Después de dos Papas tan diferentes como el carismático polaco Juan Pablo II y el intelectual alemán Benedicto XVI, lo único cierto es que el futuro Pontífice será un conservador. De los 115 cardenales encerrados en la Capilla Sixtina para elegir al sucesor de Benedicto XVI, 48 recibieron el título de Juan Pablo II y 67 de Benedicto XVI.
Al proclamarlos “príncipes de la Iglesia”, los dos Papas extranjeros que han reinado en los últimos 35 años quisieron premiar figuras con su misma visión de la Iglesia, conservadora, más concentrada en asuntos de fe, espirituales y de teología, que en asuntos sociales y de alcance internacional.
La mayoría de los “papables” que la prensa cita, como el italiano Angelo Scola, el brasileño Odilo Scherer y el austríaco Joseph Schönborn son considerados conservadores, apegados a las tradiciones, poco dispuestos a realizar grandes reformas ni a tomar decisiones sorprendentes, como podría ser la conversión del banco del Vaticano en una entidad al servicio de los pobres después de haber sido blanco de escándalos por una trama de corrupción, tráfico de influencias y hasta lavado de dinero de la mafia.
Para los teólogos que se inspiran en Joseph Ratzinger, el primer Papa que renuncia en siete siglos, la fe se derrumba si se deja de cultivar y se impregna de valores mundanos.
Casi todos los papables que figuran en las quinielas de la prensa son teólogos, con una vasta cultura, políglotas, que tienen cuenta en Twitter y usan todos los medios de comunicación modernos a su alcance.
Paralelamente defienden a capa y espada los dogmas más tradicionales de la Iglesia, como la vida desde su concepción y condenan con firmeza la eutanasia y el aborto.
Es posible que algunos admitan la comunión a los divorciados, que no excluyan la ordenación de sacerdotes a hombres casados en zonas particulares y que abran las estructuras eclesiásticas a las mujeres.