Entre aquellos cientos de alumnos que durante los recreos largos y las horas libres se entretenían en disputados partidos de fútbol en el viejo patio de baldosas del Instituto Leonardo Murialdo, en la pujante Villa Nueva de la década del 60 que crecía día a día al ritmo que marcaba el progreso, había un chiquilín que por su habilidad y picardía sobresalía sobre el resto.
El Dr. Juan Carlos Aguilar, primer egresado de ese colegio, el Arq. Gerardo Andía y Eduardo Mesa , antiguos compañeros de aquellos picados infantiles plenos de bullicio y alegría, en que participaban los mismos clérigos del establecimiento, cuentan que tenía cosas propias del potrero porque pisaba la pelota, amagaba para un lado y salía por el otro, generalmente por la izquierda que era su perfil más apto, entre los gritos y el aliento de sus compañeros de grado que festejaban como propios sus jugadas, gambetas, toques y hermosos goles.
Con el paso del tiempo, apenas a los 16 años, cuando ya había debutado a los 14 y medio en la primera de Leonardo Murialdo, aquel pibe que respondía al nombre de Juan Carlos Rinaldini resultó protagonista de una singular historia al ser transferido a tan corta edad a la Fiorentina de Italia donde no llegó a jugar oficialmente por una cuestión reglamentaria en razón de que era menor de edad.
Se recuerda en esos tiempos la abnegada acción solidaria y la permanente obra de bien de los Padres Josefinos, miembros de la Congregación de San José, a los que se conocía desde 1873 como los Josefinos de Murialdo, herederos de la ejemplar tarea evangelizadora y del espíritu religioso del padre San Leonardo Murialdo (1828-1900) tan querido por la comunidad de Guaymallén por su mensaje de amor y caridad.
Forjadores a comienzos de la década del 40 del llamado Hogar del Niño Obrero un espacio de puertas abiertas destinado en un principio a brindar protección con un techo seguro y un plato de comida caliente a 30 niños huérfanos de la villa que no conocían la caricia o la sonrisa de una madre o de un padre. Acción que rápidamente se extendió a otros chicos de condición humilde y carenciada, necesitados también de una buena educación y formación, bajo un régimen de pupilos o semi-pupilos.
Doña Lucila Barrionuevo de Bombal se había convertido en la gran protectora, en la primera benefactora de aquella obra de bien al donar los terrenos donde forjaron su porvenir cientos de jóvenes formados en la rectitud y las buenas costumbres. Así aquella casa de desprotegidos se convirtió en un instituto primario y secundario donde también aprendían el trabajo diario en la huerta y la chacra del colegio y se preparaban para integrar la Banda de Música y el Coro de Niños Cantores.
Sobriamente vestidos y perfectamente formados con sus pantalones largos, camisas y gorros marineros blancos, dirigidos por el maestro Víctor Volpe. Además del juego del fútbol que desarrollaban con tantas ganas y vitalidad.
"Es nuestro"
A los 69 años de edad (26-10-43), en su hogar de la calle Pedro Pascual Segura de San José, mientas su esposa Rosa sirve una bebida refrescante y sus nietos Celeste y Santino juegan en el patio interior de la amplia vivienda, Juan Carlos muestra orgulloso los muchos recortes de diarios y revistas y las fotografías que ha guardado de sus tiempos de jugador mientras evoca con nostalgia la época de la infancia en aquellos sagrados claustros del Instituto Leonardo Murialdo y la singular experiencia que le tocó vivir con solo 16 años: "los sacerdotes jugaban a la pelota con todos nosotros y se reían y divertían con la misma inocencia de los niños. Me acuerdo que el padre Pedrito Spertini, que era uno de los más entusiastas, se arremangaba la sotana, la sujetaba a la cintura y se mezclaba en los picados. Hasta el propio director, don Victorio Gagliardi, aplaudía o celebraba las maniobras y goles más vistosos y el capellán Facundo quien era el que nos daba la bienvenida o nos despedía después del día de clases, se encargaba de la utilería porque cosía las redes cuando se rompían o arreglaba las pelotas cuando se pinchaban.
Los chicos que mostraban condiciones eran recomendados para que integraran las divisiones inferiores de Leonardo Murialdo y a mi me llevaron para que lo hiciera de número 10. Con edad de sexta, cuando tenía apenas 14 años y medio, don Angel Zurdo me puso en la primera como puntero izquierdo en reemplazo de Manuel Andrés Puche en una delantera que me acuerdo de memoria: Lima, Rocco, Ropero, Rubén Rodríguez y yo.
