Is very difficult (bad information)

Is very difficult (bad information)

Por Nestor Sampirisi - nsampirisi@losandes.com.ar

Para el entrañable Carlitos Tevez era “very difficult” aprender a hablar en inglés, y eso quedó bien claro en una inolvidable entrevista de cancha con un medio de Inglaterra donde presentó su rendición indeclinable ante el idioma de Shakespeare. Algo parecido le sucede a nuestra presidente, Cristina Fernández.

Según su biógrafa no autorizada, Laura Di Marco, aprender inglés no sólo es una cuenta pendiente para nuestra mandataria sino una larga frustración que viene desde su adolescencia. La misma periodista cuenta que Cristina hizo los últimos intentos para dominar el idioma ya siendo primera dama, de la mano de quien es actualmente su traductor personal, Walter Kerr. Y que justifica no haber aprendido a hablarlo porque, como militante de la generación de los ’70, era casi una traición a la causa. “Yankys go home” era el grito rebelde de moda, y en ese clima de época estaba mal visto siquiera pasar por la puerta de un instituto que oliera al Tío Sam.

Así, el “bad information” que lanzó Cristina repetidas veces ante el sorprendido Dexter Filkins, periodista de la revista New Yorker que la entrevistaba, bien podría pasar a integrar una galería de zonceras criollas contemporáneas. Antes que nada hay que aclarar que si la presidente quiso decirle a Filkins que estaba mal informado debió expresar “you’re misinformed” y que si quiso decir que la información era incorrecta debió utilizar “wrong information”.

Pero Cristina no es la única con problemas idiomáticos ya que no encuentro evidencia de que alguno de los presidentes de la Argentina, desde 1983 a la fecha, hablara fluidamente inglés como para mantener una conversación. Está claro que no es necesario llegar al increíble caso de aquel ex mandatario boliviano, Gonzalo Sánchez de Lozada, que hablaba casi como un texano recién llegado al Altiplano. Pero no estaría mal que nuestros jefes de Estado dominaran mínimamente el idioma en el que se realizan la absoluta mayoría de los contactos diplomáticos y comerciales en el mundo. Nos guste o no.

Esta carencia no sólo afecta a los presidentes. Seguramente muchos recordarán al ex ministro de Economía, Domingo Cavallo, articulando con gran dificultad frases en inglés allá por los ’90, cuando era una estrella fulgurante en el firmamento del neoliberalismo y la globalización. Sonaba tan patético como aquella vez que lloró ante un grupo de jubilados que le reclamaba por lo miserable de los haberes que cobraban. Eran los años de la “pizza con champagne” en los que Carlos Menem olvidaba su pose de caudillo a lo Facundo Quiroga con la que había llegado a la presidencia, y aplicaba en la Argentina el menú de privatizaciones, apertura de la economía y “relaciones carnales” con las potencias centrales (Estados Unidos, Reino Unido y Europa). Eso sí, traductores mediante.

¿Será una cuestión de educación? No es tan raro que nuestros presidentes hablen poco o mal en inglés si tenemos en cuenta que, incluso hasta hace unos 30 años, era muy baja la proporción de adolescentes que estudiaba algún idioma. Recién en los últimos años, desde que las tecnologías de comunicaciones y transporte acercaron al mundo, se hizo más ostensible la necesidad de entenderse ya sea para viajar o para contactarse con la creciente cantidad de extranjeros que llegan a la Argentina.

Para vencer cualquier prejuicio es bueno saber que ya hay más chicos estudiando inglés en China que en los propios Estados Unidos. El programa oficial de enseñanza de inglés lanzado por el gobierno chino alcanza a unos 250 millones de alumnos, lo que es varias veces superior al número de estudiantes de escuelas primarias y secundarias del país gobernado por Barak Obama. Un dato es clave respecto de lo que sucede en América Latina, incluida la Argentina: el programa de estudio intensivo y obligatorio de inglés comienza en China en tercer grado, mientras que en la mayoría de las naciones de nuestra región comienza recién en séptimo.

Como contexto sirve tener en cuenta datos que Alieto Guadagni aporta en su último libro, La educación argentina en el siglo XXI: “Nuestro país tiene uno de los calendarios con menos días de clase en el mundo (180) y así un chico argentino sale de la primaria con dos años de desventaja en cantidad de horas escolares respecto de un chico chileno ya que, además, apenas 10% de los alumnos accede a la doble escolaridad (con enormes desigualdades según la provincia en que viva). En la secundaria, en tanto, proporcionalmente se gradúa la mitad de alumnos que en Chile y lo mismo ocurre en la Universidad respecto de Brasil. ¿Qué tiempo y lugar puede haber para los idiomas en ese panorama?”.

Aclaro, nobleza obliga, que yo tampoco hablo inglés con fluidez, apenas si logro leer con dificultad y entender comunicaciones básicas. Pero tampoco me las doy, ni me hago el canchero. ¿Es tan difícil?

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