudamericano, de FIBA Américas y nada menos que bronce olímpico en 2008.
El título que no tuvo por muchos años fue el analítico. "Un día mi vieja me dijo: '¿Dónde está?'. Y yo tipo: 'Qué se yo, ma. No me importa Juego al básquet'. Resultó que por un error administrativo o algo así, debía inglés. Así que rendí dos o tres años después de terminar la secundaria", se ríe Pipa mientras viaja en el tiempo.
Obtuvo esa certificación el año pasado, justo para volver a darle bola a los libros y empezó a estudiar Comercio Exterior.
“Me gustan más el cine y las series que los libros -admite-, así que no leí más que alguna novela hasta que me retiré. Entonces empecé con algunos cursos y capacitaciones, hasta que me dije que tenía que estudiar una carrera”.
-Si bien sos de los primeros que estudia una carrera, parte del grupo de la Selección que ganó las medallas olímpicas se caracterizó por su curiosidad y deseo de aprender. No parece casual.
-Es cierto. Desde Pepe(Sánchez, que pasó por la universidad y es una de las mentes más prodigiosas del deporte. Ese grupo no cayó en el error de muchos deportistas, de creer que porque juegan bien un deporte pueden hacer bien todo lo demás. Al contrario: el que primero entiende que ignora un montón de cosas y que debe aprender tiene una ventaja, porque no sale a hacer ni decir pavadas. Luis Scola, por ejemplo, cuando dice “Quiero comer mejor”, no hace lo que se le ocurre. Va y se lee libros, consulta a nutricionistas y arma un plan. Fueron y son todos tipos que quieren aprender al máximo todo lo que hacen y llevarlo a un nivel de excelencia similar al que consiguieron en el deporte.
-¿Hubo algo puntual que te hiciera decidirte?
-No sé si fue algo puntual. Puedo decirte que cuando jugaba, siempre encontré excusas para posponerlo y de repente, tras el retiro, empecé a trabajar como representante y sólo tenía la experiencia que había adquirido como jugador. Ahí me di cuenta de que necesitaba muchas más herramientas para conocer todo lo que implica el afuera de la cancha. Hice un curso de marketing y management deportivo en la UBA, después uno de derecho deportivo y el año pasado me decidí por Comercio Exterior.
-¿Por qué esa carrera?
-Creo que el deporte está ampliando sus fronteras hacia un montón de otras cosas, especialmente en Argentina, donde está atrasado. Siempre tuve ganas de explotar la parte comercial del deporte: vender productos, bienes de consumo, cosas que acá cuesta conseguir, como zapatillas o ropa. Importación y exportación de servicios, que al fin y al cabo es lo que hago. Y está bueno, porque la carrera tiene muchas cosas que apuntan a eso: regulaciones, leyes internacionales, políticas tributarias...
-Decías que siempre encontrabas una excusa. ¿Pensás que podrías haber estudiado tranquilamente mientras jugabas?
-Sí, claro. Mirá, hace poco escuché un podcast en el que hablaba Mario Ledesma y dijo algo con lo que me sentí identificado: que estudió antes de retirarse y que eso le permitía sentirse más validado en lo que hacía. Y ahora a mí me pasa. El conocimiento te da la sensación de tener más seguridad en lo que estás haciendo, de enfrentarte a todos los problemas con una base más sólida.
-Si el deportista profesional de alto rendimiento no estudia, ¿es porque no quiere?
-Hoy sí, sin duda. Antes todo costaba un poco más porque era presencial, pero hoy el deportista que no estudia está perdiendo y regalando su tiempo. Es una picardía. La gran mayoría de los basquetbolistas profesionales, te diría desde el tercer nivel para arriba, tienen un sobrante de plata como para invertir en su educación al mismo tiempo que no va a importar dónde jueguen porque hoy la universidad está donde estés vos.
-¿Y cómo llevás el día a día del estudio?
-Recién ahora que pasó el primer año me estoy acostumbrando. El primer año fue durísimo, durísimo. No te puedo explicar. Lo sufrí muchísimo y terminé quemado. Pero porque me permití equivocarme. Ahora me lo tomo más tranquilo y ordenado, y planifiqué ir un poco más lento pero con un conocimiento mejor de la cursada. Espero no sufrirlo tanto como el primero (risas).
La vida del Pipa después del básquet profesional
La prolífica carrera de Pipa Gutiérrez se vio interrumpida con jóvenes 32 años. Varias temporadas lidiando con dolencias cada vez mayores en su cadera lo llevaron a decir basta en busca de una mejor calidad de vida. En el camino encontró su veta en la representación de jugadores.
“Hay que tener mucha paciencia, porque hay mucho de prueba y error -dice sobre este camino que emprendió-. En la representación no se consulta entre colegas cómo crecer y cómo ser mejor: nadie te va a compartir eso porque es competencia pura. Los entrenadores y los jugadores se juntan para enseñarse cosas, pero los representantes claramente no. Se trata de una apuesta a largo plazo, de hacer uso de la imagen que uno se generó en su carrera y ver si eso te ayuda a arrancar en base a la confianza de los jugadores”.
-Al momento del retiro dijiste que no tuviste todas las herramientas que hubieras querido. Como representante, ¿te preocupás en incorporar profesionales como apoyo extra al de los clubes?
-No es fácil, pero es parte del servicio que se le brinda al jugador. La misión del representante es ayudar a que el jugador tenga el menor margen de error posible. Hay que acompañar al jugador para que no se equivoque y tenga la carrera más acorde a su potencial”.