Un murmullo especial, entre una sensación de admiración y asombro, hasta de temor por el riesgo de que pudiera perder la pelota, acompañaba desde la popular y la platea los finos y perfectos movimientos de Juan de Dios González cuando salía jugando desde el fondo de la defensa Blanquinegra en aquellos inolvidables Nacionales de comienzos de la década del 70 (1970, 1971 y 1972) cuando Gimnasia y Esgrima era realmente Mendoza y actuaba en condición de local en el estadio de Godoy Cruz respaldado por una multitud fervorosa y entusiasta que se sentía plenamente identificada por aquel juego de caños, túneles, paredes, chanfles y sutiles toques.
Aquel recordado defensor de largas piernas flacas, delgada silueta, cabeza levantada, rápida mirada, amplio panorama y trancos firmes y seguros dejaba bien atrás su muchas veces mentirosa función de marcador de punta izquierda y cuando pisaba el medio campo entregaba el fútbol al toque en los pies del Maestro Víctor Antonio Legrotaglie o del Bolita Alfredo Angel Sosa los encargados de generar juego y asistir a los delanteros de aquel vistoso equipo quizás el más grande en todo el historial del fútbol mendocino.
Con el máximo respeto que también merecen el poderoso Independiente Rivadavia de la triple corona en el medio local (1960, 1961 y 1962) que dirigió el enorme Mumo Orsi y el estupendo Atlético San Martín del Nacional de 1974 que ganó los ocho partidos que jugó como local en su entonces invencible feudo del Este.
El “Chamaco”, así llamado porque lucía unos gruesos e inconfundibles bigotes negros, que aún conserva algo encanecidos, a imagen y semejanza de Carlos Manuel Rodríguez, aquel volante de Ferrocarril Oeste (1966-1967) y River Plate (1968-1970), respondía a la generosa y prolija filosofía del esférico bien jugado, a ras del piso, con pases justos y al milímetro, como la mayoría de aquellos referentes de ese Lobo de galera y de bastón con la cuota de marca, fuerza, temperamento y personalidad que hacía falta y que aquellos jugadores también tenían y ponían cuando hacía falta para asegurar un resultado.
Se recuerda que en esa época llegaron a sobresalir en ese rico plantel de los tres Nacionales consecutivos figuras del nivel del Chalo Pedone, Ciro Lucero, Cabezón Castellanos, Lobito Pereyra, Bebán Guayama, Polaco Torres, Cura Vergara, Documento Ibáñez, Cachorro Aceituno, Miguel Angel Albarracín, Negro Villalba, el riojano Luna, Eladio Oropel, Chowua Mantovani, Gauchito Guzmán, Loco Fornari, Negro Benítez, Marcos Noé Becerra, Ruso Grudzien, Ojudo Patire, el tucumano Burgos, Aguirre, Cogote Paiva y los nombrados Legrotaglie y Bolita Sosa además del propio Juan de Dios.
A los 69 años (08-03-44), casado con Matilde Esther Bacota Chubelich, santafesina de nacimiento pero de origen yugoslavo, padre de “tres hermosas hijas” como las califica: Alejandra (39), que es auxiliar en kinesiología, Paola (36) estudiante de derecho y Cintia Stelvina (29) preceptora en un colegio secundario, el recordado “Chamaco” abrió de par en par las puertas de la nostalgia y viajó a aquella añorada infancia en El Espino, un paraje a unos 10 kilómetros al Este de San Martín poblado de fincas, donde su papá don Lisandro González tenía una propiedad y donde nació y creció. Feliz y añorada infancia según su relato en que pasaba horas jugando a la pelota y en que recibía el singular apodo de “El Zurdito” porque ya dibujaba finas sutilezas con su pierna izquierda que era la más hábil.
“Empecé a jugar alrededor de los 10 años en El Espino el equipo de mi barrio que participaba en los Campeonatos Infantiles Evita hasta que después lo hice con otro nombre y otro carnet para Buen Orden donde me llevó el Chiche un tío del Gorrión Bernabé.
De chico me ponía la 10 porque jugaba en esa posición y como tenía cierta habilidad para pisar la pelota y tocar de primera mis compañeros me conocían más por “el Zurdito” que por mi propio apellido.
A los 11 años hice un viaje a Buenos Aires a visitar una tía - Paula Elisa – que vivía en Vicente López. Como era fanática de Boca Juniors me consiguió una práctica con otros chicos de mi edad en la famosa Bombonera donde vi de cerca a ídolos que solo conocía por las figuritas de la época como el arquero Musimessi, el Leoncito Pescia, Pepino Borello y nuestro recordado Pancho Lombardo.
Me hice hincha de Boca y siempre recuerdo las palabras de mi tía que me dijo convencida antes de mi regreso a Mendoza: “algún día vos también vas a jugar en esta cancha”. Resultó una premonición porque años después pisé ese mítico escenario como jugador del Lobo en la fecha 12 del Nacional de 1972 en que empatamos 1 a 1 con goles de Curioni (Boca) y Aguirre (GE)” comenta este singular personaje enamorado de su familia, el fútbol y la vida.
Gimnasia de la felicidad
Juan de Dios dio sus primeros pasos oficiales en una octava división del Atlético San Martín donde llegó recomendado por Raúl Moral que era el entrenador de las inferiores quien cuando lo vio jugar en Buen Orden quedó impresionado por sus condiciones. Según cuenta, como vivía bastante lejos y como tampoco le gustaba mucho el entrenamiento, a veces se perdía del club durante diez o más días por lo que don Raúl lo aconsejaba: “Usted venga cuando pueda o cuando quiera, pero venga porque juega bien”.
