Hace rato que Joaquín Furriel viene dando muestras de su talento y su versatilidad, tanto en televisión, en teatro y en el cine. Así que hará lo propio en la escena teatral con "Hamlet", y en la pantalla grande, desde hoy en todas las salas del país, con "El hijo".
En este relato de suspenso que dirigió Sebastián Schindel, según la nouvelle de Guillermo Martínez, Furriel, que ya había trabajado con el cineasta en "El patrón, radiografía de un crimen", interpreta a un joven pintor, ex alcohólico, que regresa al país con una novia danesa con la que se casa y rápidamente espera un hijo.
Lo que no imagina es que nada será como él esperaba, que las puertas se le irán cerrando y, perdido en su desesperación, comenzará a transitar por un laberinto del que difícilmente pueda escapar.
En "El hijo" Furriel comparte la escena con Martina Gusmán, Luciano Cáceres, la actriz noruega Heidi Toini y Regina Lamm.
-¿En qué momento de tu carrera estás?
- No lo quiero decir muy fuerte pero parece que estoy en un muy buen momento, que me estimula mucho como actor. Muy feliz. “Hamlet” es un proyecto muy personal que hace tres o cuatro años queríamos hacer con Rubén Szuchmacher; “El hijo” es mi segunda película con Sebastián Schindel, con quién hice “El patrón del mal” que nos dio mucha felicidad a los dos, también la segunda temporada de “El jardín de bronce”, que nos da muchas satisfacciones y muestra nuestra producción en el mundo, en principio a toda la cadena HBO de Latinoamérica. Eso es muy fuerte. Cuando empecé con la actuación yo soñaba en teatro, después empecé a hacer televisión, finalmente cine. Si junto todo eso pienso en qué momento me transformé en este actor, ver que estoy siendo considerado un actor dentro de mi generación para proyectos acá y en España, me pone muy feliz.
- ¿Qué clase de personaje es el que te toca en "El hijo"?
- Me parece que Lorenzo tiene un pasado muy oscuro y cree que algo de lo que le está por pasar va a ser bueno, tener un hijo y una especie de revancha. Ahí se pone todo mucho más difícil para él. Todos podemos tener un problema, pero todo se complica cuando vos decís que tenés un problema y los demás te preguntan cuál es. El problema es otro, y es ahí cuando uno no resuelve el límite entre la realidad y la ficción. Yo lo que hice fue acercarme a la idea que Sebastián tenía de Lorenzo. Creo que es un hombre golpeado por la realidad que lo circunda, pero también sucede que cuando uno no se hace las preguntas que corresponden, en el momento adecuado, terminás llevándotelo con vos y eso puede terminar mal.
- La película hace equilibrio entre el suspenso y el terror...
- Creo que al público que le gustan las películas de terror ésta le va a interesar. No tengo dudas, porque es de género. Es un thriller psicológico inquietante, no es suave, porque toca fibras muy primitivas como la paternidad y la maternidad, y eso genera mucho reconocimiento por parte del público. No es un mundo ajeno.
- El personaje está frente a algo que él supone o es siniestro...
- Exactamente, y por eso el personaje de su esposa es escandinava, lo que genera una incomodidad, la de dos culturas muy diferentes juntas, unidas por un hijo, y a partir de ahí si eso no funciona es donde puede aparecer lo siniestro, porque la comunicación se rompe. ¿Qué es lo bueno para uno y para el otro?
- Un camino de ida.
- Es como que de a poco se va perdiendo la idea de qué es el alfabeto, es como que los pocos signos que lo rodean se van desentendiendo, se van confundiendo, además del síndrome de Capgras (es un trastorno que afecta a la capacidad de identificación, por el cual se cree tener un sosías, ser reemplazado por un impostor), que padece el personaje, que es muy complejo y le complica la vida.
- ¿Cómo fue trabajar nuevamente con Martina Gusmán y Luciano Cáceres?
- Siempre es un beneficio. Con Martina hicimos “La quietud” y con Luciano nos conocemos hace muchos años y eso quiere decir que ya no tenés que construir nada. Son dos actorazos. Trabajar con ellos fue para mí muy conveniente para el personaje.