Piamonte: escenarios del vino, patrimonio de la humanidad

Langhe, Roero y Monferrato ostentan orgullosos la distinción de Unesco. Los lazos de Itallia con Mendoza, imborrables.

Piamonte: escenarios del vino, patrimonio de la humanidad

Como en un juego de contrastes, suaves colinas tapizadas con viñedos se recortan en el terruño piamontés. En el mientras tanto, antiguos poblados regalan su historia, su cultura a quien quiera mirar. Castillos, bodegas, posadas, un derrotero de beldades palpables, dispuestas ahí para vivenciar, junto a su gente.

Los indescriptibles parajes de Langhe, del Roero y del Monferrato designados Patrimonio de la Humanidad por sus paisajes del vino -lo que claramente conlleva sus tradiciones y a sus hacedores- interpelan al viajero, lo envuelven en un entramado de sensaciones; esto es lo que premió la Unesco en 2014. "Los viñedos de Langhe-Roero y Monferrato -se puede leer en la motivación oficial de la inscripción- constituyen un ejemplo excepcional de interacción entre el hombre y su ambiente natural".

Muchos de los habitantes de aquellas tierras buscaron nuevos horizontes en América, en Mendoza particularmente, creando lazos sanguíneos, perpetuando sus costumbres y cultura en este rincón del mundo, Pascual Toso entre ellos (Ver recuadro). Con las grandes inmigraciones llegaron claro los del Piamonte, hace unos días volvieron, no para quedarse, sino para compartir su relato sobre lo que significa formar parte patrimonial del orbe y revivir esos lazos que nos unen.

El área patrimonial y sus vinos

Son más de 10.000 hectáreas las declaradas patrimonio, que comprenden numerosos municipios y seis zonas. Podemos iniciar el recorrido por la Langa del Barolo, al sur del Piamonte, donde se produce uno de los mejores vinos del mundo, el Barolo, vino añejado y de cuerpo intenso. Le siguen las colinas del Barbaresco, que incluye viñedos mayormente cultivados de la cepa Nebbiolo, a partir de la que se produce el vino tinto de largo envejecimiento que lleva el nombre de las elevaciones. Allí domina la visual la torre medieval de Barbaresco, en lo alto del Tanaro.

La tercera zona es la del Castillo de Grinzane Cavour, en uno de los marcos más evocadores de la Langa, a 5 km de Alba, famosa además de por el vino por el bellísimo castillo en el que cada año tiene lugar la subasta de la trufa blanca. Canelli es otro de los hitos del camino con su delicioso Moscato Bianco. Allí también se elabora el aromático Asti, uno de los más exportados de ese país. El camino continúa por Nizza Monferrato, una magnífica villa medieval donde reina la cepa Barbera. Es imprescindible conocer  Museo Bersano en alguna parada. Por último,  Monferrato degli Infernot, en la que se encuentran presentes algunos "infernot", antiguas bodegas excavadas en una particular roca parecida a la toba -Pietra da Cantoni- sugiere un paseo por las prácticas vitícolas más añejas.

Los habitantes, el mayor tesoro

Un grupo de representantes de la zona patrimonial italiana arribó a Mendoza para disertar sobre ‘Paisajes, vinos y sabores,la experiencia cultural del Piamonte’. La iniciativa es la segunda parte de un programa que comenzó en 2015, cuando algunos mendocinos fueron invitados a esa región motivados por los lazos que nos unen, no sólo en cuanto a vinos se refiere sino en la herencia de los inmigrantes.

Luciano Bertello, presidente de la Enoteca del Roero, es uno de ellos y contó, ante un nutrido auditorio, el camino que recorrieron los pueblos piamonteses para ser reconocidos por Unesco. "El paisaje cultural tiene que ver con el vino pero también con la grandeza de los habitantes, de la unidad entre la gente y la actividad. Quien planta la vid se casa con el territorio; ellos, sus hijos y sus nietos vivirán de esto, de su tierra", nos dice.

