El título lo dice todo. “RockPolitik. 50 años de rock nacional y sus vínculos con el poder político argentino”. Se trata del segundo libro de Juan Ignacio Provéndola, en el que recorre encuentros y desencuentros, rupturas y asociaciones, tensiones y contradicciones, entre otras polaridades relativas a la relación entre el rock y la política argentinos.
A través de testimonios de grandes referentes de la música nacional, facsímiles de informes de inteligencia, anécdotas y una exhaustiva investigación de archivo, el trabajo publicado por Editorial Eudeba se espeja en la diplomacia del término alemán de la Realpolitik, es decir, “en una lectura más práctica que teórica.
Más pragmática que ideológica. No se analiza al rock a la luz de dogmas irrefutables sino a partir de procesos que el libro exhibe como naturales. Hice todos los esfuerzos posibles para evitar los vicios más comunes en el rubro”, manifiesta Provéndola.
El germen del libro fue la tesis con la que se recibió de Periodista en la porteña Universidad del Salvador. “Hubo por un lado una búsqueda profunda y exhaustiva de material y, por el otro, una metodología que le dio sentido y dirección al contenido, donde la ayuda de Alfredo Mason, mi tutor en la tesis y quien funcionó como una especie de editor a priori, fue fundamental”, explica el también autor de “Historias de Villa Gesell”, publicado en 2010.
“Cuando me propuse publicarlo, apareció la gente de Eudeba y la sabia mirada de Jorge Sigal, quien me orientó en la búsqueda de un tono que no fuera estrictamente académico para abrir el juego a todo tipo de lectores”, relata Provéndola, quien recibió en 2011 el Premio Latinoamérica de Periodismo sobre Drogas por una investigación sobre el doping en el deporte.
Las etapas
“Rockpolitik” se configura en ocho capítulos, cada uno de ellos dedicado a un período especial del género musical y su relación con la política. Tras el origen del rock y su llegada a Argentina, se indaga desde “La hora cero del rock nacional (1965-1968)” hasta “Rock modelo siglo XXI (1999-2015)”, con la intervención activa del género en el terreno de la política y varias experiencias de carácter militante-partidaria, como Cristian Aldana (El Otro Yo), Hernán Cabra de Vega (Las Manos de Filippi) y Ciro Pertusi (ex Attaque 77 y actual Jauría).
-¿El rock es sólido cuando hay algo para decir y, si no, le canta a cuestiones triviales?
-El rock aparece, simplemente. Como todo hecho creativo, puede inspirarse en situaciones conscientes o también de modo inesperado. Es un impulso motorizado por estímulos diversos. Por eso podemos encontrar desde verdaderos manifiestos ideológicos hasta proclamas que, en apariencia, lucen triviales. Creo que lo importante es leer y valorizar todos los fenómenos por igual, sin prejuicios ni varas morales. No hay en “RockPolitik” críticas ni desprecios hacia nada ni nadie.
El desafío es poder entender los procesos, absolutamente todos, sin faltarles el respeto. Desdeño de aquellos analistas que se arrogan autoridades éticas para calificar etapas como si estuvieran poniéndole puntos a un disco. Esa gente evidentemente no entendió lo que estaba sucediendo y simplemente se limitó a analizar todo desde sus propias categorías y gustos.
-¿Qué lectura hacés de los informes de espionaje de la Dirección de Inteligencia?
-Sirven para interpretar de manera fehaciente, y no a través de versiones o mitos, el modo en que el rock fue espiado y, por otra parte, los motivos que hicieron de él un objeto digno de ser sospechado y perseguido. En otro orden de cosas, también permite vislumbrar el funcionamiento de organismos de inteligencia poderosos pero a su vez poco visibilizados hasta no hace mucho tiempo.
-¿Qué relevancia política tuvo y tiene el rock en nuestra historia?
-El rock tuvo durante varias décadas un rol fundamental en la generación sentidos, narrativas e identidades juveniles, sobre todo en aquellas donde la sucesión de gobiernos antidemocráticos limitaron prácticas como la militancia política o estudiantil.
Las lecturas que se desprenden de estos procesos son muy enriquecedoras, dado que ofrecen análisis que van más allá del terreno artístico y se inscriben en el ámbito político e ideológico. El rock constituye un hecho político en sí mismo, porque propone una cosmovisión y un conjunto de valores ampliamente compartidos.
Creo profundamente que el rock fue el movimiento contracultural más masivo y popular que tuvo la Argentina durante el último medio siglo. No quiero decir con esto que fue el único o el más importante, sino que fue el que más penetración y dimensión social alcanzó. Las proclamas del Indio Solari o de Charly García, al menos las que concibieron en sus mejores momentos de iluminación intelectual, tuvieron tanta expansión como las de Perón.
-¿Creés que el rock aprendió a convivir y trabajar con la democracia?
-Absolutamente. Ese fue el desafío que se le impuso al rock a partir de 1983: el de salir de la trinchera y armonizar con prácticas institucionales que era necesario defender. Por eso es que veo saludable que muchos rockeros se animen a involucrarse en política como modo de darle operatividad a su potencia transformadora.
Por supuesto que hay matices y situaciones cuestionables. En todo caso la pregunta que debe hacerse el músico es si todo vale con tal de hacerse escuchar. La respuesta debe ser coherente con la dignidad artística e ideológica.
-¿Es comparable la historia argentina del rock con la de Inglaterra y los Estados Unidos?
-Poco y nada, salvo que detrás de todos esos fenómenos hubo un fuerte componente juvenil e intelectual. Pero cada lugar tiene sus particularidades sociales y culturales y las de Argentina influyeron para que el rock adoptara rasgos indentitarios propios de su lugar de origen. Me parece un error analizar la valía artística de un grupo argentino en contraste con los Beatles.
Es proyectar la imagen en un espejo que está lejos en el tiempo y en el espacio. Hay que evitar las nostalgias y los deseos personales para poder entender el verdadero sentido que tuvo y tiene el rock como fenómeno de la cultura popular argentina. El que no lo hace, sintoniza la frecuencia equivocada y escucha una música desafinada.