Que uno de los más brillantes músicos y compositores que tuvo Mendoza, quien llevó la música de nuestra provincia para que fuese conocida por todo el mundo. Nos referimos a Jorge Marziali, fallecido el 9 de julio de 2017.
Hace casi 30 años atrás, diario Los Andes lo entrevistó cuando pasaba por un gran momento de su vida artística. En este interesante reportaje publicado el sábado 25 de febrero de 1989, Marziali reflexiona acerca de su persona y otros temas. Así nos comentaba:
"Estos últimos días Jorge Marziali ha vivido entre sus comprovincianos toda esa magia que se genera en días previos a la Vendimia central. Ha participado en alguna de las Vendimias departamentales, también en el Americanto, que comienza en estos días.
De esta forma no ha sido sorpresa encontrarlo en diferentes lugares del centro tomando café y compartiendo charlas con tantos amigos, entre ellos Julio Castillo, 'Negro de oro', que tanta ayuda ha brindado siempre a la gente del ambiente artístico. Justamente en una de esas charlas, se pudo captar toda una serie de reflexiones que el cantautor mendocino hacía en una de esas animadas tertulias.
Revisando recortes sobre la música popular -decía Marziali- y sobre mis idas y venidas a lo largo y ancho de este país, un buen día descubrí una línea de acción coherente en todas esas declaraciones mías. Esto, lejos de producirme alegría, motivó mi angustia. Es que me di cuenta que siempre yo terminaba hablando de lo mismo: la cultura y la música popular. Era desesperante. Monótono. Remanido.
Uno de esos artículos había sido titulado con una frase mía que decía: hacer canto popular no es popularizar canciones. Claro que el rigor del espacio en el título impedía un concepto más amplio como sería que una canción no es necesariamente popular por el solo hecho de estar popularizada. Pero se entendía.
En otro recorte leía: veo en el concepto modernizar un resultado de la histeria en la que estamos inmersos; histeria que nos queda grande por ser importada ( ...) La renovación en la música puede ser exótica, o sea extraña a nosotros mismos, puede ser una necesidad natural que respete los grados de aceleración histórica de la comunidad en la que se produce.
No hablemos de folklore -agregaba después- porque esa categoría la logran las costumbres y las manifestaciones estéticas añejadas en los mansos toneles de la elección popular. No hablemos de música. Mejor hablemos de las mutaciones del arte.
Dicho en europeo, los cubistas célebres logran renovar a partir de saber pintar un rostro con la nariz centro y un ojo a cada uno de sus lados, con una boca estratégicamente ubicada entre aquella y el mentón. Dicho en criollo -decía Yo -: para ser un buen comisario, primero hay que ser preso’”.
Y continuaba reflexionando en voz alta: “Me preocupé al observar que me repetía temáticamente. Uno sabe que nadie puede crecer (al menos en consideración popular) hablando siempre de lo mismo. ¿No es eso, acaso, el dogmatismo? ¿Y no somos nosotros los progresistas? ¿No somos los que vivimos tratando de terminar con los dogmas? En otro recorte, refiriéndome a la renovación de la música, preguntaba: ¿cómo es que alguien, pretendiendo renovar algo, no conoce debidamente lo que quiere renovar?
La canción criolla tiene afirmada una personalidad a lo largo de quinientos años. Es preciso internalizar antes el hábitat. Los sonidos choznos y la lingüística amasada y elegida por el pueblo. En los países como el nuestro, suele inducirse a los artistas a renovarse para que puedan comer. Pero como la renovación debe obedecer al espíritu, hay que aguardar las órdenes de éste, de lo contrario puede que se confunda comer con vivir, lo que obviamente no es lo mismo.
Me seguí preocupando. Temáticamente seguía siendo monótono, remanido, desesperante. (...) En un determinado momento me entró una duda: ¿no será -me decía- que los periodistas que lo agarran a uno por allí, lo corren para el lado que dispara, igual que a los locos? ¿No será una psicosis en la que periodista y entrevistado entran a chamuyar de cosas supuestamente importantes como para hacer una nota diferente, sesuda, que deje bien a los dos, aunque el precio sea hablar de cosas que no le importan a nadie? No sé. Para mí algo de eso debe haber. De todos modos, uno no puede darse el lujo de gastar reportajes para decir siempre lo mismo (...)”.