El poeta, crítico y periodista de vasta trayectoria Jorge Boccanera (1952) ha publicado "Monólogos del necio" (Editora Patria Grande), uno de los libros más intensos de su producción. La poética de Boccanera, ejemplo de constante indagación sobre la palabra, explora los pliegues del tiempo, sin desatender su sesgo sarcástico. Luminosas imágenes convocadas, como música incesante. Un poemario redondo, una rara avis a la que no le sobra ni le falta nada.
Siempre activo, Boccanera inicia el 2017 luego de realizar un viaje por Latinoamérica, como acostumbra, siendo editado en varios países y tras adjudicarse, recientemente en Ciudad de México, junto con Coral Bracho, el último premio del Encuentro Poetas del Mundo Latino, a la trayectoria, con un jurado internacional compuesto por 36 poetas. Además de la edición argentina, "Monólogo del necio" acaba de salir en México y Costa Rica, éste último, país donde además se reeditará Palma real. Annus mirabilis para un poeta argentino esencial.
“A diferencia de libros míos con cierta unidad temática (“Música fagot y piernas de Victoria”, “Sordomuda”, “Palma Real”), este último libro es una especie de vaso astillado contra el suelo -explica el autor-. Es un conjunto fragmentado, aunque sus imágenes estás hilvanadas por hebras de dolor ya que fue escrito en un tiempo de pérdidas, sobre todo la de mi padre, a fines del 2013. Posee creo yo un tono apesadumbrado; se ve en las secciones en que está dividido: “Ojos de la palabra” está atravesado por la imposibilidad del poeta de “calcar a la imaginación” (como pretendía el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón); de modo que para bosquejar su poema, antes tiene que quemar las naves. Aunque siempre al fondo de la olla donde cocina sus imágenes, encontrará al menos polvo de una pregunta. Y por ese solo relumbre, continúa con su monólogo de necedad. La segunda parte ‘La espera’ alude a ese no lugar que es la expectativa que vivieron y viven familiares de desaparecidos de la última dictadura militar. Situación desesperante “trabajada” como un estilete en el ánimo de esas personas por miserables, encargados de repartir falsas noticias. Y aunque hay también una sección llamada ‘Moribundaje’, hay también poemas que contrabalancean al ir del brazo del anhelo. De todos modos no creo que la poesía se divida en triste o alegre; si fuese así nadie leería literatura de Vallejo o de Onetti. La literatura debe tener –como dijo el poeta cubano Eliseo Diego- el peso de la intensidad”.
-Uno de los rasgos de tu decir poético se construye gracias a su sesgo sarcástico. ¿Qué pliegues de significación sentís que abren en el lenguaje?
-Sí, diste en el clavo. Pero no es un cometido ex profeso, sino que el tono zumbón, las colisiones que provoca la paradoja, la hilaridad del disparate, las cargas a profundidad del absurdo están en todo lo que escribo. Y mucho de lo que escribo trabaja sobre el sinsentido. De modo que la ironía juega en los entresijos de la semántica un rol esencial.
-Asimismo, detrás de todo poema yace la indagación de la palabra… ¿La conjetura es motor ineludible del poeta, más aún que el componente irracional?
-Se escribe motivado por la conjetura, la sospecha, el vislumbre mínimo. De ahí que la poesía es una flecha que va al grano, pero con un tránsito zigzagueante, impulsada por la digresión, guiada por la ambigüedad.
-En "Los afanes del poeta", que dedicás al chileno Oscar Hahn, decís: "el oropel y el loro/ los piojos del decir", versos que son perfecta síntesis de tu estilo limpio de cualquier atisbo de ampulosidad. ¿La claridad siempre te ha resultado una garantía de eficacia poética?
-Son diferentes modulaciones, cargas imaginarias distintas; hay voces comprimidas, altisonantes, lacónicas, de oralidad dilatada, etc. La mía se mueve en esa línea.
-La metáfora en tu poesía jamás resulta esforzada, ni fallida. ¿Es posible describir su importancia en la construcción del significado en tu poética?
-Hay que tener cuidado con la metáfora blanda, los símiles previsibles. Un maestro mío decía que el primer poeta que comparó a una mujer con una rosa fue un genio, pero los que le siguieron en eso… en fin. Uno enlaza en la metáfora constelaciones posibles de una cosa y otra; el tema es que no entre la gratuidad en esa labor. Un tema sobre el que nadie puede legislar.
