Se acerca la primavera y es buena ocasión para ponerse en contacto con la tierra, esa misma que nos da el sustento diario a través de la semilla.
Si hubo alguien que dejó enseñanzas del vínculo con la Pachamama fue don Juan Draghi Lucero, escritor por vocación, recolector de historias. Desde niño, cuando por causas del destino, huérfano de padre, tuvo que transformarse en el sustento de familia junto a su madre, Ascensión Lucero, paisana de Villa Seca (Tunuyán), uno de sus trabajos fue el de leñatero. Allí en los desiertos de donde se traía el recurso de cocina y calefacción a la ciudad, en los empircados fogones nocheros, escuchaba atentamente los relatos de los carreros jarilleros, que atesoraría en su memoria y luego fueran su empuje a la literatura.
A lo largo de su obra, don Juan, nos muestra cómo la mujer y el hombre mendocinos, se diferenciaban del argentino del resto del territorio nacional, por su costumbre hortelana.
En su entrevista con Daniel Prieto Castillo, "La memoria y el arte" de 1994, declara: "Sí, yo trato siempre de ubicar al hombre hortelano, porque el mendocino fue troquelado por el agua de regadío del histórico río Mendoza, que irrigaban la cantidad de chacras que rodeaban la ciudad… " .
Otros elementos narrativos como "La demanda de las hormigas", "Los tíos chiquitos" o "Juan Guaquinchay" del libro "El hachador de Altos Limpios" de 1966, ilustran claramente la huerta mendocina y la habilidad del individuo en el manejo de las herramientas de labranza.
No podemos dejar de mencionar que gracias a su labor como historiador e investigador, nos ha dejado documentos importantísimos, como la introducción del cepaje francés para vinificación a cargo del galo Miguel Amado Pouget, entre otras cosas.
A través de los cuentos nos devela cómo Mendoza abastecía gracias a los huertos a Rosario y Buenos Aires de las más sabrosas confituras de la época, frutas desecadas, higos mondados, arropes, dulces y tabletas, en "Los testigos de Aranda" o personas allegadas a la alta sociedad gozaban de las primicias hortelanas como los párrocos en "El Pelao", estos dos últimos del libro "Y los ríos se secaron" de 1989.
Un anhelo de don Juan era que el hombre y la mujer, "estómagos que caminan" (como él mismo decía), volviesen a la tierra, a la huerta, un elemento de atenuación de la pobreza, del hambre, de la necesidad.
Su camino literario, está colmado de mensajes que demuestran la bondad del huerto y de la vida campesina, en contraposición a vivir hacinados en ciudades entre papeles, comercios y oficinas, donde todo es dinero y consumo desmedido.
Volver a la tierra, en un metro cuadrado, un jardín, en una maceta, en un tarro o un cantero, creo que vale la pena probar.
Fabián Joaquín García
DNI 18.492.903