Más tarde el padre Pedro Volpi, que había llegado de Villa Bosch, hizo los contactos con miembros de la misma congregación que residían en Firenze para que me vinieran a ver jugar de la Fiorentina. Primero me observaron en un partido acá en Mendoza y luego en un amistoso entre Sportivo Italiano para quién jugué y Deportivo Español en Buenos Aires. Mi papá que me había acompañado contaba que después de esa prueba Angelo Galuzzi, que era el representante de la Fiorentina, exclamaba entusiasmado en la platea: "E nostro, e nostro" ("Es nuestro, es nuestro").
El Bambino
El relato del Canario Rinaldini continúa con la experiencia vivida en Italia: "cuando llegué a la estación de Firenze no lo podía creer. Había más de mil hinchas que me sacaron por la ventanilla del tren y me pasearon por todo el andén mientras coreaban felices mi nombre. Se le había dado una gran trascendencia a mi pase, los medio publicaban mi foto con grandes titulares y me identificaban como "El Bambino de Oro".
Como era menor de edad el club me puso de tutor a Miguel Angel Montuori, un excelente compañero que me trató muy bien, como el hijo varón que no tenía y del que tengo el mejor de los recuerdos. Me tocó debutar en un amistoso contra la Roma donde estaba Manfredini, después vino el San Pablo de Brasil y más tarde la Fiorentina realizó una gira de tres semanas por Francia, España, Austria y Alemania en la que salí siempre como titular.
Con el campeonato a punto de comenzar se conoció la negativa de la AFA que no envió el pase por mi condición de menor de edad. Podía quedarme dos temporadas sin actuar oficialmente hasta que cumpliera los 18 años o bien podía pasar al Lecce de la Serie "B" en igual situación para jugar únicamente amistosos.
Cuando mi papá se enteró en Mendoza lo que había ocurrido se enojó muchísimo y me hizo regresar de inmediato muy molesto con la AFA. Al llegar a Ezeiza me estaban esperando dirigentes de San Lorenzo, Estudiantes de la Plata, River Plate y Boca Júniors.
Sin embargo mi papá continuaba muy molesto y durante tres meses me prohibió que volviera a jugar al fútbol. Quería que estudiara o que buscara algún trabajo. Solo cuando se le pasó la bronca autorizó que Murialdo me vendiera a San Lorenzo que había ofrecido 500.000 pesos por mi pase definitivo. Mucho menos que la Fiorentina que había convenido pagar 1.500.000 pesos".
Los Azulgranas
Rinaldini evoca de manera especial su paso por los Azulgranas donde recuperó la sonrisa y volvió a ser feliz dentro de una cancha: "en San Lorenzo viví dos etapas maravillosas, las mejores de mi trayectoria como jugador. En la primera compartí un ataque de lujo con Facundo, Coco Rossi, Omar Higinio García, el Nene Sanfilippo y Boggio o yo. En esa época residí un tiempo en la concentración del desaparecido estadio de la Avenida La Plata hasta que el Enano Sanfilippo, un goleador extraordinario, muy buen compañero y gran consejero, me brindó durante cinco meses la hospitalidad de su casa.
En 1963 tuve que regresar a Mendoza para cumplir con el servicio militar obligatorio pero como fui exceptuado me contrató don Salvador Iúdica para jugar una temporada a préstamo en Independiente Rivadavia. En el club del parque jugué con el Gringo Filizzola, Tito Torres, las Araña Merlo, Italo Fernández, Osvaldo Aliendro, el Conejo Luis Cortez, el Negro Sarmiento, el Arbolito López y el rosarino Urquiza entre otros. Entre el 64 y el 65 en mi segundo ciclo regresé a San Lorenzo cuando nacían los famosos "Caras Sucias", aquel equipo que hacía todo fácil y sencillo, que trasmitía alegría y se divertía en cualquier cancha.
El Toscano Rendo, el tucumano Albrecht y la Oveja Telch eran los más experimentados de un plantel que mostraba la frescura del Loquito Doval, del Nano Veira, mi amigo el Bambino Veira y Casita (por Casa) que había perdido un brazo a raíz de un accidente y que hacía un gran esfuerzo para poder jugar. Por suerte lo tuve de compañero al Pato Gramari al que nunca podía superar cuando lo había enfrentado.
Al año siguiente me fui a Estudiantes de La Plata y en el 67 pasé a Almagro donde me relacioné con Albino Valentini y Chiche Sosa dos de mis mejores amigos del fútbol. También jugué en Gutiérrez Sport Club y en San Martín de San Juan hasta que entre el 71 y el 73 cerré mi campaña en Atuel Norte de San Rafael. Viajaba todos los fines de semana con Vicente Chicho Russo, que después fue intendente de ese departamento, y que por esa época estudiaba en la capital".
Juan Carlos Rinaldini, el bambino de Florencia
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