El agente Jason Bourne está de vuelta en la piel del actor Matt Damon, nuevamente dirigido por Paul Greengrass, el nominado al Oscar por “Vuelo 93” y también realizador de las anteriores “La supremacía de Bourne” (2004) y “Bourne: el ultimátum” (2007).
Más allá del objetivo y el cambio de algunos personajes, el ritmo y la idea principal de “Jason Bourne” no varía con respecto a los otros títulos de la saga: es buscado en la clandestinidad por sus ex mentores de la central de inteligencia estadounidense para ser asesinado y él decide enfrentarlos.
Además, como era de suponer, gracias a la colaboración de una ascendente Heather Lee (Alicia Vikander, Oscar como actriz de reparto por “La chica danesa”), el ex miembro del programa “Treadstone” corre un poco más el velo sobre su pasado que, como marca la regla de Hollywood, tiene a un familiar involucrado.
Pero este desasosiego que tan bien captó la tensión desde la primera “Identidad desconocida” (2002, con dirección de Doug Liman) es dejado de lado para sumirse ante escenas de una acción desmedida, con muertes por doquier, peleas interminables y caóticas persecuciones de autos en, cuando no, Las Vegas.
En los films predecesores los asesinatos se realizaban con una obsesiva selección que demandaba una precisión quirúrgica en su ejecución, ya sea en Rusia, Alemania, Francia, Inglaterra o Estados Unidos.
En esta oportunidad, el agente (un convincente Vincent Cassel) destruye, a pedido del inescrupuloso director de la CIA (Tommy Lee Jones) todo lo que tiene a su paso: coches de la policía, colectivos y hasta al personal de seguridad de un hotel que simplemente le pregunta “¿qué hace allí?”.
Pareciera que en “Jason Bourne”, Greengrass se dejó llevar por el espíritu grandilocuente y estrambótico de las producciones hollywoodenses, transformando una película que en un principio trataba de espías, en otra de superhéroes y cine fantástico con escenas que recuerdan más a “Rambo” o a “Comando” que a la misma saga.
Ese remolino de acción, si bien entretiene y mucho, tampoco deja lugar para apreciar la fotografía, otra de las atracciones que ya era una marca registrada de esta historia, con locaciones no sólo en París, Londres, Berlín o Moscú, sino también con bellos paisajes, como la inolvidable persecución en la campiña francesa bajo la nieve.
Sin embargo, pese a esas “traiciones” a la propia firma, el agente Jason Bourne sigue la línea del espía antihéroe, muy lejos del carilindo y carismático James Bond.
En esta contraposición, el Agente 007 es la personificación del bien, la seducción, que viola las leyes y las reglas en defensa de los amenazados valores estadounidenses y que cuenta con la ayuda del aparato estatal y paraestatal.
En cambio, no sólo en Bourne conviven la corrupción, las traiciones y las violaciones más elementales a los derechos humanos, sino que la misma CIA es la encargada de avalar las tropelías de sus subalternos.