Delirio en las calles mendocinas. Fanáticos y fanáticas sudando mares de amor, bajo el sol agobiante; solamente para no perder el lugar del prado que les permitirá verlo y escucharlo. Un operativo de seguridad para cuidarlo, incluso de la prensa, bastante inusitado. Entradas agotadísimas casi antes de abrir boleterías.
Algún distraído que se tope con estas primeras líneas, sin reparar en imágenes o nombres propios, puede pensar que el panorama está delineando la presencia de Mick Jagger o Madonna; pero no. Es insólito, realmente, porque se trata de
José Carreras
: tenor, hombre entrenado en el ‘bel canto’, forjador de sonidos para la ópera: todos asuntos que están lejos de asociarse con el fervor de los fans.
Es que José Carreras gestó, junto a
Plácido Domingo
y el absolutamente inigualable
Luciano Pavarotti,
un ‘hito’ en la historia de la canción académica. Ellos tres fueron los que sacaron los arpegios de Vivaldi a la plaza pública, los que hicieron estremecer transeúntes con los devaneos de “La Boheme”, los que agitaron los muros del coliseo lírico de la Ciudad Condal con “Sansón y Dalila” de Camille Saint-Saëns; de ahí amor exaltado de las plateas.
Corrían los ‘90, cuando los medios decidían esparcir discursos transculturales y estos tres artistas supieron que ‘ese’ era el momento de ‘popularizar’ la ópera. “Fue una experiencia extraordinaria tanto en lo artístico como en lo personal -dirá él, con tono pausado y españolísimo. Tuvimos la posibilidad cantar juntos para un público muy heterogéneo; mucho del cual no estaba familiarizado con la ópera o la música clásica. Conseguimos llegar a ese público, pero no fuimos pioneros de nada. En lo personal, lo que comenzó como una relación profesional se convirtió en una sólida amistad”.
-¿No considera que fueron pioneros?
-Cuando cantamos por primera vez fue porque pensamos que podíamos hacer lo que habíamos hecho durante varias décadas, en distintos teatros del mundo para públicos más amplios y heterogéneos. Esa posibilidad, de acercar la “música seria” (el maestro resalta las comillas) y los personajes operísticos, nos sucedía como una novedad. Que esto no le haya gustado a todo el mundo, forma parte de las reglas del juego.
-¿Se refiere a los puristas?
-Los puristas más respetados. Pero eso no quiere decir que uno no esté de acuerdo con ellos. Mientras hicimos estos conciertos, que fueron pocos, no muchos, no dejamos nuestras demás actividades operísticas de lado. De vez en cuando hacíamos una incursión, siempre con motivo de algún acontecimiento. El primero fue para el mundial de fútbol de Italia ‘90; luego siguieron Estados Unidos (‘94); París (‘98) y Japón (2002). Había un por qué; un proyecto que ligaba estos conciertos.
-¿A usted le gusta el fútbol?
-(Ciñe el gesto, se queda en silencio y dice “No” estirando las vocales). Yo creo que el fútbol está por encima de todas las cosas de la vida (risas). Soy barcelonés, por lo tanto, mi equipo es el Barça. Siempre que estoy en Barcelona tengo la suerte de ir a la cancha y ver jugar a Messi. Hoy el Barça ganó un partido en Moscú, Messi marcó dos goles.
-¿Es fan de Messi?
-Aparte del talento extraordinario que le dio el de arriba (el tenor levanta la vista, en un gesto), es una persona encantadora. Tiene un entorno familiar que lo ha protegido y le ha indicado el camino. No sólo le queremos, ¡le veneramos!.
-Es contrastante la imagen de usted agitando la camiseta del Barça en un partido y luego interpretando un aria del repertorio operístico.
-Creo que son dos tipos de cosas en las que interviene la pasión. Yo no sé estarme quieto ni callado en un partido de fútbol, pero sí lo hago cuando concurro a un concierto de cuerdas. Ahora, a esta pasión, el verdadero apasionado, la vive. Y es lo correcto.
