Jorge de la Vega: "Hay muchos renunciamientos para llegar a la meta"

El flautista mendocino, primer solista de la Orquesta del Colón, cierra un año especial

Jorge de la Vega: "Hay muchos renunciamientos  para llegar a la meta"
Jorge de la Vega: "Hay muchos renunciamientos para llegar a la meta"

A los 16 años, domingo por medio, lo pasaba a buscar el maestro Lars Nilsson en un Fiat 100 modelo 1975 para caminar por la montaña y tocar la flauta en algún cerro. A los 18 fue el primer egresado de la cátedra de Flauta de la Facultad de Arte de la UNCuyo. A los 23 obtuvo el puesto de solista en la Orquesta Estable del Teatro Colón. A los 25 conoció a su gurú artístico, el filósofo y músico alemán Paul Meisen con quien se perfeccionó en Europa durante dos años. Junto al ex "luthier" Ernesto Acher revolucionó las vacaciones infantiles de 2005 con el espectáculo "Los animales de la música" que colgó el cartel de "sold out" en 23 funciones en el Colón. Actuó en las orquestas más importantes del país y Uruguay, con obras de compositores latinoamericanos. Participó en orquestas internacionales como la Orquesta Sinfónica del Estado de San Pablo, Bach Collegium München y Münchner Rundfunkorchester. Se ha presentado en Canadá, Estados Unidos y Venezuela. Grabó más de 10 discos como solista con obras escritas especialmente para él. 

Fue director de Producción y Capacitación en la Secretaría de Cultura de Salta (2015-2016). Trabajó con (casi) todos: Luciano Pavarotti, José Carreras, Plácido Domingo, Mercedes Sosa, Joan Manuel Serrat, Paquito D'Rivera, Abel Pintos, Carlos Franzetti, Lito Vitale y Néstor Marconi, entre más.


Es considerado una de las 100 personalidades de la música clásica de la última década. | Orlando Pelichotti / Los Andes
Es considerado una de las 100 personalidades de la música clásica de la última década. | Orlando Pelichotti / Los Andes

Jorge de la Vega hoy tiene 62 años, obtuvo el Konex de Platino 2019 y un diploma de honor de esa academia. Es mendocino pero, de tanto andar, y al haber soltado pronto las alas lejos de su tierra natal, el acento cuyano se le ha extraviado.

Así se muestra en el encuentro con Estilo, en la casa de su mamá en Vistalba.

-¿Cómo estás cerrando este año tan especial para vos?

-Fenomenalmente, con muy lindas sorpresas. El Konex me llegó inesperadamente. Estoy muy feliz, aun por haber ganado también el de Platino. Además fue un año de concreciones laborales que vienen a cerrar un trabajo llevado a cabo durante mucho tiempo.

-¿A qué te referís con esos objetivos cumplidos?

-Aparte de mi trabajo particular en el Colón, con 36 años de tocar en la orquesta, tuve la oportunidad de formar parte de megaproducciones este año. Vinimos con mi mujer (Paula Argüelles, bailarina y coreógrafa) a hacer “Coppelia” y ahora fui el encargado de montar la Marcha Sinfónica de los Niños por el Clima en el estadio Arena Aconcagua el sábado pasado. Lo que aprendí en Salta, cuando me llamaron para el cargo de Producción Artística, además de la producción de mis discos, me motivó a producir espectáculos y hoy puedo volcarlo por mi cuenta. También la enseñanza. Este año debutamos con el ensamble de la Académica Orquestal del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Son 30 chicos talentosísimos, de entre 18 y 25 años de toda América Latina, que estoy dirigiendo y me enorgullecen todos los días.

-Respecto de la producción artística, ¿cómo se da en tu carrera esa tarea que suena contraria al ritmo de un flautista de una orquesta?

-Decís por el trabajo más en solitario que tenemos los músicos clásicos... No lo vivo así. Todo es un trabajo en equipo, y si no lo entendemos así no podés llegar muy lejos. Soy un agradecido porque pude haber nacido con un don pero sin mi entorno, mi familia, mis amigos, mi barrio de infancia, mis hijos, mis compañeros, mis colegas, hoy no sería quien soy ni habría alcanzado los éxitos que alcancé. Con más de 40 años de experiencia como músico de orquestas te aseguro que el director -tuve a los mejores del mundo- no es el que más sabe sino el que mejor interpreta las fortalezas de sus músicos y potencia las capacidades de cada uno para hacer un concierto memorable. El arte no es solitario, necesita de otra gente, nadie llega solo. Para ello, en todo orden de la vida, hay que trabajar el ego.

-Lars Nilsson, tu primer maestro, ¿te marcó en este sentido?

