Por Thomas L. Friedman - Servicio The New York Times - ©2015
Mientras Estados Unidos e Israel discuten abiertamente en torno al tratado nuclear con Irán, me he preguntado esto: ¿Cómo vería yo este trato si fuera un abarrotero israelí, un general israelí o el primer ministro de Israel?
Si yo fuera un abarrotero israelí, tan solo siguiendo este tratado por la radio, lo odiaría por consagrar el derecho de Irán a enriquecer uranio, ya que Irán engañó con regularidad para abrirse paso hasta la expansión de esa capacidad, aun cuando había firmado el Tratado de No-Proliferación Nuclear.
Después de todo, Irán efectúa marchas de ''muerte a Israel'' y en 2006 patrocinó una conferencia enfocada a promover la negación del Holocausto. Lo que es más, el representante de Irán, la milicia de libaneses chiíes, Hizbulá, empezó en 2006 una guerra con Israel sin mediar provocación, y cuando este último aplicó represalias en contra de Hizbulá militarmente y de objetivos civiles, Hizbulá disparó miles de cohetes suministrados por Irán a lo largo de todo Israel. No -sin consideración a las salvaguardas-, yo como abarrotero israelí rechazaría este tratado de manera visceral.
Si yo fuera un general israelí, compartiría el escepticismo de mi abarrotero, pero terminaría en algún lugar más (al igual que lo han hecho muchos oficiales castrenses de Israel). Empezaría por recordar lo que solía decir el estadista israelí Abba Eban cuando militaristas israelíes argumentaban en contra de correr riesgos por la paz con los palestinos, que Israel no es ''una Costa Rica desarmada''.
No solo posee alrededor de 100 a 200 armas nucleares, sino también puede lanzárselas a Irán por avión, submarino y cohete de largo alcance. Yo también notaría que la razón por la cual Hizbulá no ha lanzado un ataque no-provocado en contra de Israel desde 2006 es que sabe, por experiencia, que la doctrina fundamental de Israel en cuanto a estrategia es la siguiente: Ningún enemigo nos superará algún día en locura para que dejemos esta región.
Israel, cuando tiene que hacerlo, juega siguiendo lo que yo he llamado las ''Reglas Hama''; esto es, guerra sin piedad. El ejército israelí intenta evitar los impactos sobre objetivos civiles, pero ha demostrado tanto en Líbano como en Gaza que no será disuadido por la amenaza de bajas civiles entre árabes cuando Hizbulá o Hamás lance sus cohetes desde áreas civiles. No es bonito, pero no estamos en Escandinavia.
El estado judío ha sobrevivido en un mar árabe-musulmán porque sus vecinos saben que pese a todas sus costumbres occidentales, no será superado en locura. Se ceñirá a las reglas locales. Irán, Hamás y Hizbulá saben esto, razón por la cual los generales de Israel saben que poseen una capacidad considerable de disuasión en contra de una bomba iraní.
Además, ayatolás de Irán han demostrado desde hace largo tiempo atrás que no son suicidas. Como escribieron los estrategas israelíes Shai Feldman y Ariel Levite hace poco en Interés Nacional: ''Vale la pena notar que durante su historia de treinta y seis años, la República Islámica (de Irán) nunca apostó su supervivencia como lo hizo Irak bajo Saddam Hussein tres veces'': Al lanzar una guerra en contra de Irán en 1980, invadiendo Kuwait en 1990 y apostando a que George W. Bush no lo atacaría en 2003. Si yo fuera un general israelí, no me encantaría este trato, pero podría ver sus ventajas, particularmente si Estados Unidos acrecentara su capacidad de disuasión.
Si yo fuera el primer ministro de Israel, empezaría por reconocer que mi país enfrenta dos amenazas existenciales; una, externa, es una bomba iraní, y la otra, interna, es el fracaso para separar a los palestinos de Cisjordania en dos Estados, dejando solo una solución de un solo Estado donde Israel terminaría gobernando a tantos palestinos que ya no podría ser una democracia judía.
Para lidiar con la amenaza de Irán yo, como el líder de Israel, no estaría presionando a judíos estadounidenses para que vayan en contra de su propio gobierno para intentar echar por tierra el tratado. cuando no tengo una sola alternativa creíble.
Este acuerdo reduce marcadamente la reserva de uranio iraní para producir una bomba durante 15 años, al tiempo que hace que la capacidad de Irán para producir un arma nuclear pase de tres meses -su punto actual- a un año. Yo tendría toda la confianza en que si puedo mantener a Irán a un año de una bomba durante 15 años, durante ese tiempo los tecnólogos de la defensa de Israel desarrollen muchas más formas de detectar y eliminar cualquier tipo de éxito iraní.
Además, reconocería que si mis cabilderos en Washington efectivamente lograran que el Congreso estadounidense eliminara este tratado, el resultado no sería un tratado mejor. Sería nada de tratado, así que Irán seguiría a tres meses de una bomba; y sin un solo inspector intruso, con sanciones que se vienen abajo e Israel, no Irán, diplomáticamente aislado.
Así que en vez de pelear con el presidente Barack Obama, como primer ministro yo le estaría diciendo que Israel apoyará este tratado pero quiere que EEUU incremente lo que verdaderamente reviste importancia -su capacidad disuasiva-, haciendo que el Congreso autorice a este y cualquier presidente en el futuro a que haga uso de cualquier medio que sea necesario para destruir cualquier intento iraní por fabricar una bomba.
Yo no confío en inspectores de Naciones Unidas; confío en la disuasión. Y para mejorar eso yo le pediría a Estados Unidos que posicionara en Oriente Medio el US Air Force's Massive Ordnance Penetrator (MOP), bomba de precisión guiada, de 13.200 kilos, para ''reventar búnkeres'' que pudiera eliminar cualquier reactor iraní oculto en cualquier montaña. Los iraníes captarían el mensaje.
Y después, aplicaría todas mis energías como líder de Israel en intentar desvincularme de manera segura de los palestinos de Cisjordania para preservar Israel como una democracia judía. Eso -aunado al tratado de Irán más un aumento en la disuasión estadounidense- haría que Israel fuera más seguro en contra de las dos amenazas a su existencia.
Para mala fortuna, Israel tiene un primer ministro cuya estrategia consiste en rechazar el tratado con Irán sin un solo plan B que sea creíble y restarle importancia a la amenaza interna sin un solo plan A que resulte creíble.