El hombre que supo construir su propio mito
Aunque José Carreras haya adquirido popularidad global con el proyecto que compartió con Plácido Domingo y Pavarotti, los méritos escénicos y vocales del tenor no se ciñen a esta década global. Muy atrás en el tiempo él supo construir su propio mito: debutó en el New York City Opera, cantando “Madame Butterfly” y no bajó de ese escenario por dos temporadas seguidas.
Tal prodigio hizo que los buceadores en historias corriesen las páginas de su trama personal. Y encontraron a esa voz brillante como un pequeño cristal en bruto de apenas 7 años. A esa edad el pequeño José supo que cantar era su norte. Y doña Magda Pruneda (profesora del Orfeón Graciense) fue testigo de tal revelación, como maestra de aquel niño de origen humilde y sin grandes ventajas sociales (su mamá era peluquera y su papá cabo de la Guardia Urbana española).
Dos antes, ese mismo niño de mirada despierta, se instalaba, durante un calendario, en el gran Buenos Aires. Eran los años 50’. Villa Ballester y José León Suárez. “De aquél entonces guardo, apenas, unos flashes. Me quedó, sobretodo, lo que he oído a través de mi familia: la estancia en Argentina fue una aventura muy positiva”.
Dicen que el talento se abre paso a como dé lugar. Tal fue el caso de Carreras que, pese a su contexto (en el que la ópera no era el pan diario) supo extraer lo poco que la vida le daba para nutrir sus ansias. Es así que fue su abuelo Salvador, gran aficionado a la música, el que fue marcándole los pasos de niño inquieto y cantarín.
A los 17 años el tenor decidió emprender sus estudios formales y ya nada lo detuvo. De hecho, fue casi el azar el que terminó de sentar la posición: fue al cine, con su papá, a ver “El gran Carusso” y esa historia dramática y atravesada por la música lo dejó tan impactado que sus planes como licenciado en química empezaron a agonizar casi al mismo tiempo de ser concebidos; sin que él lo supiese: se enroló en el Conservatorio Nacional y repartía sus tiempos de técnica vocal con el trabajo en un laboratorio de cosmética y los estudios en química.
Cuatro años más tarde, se dijo: “no va más” y consiguió que el encargado del Liceo lo escuchase cantar. Don Juan Antonio Pamias, tal el nombre del productor, quedó tan encantado con la voz de Carreras que le dio el pequeño papel de Flavio en la ópera “Norma” (donde cantó con Monserrat Caballé, Fiorenza Cosotto y Bruno Prevedi). Se acercaban los ‘70 y el joven empezaba a acariciar el triunfo.
“Creo que la ‘misión’ del artista es transmitir emociones; sea a través de un libro, una pintura, una escultura o el canto”, dirá él, convencido.
Con esta historia en sus espaldas, una lucha bien ganada contra la leucemia y la proeza de haber hecho del ‘bel canto’ un sonido amable a los oídos menos entrenados,
José Carreras
llega a Mendoza para actuar por primera vez. Lo hará en los jardines del Espacio Cultural Le Parc, acompañado por
Verónica Cangemi, Jaime Torres
, la
Orquesta Filarmónica
, los
Coros Universitario y de Cámara de la UNCuyo
.
-¿Le gustan los conciertos multitudinarios?
-A todos los artistas nos gusta ofrecer nuestro arte en experiencias de estas características. Todo lo que signifique un estímulo, personal artístico, es muy interesante. Creo que lo peor que hay para un artista es la rutina, pues acaba apagándolo. En este sentido, estar involucrado en este tipo de proyectos, estas pequeñas aventuras que ofrecen otras oportunidades a nivel artístico, ha sido un permanente estímulo.
-¿Tiene otros proyectos, en este sentido?
-Aparte del periplo habitual de conciertos y recitales, estamos preparando una nueva ópera de la que no puedo develar mucho más. El proyecto está, aún, incipiente. Tengo muchas ganas de cantar antes de dejar de hacerlo.
-¿Piensa retirarse?
-(Suspira). No doy una fecha límite. No tengo pensado el día. Eso lo dictarán las circunstancias: cómo me encuentre y el entusiasmo que tenga de subirme al escenario. Si tengo que ser sincero, cada día, el entusiasmo es mayor: cuando uno se da cuenta de lo que perderá, aprovecha aún más aquello que más satisfacción te da.