En el relato destaca que la vitivinicultura es parte del paisaje, como la arquitectura con los baluartes que dejó la Iglesia Católica y las edificaciones de diversas épocas que vio pasar su tierra natal. La innovación también es parte de ese paisaje -insiste- pues lo viejo y lo nuevo van de la mano. Esa tensión entre el ayer y el hoy o incluso el mañana, es la que mantiene el área en auge, moviéndose, buscando no desaparecer, reinventándose, como reiniciando cada vez el ciclo de la vida.

Luego Bertello se adentra en la historia reciente de su región y cuenta que después de la II Guerra Mundial, Italia debió ser reconstruida, debió recuperarse de la miseria. Hace tan sólo 50 años “la gente rechazaba lo campesino, a los que trabajan en la tierra. Los viñateros vendían todo, hasta los muebles porque no querían ni el recuerdo de ese sitio rural. Se resistían a hablar el dialecto piamontés; las mujeres no querían casarse con hombres de la viña. Entonces surgió algo -tragicómico-; esos hombres empezaron a contraer matrimonio con chicas de Calabria. Por contrato conocían a las sureñas y así se aseguraban la descendencia. Es difícil de entender en nuestros días, pero había una gran tensión, la modernidad lo era todo, había que buscar al nuevo ser humano y ése no estaba en las colinas, sino en las urbes”.

Claro que con el tiempo se fue recuperando la pertenencia. Lo que frenó el éxodo fue la cercanía con Torino, una gran ciudad a menos de 50 km de distancia. Muy industrializada con grandes empresas textiles, permitió que los viticultores pudieran trabajar en las fábricas, muchas veces en turno noche, y siguieran en sus terruños en horas de sol.

Pero el momento que marcó al sector vitivinícola -asegura Bertello- fue en 1986 cuando en Italia se produjeron muertes por consumir vinos con metanol. Por esos días no sólo bajó el consumo en todos lados sino que hasta Alemania cerró la importación y estalló la crisis. Lo que parecía el final significó una gran oportunidad para el vino italiano, fue su renacimiento, con la revalorización de los productores que desde tiempos inmemoriales año a año producían sus caldos. Así comenzaron a vinificar con su propia etiqueta con conceptos de alta calidad. Pidieron leyes que los ampararan, protección y en las etiquetas -no es un detalle menor- demostraban quiénes hacían el vino, quiénes eran los dueños, a modo de firma, de garantía.

“En este proceso se rescató el valor de las cepas que mejor se daban en esas colinas, y con ellas la tipicidad del terruño, la autenticidad y honestidad de su actividad. Además la calidad se empezó a concebir desde el viñedo.Hoy pueden verse las parcelas como verdaderos jardines en dibujos geométricos escalando en las alturas. Toda la familia trabaja en ellos. En un pequeño trozo de Italia son más de 700 los viñateros con sus propias etiquetas y ellos mismos se encargan de llevarlas al mundo”. El pequeño productor es la figura dominante en esa economía.

Luciano pone en la mesa de análisis el aprendizaje en diversos momentos históricos, porque por ejemplo, la creación de la Escuela Enológica de Alba en 1931 fue vital para la zona. Claro que la guerra los separó de sus proyectos. Sin embargo en los vaivenes de las décadas hasta la actualidad aprendieron que la comunicación del vino es primordial y que el rescate de las tradiciones, de las historias familiares, de los modos de hacer, es esencial. Tanto que “el que no tiene una historia muy larga en la zona, se la inventa” dice a modo de chiste con tinte de realidad.

La pasta hecha en casa

En la zona Patrimonio de la Humanidad se encuentra la Universidad de la Ciencia Gastronómica donde se desarrolla un proyecto denominado Grananaidella Memoria (grananaidellamemoria.it) que recolecta imágenes y audios de las memorias del mundo campesino con el fin de conservar y transmitir su historia. Esto es preguntarnos de dónde venimos, quiénes somos. La idea la tomaron del libro Las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar quien puso en boca de Adriano (76- 138 DC) la frase "construir bibliotecas es como construir un granero público, amasar reservas en contra de un invierno del espíritu que, según muchos indicios a mi pesar, veo venir". Así los archivos de la casa de altos estudios tienen un contenido histórico antropológico. Ahí se ve cómo las recetas familiares de la cocina piamontesa tienen un enorme valor en la cultura del lugar tal como señaló, a Turismo, Gianpaolo Fassino, antropólogo investigador de la universidad italiana. Cabe señalar que estudiantes de diversas partes de Europa se forman allí con la premisa de rescatar los orígenes y la originalidad de cada lugar, de cada comunidad.