-Un poema fuerte tuyo "Sonsonete de la página en blanco" dice así: "Tiran la mano y esconden la piedra./ Tiran la vida y esconden la poesía./ Tiran la piedra y esconden la mano./ Tiran la poesía y esconden la vida." Fijate como se deja leer y deslumbra como si se tratara de un axioma, donde el estatuto de poesía sugiere la primacía por sobre la vida misma. ¿Es posible recordar las circunstancias que te han llevado a escribir un poema de semejante intensidad?
-Muchos poemas salen de un sueño, de una imagen, de una idea y aún de un comentario de terceros, volcado al descuido en una conversación. A diferencia de otros poetas, no recuerdo en general dónde está la punta del ovillo, aunque en este seguramente de jugar con una frase popular y abrirla a otros significados.
-¿La poesía pendula de "lo posible a lo imposible?, ¿hay trucos?, ¿se puede impostar un verso?
-Hay quienes dicen que el poeta es un impostor. Yo creo que un poema es bueno cuando, además de su factura, se impone su carga de verdad. De algún modo el poema sale de una experiencia procesada en lo más recóndito de nuestro ser.
-"Cintas", es un poema especial, porque trata sobre la figura de tu madre. "Aros para bordar, un costurero, toda/ la vida un hilo. Enhebra olores en la cocina, zurce/ palabras desgarradas./ Su nostalgia es de lino." ¿Qué impulsos te llevaron a escribir ese poema en particular?
-Lo digo en el poema: “vivimos cosidos a una madre”. Una vez pasé en Costa Rica por una mercería y vi a mi madre allí, en los objetos dispersos en esa vidriera con botones de distintos tamaños, carretes de hilos de colores, encajes, etc. Yo sólo anoté lo que vi allí y le agregué una reflexión íntima. Porque para mí las grandes obras de la humanidad fueron hechas a mano, con aguja y dedal.
-Hay palabras que atraviesan el libro y cuyo peso específico estremece. Por ejemplo, pienso en "moribundaje" ¿Qué evocás con esa palabra?
-Ese poema me fue motivado por un libro que me estremeció: “La caída hacia arriba”, de Cristian Aliaga. Suele pasar que un libro de otro te cargue las pilas, te empuje a reflexionar sobre el tema, en este caso, el tema del dolor. Y a mí me llevó a una reflexión que más que conceptos está expresada con imágenes. Es un tema difícil. El riesgo es bajar la guardia y caer en el patetismo, pero Aliaga sale airoso.
-"Catrina" resulta un poema con un fuerte tinte fabuloso, te diría casi surrealista. ¿Cómo construiste las imágenes cuyos versos dicen cosas como: "Sobre ese camposanto llueve baba de perro"?, ¿son visiones?, ¿residuos de la imaginación? ¿Cómo no sucumbir ante los delirios de la imaginación cuando tratás temas lindantes a lo fantástico?
-La “Catrina” es quizá el símbolo más popular de México; un país que vive la muerte de un modo que a mí me conmueve; porque implica un modo especial de entender la existencia. Creo que, como dice un poeta, “respiramos la muerte”. El personaje lo creó el grabador azteca José Guadalupe Posada y conlleva el mensaje de que la muerte nos iguala. No lo veo como “fantástico”, aunque me atrajo siempre las posibilidades de carnavalización del personaje.
-Lo acabo de mencionar. Ya transcurrieron tres años desde su fallecimiento. ¿Qué es lo que más extrañás de tu amigo de tantos años, Juan Gelman?
-Su lucidez envuelta en volutas de mordacidad, los encuentros en una mesa de café, especialmente en esos ratos en que salen sobrando las palabras y lo importante es acompañarse, la posibilidad de que responda alguna pregunta o de que me formule una, el abrazo, su mirada llena de mundos, esas cosas se extrañan. Lo demás: su integridad, su coherencia, su genialidad, están ahí, en una vida que nunca se dio tregua para luchar contra las miserias humanas y en su obra, que en cada lectura se resignifica.
-¿Qué poeta sentís que debiera difundirse más?
-Te lo pongo al revés. Más que redoblar la difusión de aquello que vale la pena –y lo que vale se abre camino solo-, deberíamos desmalezar; quitar de raíz los yuyales de la frivolidad, discursos vacíos, vanalidades y supercherías que nos vende un sistema obsceno, criminal, inmoral.
- Jorge, ¿pensás que existen temas ajenos a la poesía?
-La poesía tiene para mí un único tema del que se desglosan todos los demás, con sus matices, variantes, minucias, enigmas, claroscuros, particularidades y una cadena de etcéteras interminable. Ese tema es el tiempo, la finitud del ser humano.