Con el tiempo pasó de una Quinta “B” a la reserva convocado por Mumo Orsi a la par de a Peralta, Spadano y el Ruso Czentoricky y poco después en 1967 hizo su debut en la primera junto al Chupete Márquez en un partido contra Estudiantes de San Luis por el Regional donde reemplazó al Negro Ambroggi que se había lesionado. Se recuerda aquella formación con el Gringo Reggi en el arco; Troyano, Osvaldo Sosa, Sergio Vázquez que esa tarde jugó de 6 y Maryllack; Márquez y el Negro Guzmán; Chiche Lamelza, Noguera, Roberto Molina y Juan de Dios González.
Al año siguiente, por gestión de Mario Manzur, entonces presidente del club la Amistad de Ingeniero Giagnoni, surgió la posibilidad de pasar a Gimnasia y Esgrima. Evoca el Chamaco: “ Aunque me había iniciado en San Martín mi papá me hizo hincha de Gimnasia desde niño y yo lo acompañaba a todas las canchas. Cuando los veía jugar desde la popular como podía imaginar que algún día iba a ser compañero de aquellos monstruos que tanto admiraba: el sanjuanino Ramírez, el Panza Videla, el Víctor, el Polaco Torres, el Bola Sosa, el Cachorro Aceituno, el Negro Montes de Oca y Geniol Ledesma entre otros. Cuando perdí a mi papá, que falleció muy joven en 1965 y nunca me vio jugar con los colores que tanto amaba, don Tito Guzzo se convirtió en mi segundo padre.
Era una persona especial, amable, comprensiva, con su acento paternal y su inmenso amor gimnasista, sus buenos consejos y su apoyo permanente, preocupado de que nunca me faltara nada. Llegué al Lobo con una mano atrás y otra adelante, con lo puesto. Don Tito y Jaime Grau me llevaron a firmar a la Liga Mendocina y como se había hecho muy tarde esa noche me alojaron en el hotel que ubica frente al edificio de esa entidad en la calle Garibaldi. Me pidieron que al otro día los esperara en la puerta a las 11 de la mañana porque me iban a llevar a hacer un trámite personal. Ni me imaginaba que podía ser.
Ahí estaba, paradito, esperándolos, cuando llegaron con otro dirigente, muy bien vestido, de traje, alto, impecable, de gruesos lentes, muy educado y atento. Era don Samuel Kolton el presidente de la institución, que sin conocerme me abrazó y me dijo: “Desde ahora Usted es mi ahijado”. Me acompañaron a la sastrería Los Ases que era un lugar muy distinguido para que eligiera lo que me hiciera falta, la ropa que necesitara, porque yo andaba con un vaquero bastante gastado que daba pena. Agarré la canastita, puse un pantalón, un par de chombas, unas medias y dos o tres calzoncillos. ¡Para qué! Me retaron los tres: “¿Que hace, Juan de Dios?...Usted ahora es jugador de Gimnasia y de acá se va bien vestido”.
Llamaron al gerente y me eligieron dos trajes, un conjunto de pantalón gris y bleizer azul de botones dorados, varias camisas muy finas, corbatas al tono, dos pares de zapatos y algo de ropa interior. No lo podía creer, ni yo me conocía, pero me miraba al espejo y era yo. Caminaba en puntas de pie, no me quería despertar de lo que me parecía un sueño. Como tenía que volver a mi casa en San Martín me dejaron en la terminal. Me acuerdo que tenía dos o tres pesos, la plata justa para el pasaje, pero al despedirme me entregaron un sobre cerrado.
Cuando lo abrí arriba del ómnibus tampoco lo podía creer porque había 5.000 pesos en efectivo para mis gastos particulares. Me pellizcaba para saber si todo lo que me estaba pasando era cierto, si no estaba soñando despierto. No cabía en mi felicidad, en mi asombro, tenía ganas de abrazarme con toda la gente que iba en el colectivo.
Gimnasia me cambió la vida, me dio todo como ser humano y como futbolista. Si no viviera tan lejos trabajaría ad-honorem en el semillero porque tengo un agradecimiento eterno. Nunca tuve tantos “padrinos” juntos que entraban al camarín, pasaban y disimuladamente siempre dejaban algo en el bolsillo. Además de don Tito Guzzo, Jaime Grau y el presidente Kolton también recuerdo con cariño y gran respeto al doctor. Guevara Anzorena, don Félix Gibbs que fue gobernador de la Provincia y nos venía a ver jugar, Pablo Antonicelli que una vez me puso en el saco la llave de un O Km., don Pedro Cámpora, don Gabriel Guzzo, Víctor Colonnese, los Dres.
Alfredo y Guillermo Mosso, el Teniente Coronel Estanga, don Luis Menotti Pescarmona que nos invitaba a recorrer su empresa, Guillermo Martínez, Carlos Cailly, el ingeniero Salem Nazar y Roberto Meschini. A aquellos dirigentes lo único que les faltó fue salir a la cancha y jugar. Después como equipo éramos como el viento porque a veces soplábamos muy fuerte, otras un poco y en ocasiones nada.
Pero jugábamos con alegría, al compás de los Compadres, con un gran respeto por el toque, que era un culto, una religión. Teníamos prohibido el pelotazo y al que lo hacía nosotros mismos lo multábamos. Aquel Gimnasia fue algo único y maravilloso, inmortal en el recuerdo de quienes tuvimos el privilegio de integrarlo y seguramente de mucha gente que lo vio jugar”.