El mate amargo va y viene entre la mesa y las manos de Ivana Catanese. Mientras aspira la brisa de otoño, elige una canción de Aretha Franklin y la deja sonando de fondo. La escena es elocuente, porque ella misma es un entramado de culturas diferentes, de las que fue recogiendo elementos para dar forma a su arte.
Desde un pueblito de Massachusetts, se toma unos minutos para hablar con Estilo: "En estos días tan agitados por 'I love MZ' no hay tiempo de hacer yoga ni de ir a caminar al bosque", comenta, con su calidez distintiva, sobre el festival que finalizó ayer en el espacio Julio Le Parc y que la tuvo, junto a Rubén Scattareggi, como curadora.
Para presentar a esta actriz y directora hay que hilvanar geografías: Nació y estudió en Mendoza, viajó a Buenos Aires y desde ahí se remontó al mundo. Junto a su esposo, el actor y director estadounidense Kameron Steele, fundó en Nueva York la compañía teatral The South Wing (Ala Sur). Giró por Europa, México, y voló hacia la otra punta del mapa, a Japón, en donde se perfeccionó en el método Suzuki.
En 15 años tuvo oportunidad de hacer de todo. Desde esa "Perséfone" en Buenos Aires, en la que conoció al mismo tiempo a su esposo y a Bob Wilson, se le abrieron derroteros insospechados. "Me impactó muchísimo la forma en la que Bob contaba la historia, y cómo la música de Philip Glass parecía salir del cuerpo de los actores. Era como si yo participara del sueño de alguien, como cuando lees a Borges", recuerda.
También pudo comprobar el magnetismo del cine, doblando en el 2008 a Franka Potente en el "Che" de Steven Soderbergh. "Fue un desafío enriquecedor y sorprendente, pero te soy honesta, ¡ni he visto la película!", dice, y admite que el séptimo arte es algo que le interesa.
En Japón recorrió 13 ciudades con dos obras de Sakate San que aprendió (literalmente) de memoria, y sin saber japonés. "Soñaba con el texto; en un momento pensé que había tomado vida propia, porque me seguía persiguiendo después de meses", dice, mientras intenta controlar en su cabeza un universo de palabras a la vez acosadoras e inasibles.
"Todas las artes orientales me hacen vibrar", declara. "Tuve la oportunidad de estudiar con una bailarina de la escuela Hanayagi de Nihon Buyo, que es la danza de las geishas, y ahí aprendí mucho sobre una calidad de movimiento que es el que trato de transmitir", explica.
I love MZ, un amor en dos idiomas
"Se me ocurrió crear puentes de comunicación entre artistas de dos lugares en los que pasé la mayor parte de mi vida creando, Mendoza y Nueva York", dice Ivana, y en su segunda edición, "I love MZ" desplegó una agenda que, desde la danza y el teatro, ofreció la más destacada vanguardia de esos dos polos.
-Como curadora, ¿qué buscaste en las obras?
-Para la curaduría internacional le di prioridad a creadores que estuvieran en la búsqueda de su propia estética y que pudieran compartir un entrenamiento en talleres y charlas, para que se transformaran en debates que estimulen nuevas ideas. Me interesan obras con un fuerte contenido dramatúrgico-corporal, que seduzcan visualmente, y obras de danza teatrales.
En esta oportunidad, el lazo vino con la compañía de Faye Driscoll, que el viernes cautivó al público con "Thanks for coming: attendance".
"Cuando vi su compañía en la St. Marcus Church percibí que tenía las condiciones que estaba buscando. Tuvimos la suerte de que Marina Pampin, una productora de Buenos Aires, también se interesara, así que aunamos esfuerzos y decidimos traerla. Un gran desafío, porque nos embarcamos y trajimos a nueve personas desde Estados Unidos a hacer gira en Buenos Aires y Mendoza", dice, y sabe muy bien de lo que habla, porque medio mundo de distancia no le impidió estar al tanto de cada detalle del desarrollo del festival.
Entre luces y obsesiones
Por estos días, Ivana solo piensa en la producción de "Bodas de sangre" que dirige Steele, en la que ella actúa también junto a sus dos hijas pequeñas, Isadora y Oriana. Lorca hermanó a la familia sobre las tablas, en una versión de este clásico donde se conjuga la música, el realismo mágico y el método Suzuki.
Pero además la ansiedad la tiene en vilo, porque el año que viene estrenará en Mendoza "Me pegan las luces", una obra suya que muestra la relación entre una directora, una actriz y su novio. Si bien ya la presentó como "work in progress", esta vez la traerá terminada, gracias a un subsidio del Instituto Nacional del Teatro.
Pensada junto a Celeste Álvarez, e inspirándose en el "Hanjo" de Yukio Mishima, esta historia se enfoca en una triangulación amorosa tóxica, en la que cada uno de los protagonistas pone a prueba sus límites, un tema que recorre la médula de la producción de Catanese.
"Me obsesionan las relaciones humanas. Me gusta poner en la lupa e investigar las miserias y las dependencias parasitarias. ¿Qué sucede cuando salimos de nuestra zona de comodidad? ¿En qué nos convertimos?", se pregunta.
-¿Y por tu trabajo circulan otras obsesiones?
-Me obsesiona el cuerpo en el espacio, el ritmo, la musicalidad del cuerpo, la musicalidad de las palabras, el cuerpo en crisis, el cuerpo en movimiento, el movimiento en quietud. El diálogo con las luces, los magnetismos y los rechazos. Me obsesiona la precisión en el trabajo, encontrar la libertad en la estructura. Crear organismos que tomen vida propia…
- ¿Qué otros proyectos te unen con Mendoza?
-Con Kameron estamos preparando un trabajo inspirado en Borges y Goethe, que nos gustaría estrenar allá. Hay otro proyecto inspirado en "Las criadas" de Jean Genet, con actrices y músicos mendocinos, y también una investigación sobre Juan Draghi Lucero.