-Sí, claro. Lars se caracteriza por su generosidad para transmitir conocimientos y para generar el ambiente necesario para que cada uno se emocione con lo que está haciendo. Tuve la suerte de disfrutar uno de los momentos más espectaculares de Lars. En el ’75 éramos muy pocos estudiantes y él estaba en lo alto de su enorme energía creativa.

-Te fuiste muy joven, a los 18 años, de Mendoza. ¿Volviste a juntarte con ese primer grupo de estudio?

-No he visto a todos. La Escuela de Música no la conozco, me quedé en la de calle Lavalle y ahora está en el campus universitario. Hoy entraría y nadie me registraría. ¡Qué loco! Cuando antes me conocía hasta el de ordenanza. Yo fui el primer egresado de la Facultad de Música, en Flauta. Y mi madre (Norma Fernández) trabajó toda su vida allí.

-Supongo que te dará nostalgia porque allí empezaste a gestar el camino musical que te llevó a ser uno de los cinco mejores instrumentistas del país, a ser destacado entre las 100 personalidades de la música clásica de la última década…

-Lo comparo con los tenistas. Uno analiza a los primeros 30 o 70 del ranking, pero hay un montón más que no se bañan con agua caliente en los vestuarios y se mueven en micro. Sus vidas nada tienen que ver con el glamour y el dinero que han ganado los que están en la cima. Lo que hay detrás de esto, más allá de que lo que a uno lo regocija son los logros, es que hay muchos renunciamientos para llegar a la meta. Yo me fui solo a los 18 años a Buenos Aires. A partir de ahí no se festejan más los Días de la Madre, no hay más cumpleaños, ni domingos de asado familiar; te alejás de tus amigos, de tus olores, de tu aire, en busca de una causa que te mueve porque es más fuerte. Recuerdo un día de mi cumpleaños, tenía 19 ó 20 años, estaba comiendo un tomate con un queso, solo en un barcito, y de repente siento a alguien parado al lado mío: era mi madre que había ido a Buenos Aires a darme la sorpresa. Hoy que soy padre no me imagino lo mal que me sentiría si veo a mi hijo solo, en un bar, el día de su cumpleaños, comiendo un pedazo de queso. Pero uno no repara en eso; sólo ahora a la vejez. Hay un motor que te impulsa y te lleva a donde querés llegar, aunque todo tiene su precio. Y está bien que así sea.

-¿Te imaginabas ser quien sos?

-Me preparé mucho para esto, pero soy un convencido de que si bien uno viene con un don, y en la vida ha tenido una gran cuota de suerte, hay un proceso de esfuerzos muy grande detrás. Uno también pone lo suyo. Es un combo maravilloso que lo único que me genera es agradecimiento.

-¿Te sentís un visitante o un extranjero cuando venís a tocar a Mendoza?

-Siempre vengo, aunque no muy seguido. Este año vine con “Coppelia”. No se ha dado en estos últimos años volver como flautista. Tampoco noto ser un extraño ante el público porque para mí es lo mismo tocar en el Colón o a dónde fuere. El público es extraño en todos lados. Cuando subís al escenario no sabés quién está sentado enfrente, pero tenés el desafío de hacer que esa gente rápidamente sienta como si la conocieras de toda la vida. Porque tenés que lograr que la pase bien, que disfruten como uno lo hace arriba del escenario. El día que termine un concierto y no sienta eso, deberé retirarme.

Su gusto por la música popular

Jorge no discrimina las músicas: disfruta por igual de un concierto clásico con su Orquesta del Colón que con un show sinfónico de Abel Pintos para 12 mil personas, en el Arena Movistar, que ocurrió hace un mes. "Al contrario, me siento minusválido cuando toco para músicos folclóricos o de otro palo. Hace siete años estoy tocando unas quenas traversas cromáticas que me permiten tocar obras de Damián Sánchez, por ejemplo, para acercarme más al folclore. No soy del palo pero me encantaría serlo", comenta.

En este sentido, el músico ha estrenado en Argentina el "Gran Danzón" de Paquito D'Rivera, con quien mantiene una amistad. Carlos Franzetti escribió un concierto para él y también formó parte del "Serrat Sinfónico" en el que conoció a uno de sus ídolos, el pianista Ricardo Miralles.

"Tengo un altísimo agrado por la música popular", confiesa De la Vega y cierra: "Me encanta desmitificar la música clásica. Con Ernesto (Acher) lo logramos porque era una propuesta de humor musical, impensada para un solista del Colón como yo, que buscaba reconciliar a la familia con el teatro, atraer a los niños para volver al Colón, y para acercarse a la música. Tengo un alumno hoy que toca la flauta en el Colón porque me vio en ese espectáculo. Ése es mi mayor logro".

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