Isla Grande alberga a 170 familias que pretenden vivir de las chacras

Los pobladores, la mayoría productores hortícolas, se unieron hace unos años para vender la cosecha en una feria. Pero, por diferentes motivos, el proyecto quedó trunco. Hoy tratan de salir adelante. Sus necesidades.

Isla Grande alberga a 170 familias que pretenden vivir de las chacras
Isla Grande alberga a 170 familias que pretenden vivir de las chacras

Apenas se cruza el puente sobre el río Mendoza, camino al este por la ruta 60, un cartel da la bienvenida a Isla Grande. La localidad, que debe su nombre a que se encuentra entre este cauce y el Arroyo Claro, pertenece al departamento de Maipú, pero está a apenas cinco kilómetros de Barriales, Junín.

Lo habitan al menos unas 170 familias, que se dedican a la producción hortícola como pequeños productores. En 2010, abrieron una feria para vender en forma directa sus cultivos pero sólo funcionó durante un año. Ahora, quieren recuperar el salón comunitario.

En la pared de una antigua edificación abandonada se conserva el letrero de “La ínsula. Bodegas y viñedos de Emilio Gardella”. Miriam González, propietaria de una despensa cercana, explica que este hombre tenía casi mil hectáreas en Isla Grande y que solía viajar cada 20 días a recorrer sus tierras, montado en un caballo blanco. También sigue en pie la casona donde se alojaba, custodiada por altos eucaliptus y ocupada ahora por más de una familia.

Sin embargo, en los ‘70, la firma Gardella fue a la quiebra, la enorme propiedad se dividió y se comenzaron a vender lotes de unas ocho a diez hectáreas. En esa época, con cinco años, llegó Miriam al lugar y sus padres se dedicaron a la chacra. Después, en la década del ‘90, algunas fincas fueron subdivididas y adquiridas por pequeños productores de hortalizas, flores, olivos, vides y frutales.

Pero junto a las familias que llevan 30 ó 40 años en el lugar, hay otras que sólo viven ahí en temporada de cosecha y varias que, después de eso, se quedan en “la isla”. Uno de ellos es Jorge Flores, quien es boliviano, vivía en Salta, se trasladó a Mendoza y, luego de asentarse un tiempo en San Martín, llegó a Isla Grande, donde está desde hace ocho años.

El hombre detalló que trabaja a porcentaje y que el dueño dispone de la tierra y los insumos, mientras él mismo aporta la mano de obra. Pero cada tanto, como el año pasado, el valor de los productos es tan bajo que no le deja margen y debe complementar con otras tareas. En las inmediaciones hay algunos emprendimientos vitivinícolas importantes, que contratan personas en la época de poda o de cosecha.

Mario Sartori, quien también cultiva una parcela, señala que el problema es que les compran el zapallo, por ejemplo, a 40 ó 50 centavos el kilo, mientras en las verdulerías se vende a 3 ó 4 pesos. “Lo trabajás todo el año y la diferencia se la queda el intermediario”, señala en una pausa de la tarea de riego. Y agrega que ahora tienen los zapallos guardados en un galpón, a la espera de que el precio suba un poco.

La feria que sólo duró un año

Como los productores de la zona sólo tienen dos alternativas, viajar unos 30 kilómetros a las ferias de Guaymallén o de San Martín, o que les compren sus productos los intermediarios, decidieron abrir una pequeña feria propia. La idea surgió cuando la comunidad se unió después de que en 2005 el granizo cayera dos noches consecutivas -el 14 y el 15 de febrero- y arrasara con los cultivos. En un primer momento acudieron a la comuna para que los ayudaran, pero luego el INTA comenzó a trabajar con ellos y nació la Asociación de Productores Isla Grande.

A través del Proyecto de Desarrollo de Isla Grande recibieron diversas capacitaciones para mejorar su producción y lograron que se realizaran obras en la localidad; una de las más esperadas fue la llegada del alumbrado público. Pero la propuesta que más los movilizó fue lograr vender directamente su producción.

Nilda Sani recuerda que alquilaron un terreno contiguo a la ruta 60 (un kilómetro al este del río Mendoza) y trabajaron durante tres años para prepararlo. En el predio tuvieron que construir una losa de hormigón, hacer el cierre perimetral e instalar un portón de ingreso, colocar sanitarios, llevar el tendido eléctrico y ubicar unas estructuras metálicas que les cedió la comuna para armar los puestos.

La inversión necesaria provino de un subsidio municipal y de un concurso de la UNCuyo que ganaron. Pero además, dedicaron muchos fines de semana a la tarea, ya que sábados y domingos eran los días cuando tenían tiempo libre de la labor de la chacra. Finalmente, en marzo de 2010, abrieron “una mini feria para la gente de paso y las verdulerías de la zona”, según la describe Nilda. Es que la ruta 60 es una alternativa para llegar a la 40 y se estima que circulan unos 5 mil vehículos diarios.

Sin embargo, atendieron durante menos de un año y, cuando iban a renovar el contrato de alquiler del predio, la dueña les aumentó considerablemente el monto y no pudieron pagarlo. “No alcanzamos a hacernos una clientela, así que todavía era una experiencia piloto, no muy rentable. Pero cuando tuvimos que cerrar fue terrible. Le habíamos puesto mucha expectativa”, comenta Nilda, quien es esposa de José Palavecino, el ex presidente de la Asociación de Productores Isla Grande, hoy disuelta. La familia terminó vendiendo la finca que habían tenido durante 28 años e instaló un negocio en Barriales.

Francisco Suárez, quien también participó de la feria, explicó que, además del aumento del alquiler del terreno, otro problema que sufrieron fue que había pocos puestos y en la zona se cultivan verduras y hortalizas, pero no frutas, por lo que sólo podían ofrecer algunos productos de temporada. Ahora, el hombre viaja 30 kilómetros hasta la feria de Guaymallén y logra vender a un precio razonable (20 pesos el bulto, en lugar de los 12 que le darían en Isla Grande).

Fabián Zapatero también se ilusionó con la feria, pero planteó que en un primer momento eran 40 productores, cuando abrieron los puestos sólo diez y en los últimos meses habían quedado tres. “Muchos probaron y como no tuvieron el resultado que esperaban los primeros días, se fueron. Pero los tres nos mantuvimos hasta que nos aumentaron el alquiler”, comentó. Ahora, vende su producción a quienes pasan a buscarla por su finca de dos hectáreas.

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