Luciano retoma la charla diciendo que el desarrollo gastronómico acompañó al de los vinos con el mismo concepto de rescatar los valores propios. Entonces se jactan de tener las mejores trufas blancas y las más ricas avellanas, varias estrellas Michelin en sus restaurantes. Una de ellas brilla en la Enoteca del Roero, señala con orgullo. Todos coinciden en que los ravioli al plin o agnolotti al plin, son lo que mejor los define, eso sí, hechos en casa. Esta pasta rellena y pellizcada (eso es el plin) se amasa en los hogares siendo uno de los tesoros que se transmiten de generación en generación.

Respecto al plan de ser Patrimonio de la Humanidad, los visitantes expresan que las comunidades trabajaron durante 10 años para aunar criterios y, otra vez, dar el valor de único a lo suyo. Los habitantes debían comprometerse pero ante todo comprender que el bagaje que traían era muy potente y ésa era su distinción. En cuanto al enoturismo, por supuesto fue beneficioso para la zona, pero no quieren convertirse en Cinque Terre. Esa masividad no les agrada. Prefieren al viajero que se detiene a degustar sus vinos, su gastronomía, sus paisajes y su cultura.

“Si usted pasea por nuestros pueblos sabrá que un apretón de manos con una copa, es un acuerdo” dice Luciano, y le creemos. Indefectiblemente volvemos a los recuerdos propios, a los relatos de familias mendocinas de abuelos o bisabuelos italianos, a las prácticas que aún siguen arraigadas por aquí, relacionadas a la tierra, a los vinos, a la comida. Ellos, en tanto, nos ven como un mundo nuevo, lo somos. Se deslumbraron con la arquitectura de Eliana Bórmida, de las grandes bodegas y con la sofisticada gastronomía que ofrece Mendoza. Ahora nos pasan la posta, para continuar identificando nuestros rasgos particulares y gritarlos al mundo.

UN IDA Y VUELTA ENTRE EL VIEJO Y EL NUEVO MUNDO

Luciano Bertello, presidente de la Enoteca del Roero; Gianpaolo Fassino, antropólogo investigador de la Universidad de Ciencias Gastronómicas; Tommaso Zanoletti, ex senador de Italia, presidente de la Enoteca Grinzane Cavour y Giovanni Tesio, profesor de la Universidad de Piamonte Oriental, especialista de la literatura piamontesa, arribaron a Mendoza para completar un intercambio que comenzó el año pasado. La motivación que inició este intercambio fue el reconocimiento que la zona dio a Enrique Toso, descendiente de Pascual Toso -fundador de la Bodega Toso en Maipú en 1890- quién, tras la I Guerra Mundial, donó un hospital a su pueblo natal, Canale, el único que existe  hasta nuestros días.

El año pasado, Enrique junto a Gabriel Fidel, representando al enoturismo mendocino; Eliana Bórmida como arquitecta insignia de las bodegas de nuestra provincia. viajaron a Canale y recorrieron los poblados piamonteses que basan su cultura en el vino. Así las prácticas del viejo y el nuevo mundo se miraron a los ojos y empatizaron. Compartir saberes y experiencias fue el compromiso que asumieron por aquellos días. Cuenta Enrique que en Canale los habitantes lo reconocían luego de haber salido en el periódico y lo saludaban agradecidos por el nosocomio que se erigió en 1920. “No me querían cobrar el café, decían: si en ese hospital nací yo y mis hijos, ¿cómo le voy a cobrar?”

El vínculo no quedó en haber nombrado al mendocino ciudadano honorario sino que siguió con la intención de perpetuarse. Por ello hace dos semanas se concretó la visita del grupo de representantes de Piamonte. Aquí además de conocer bodegas y empaparse de nuestra cultura, firmaron convenios con la Municipalidad de Maipú y Bodegas Argentinas, entregaron un presente a Don Bosco, también de origen Piamontés y fueron en todo momento asistidos por el Ente de Turismo de Mendoza, con quienes también trabaron acuerdos de cooperación.

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