La aceptación por decreto esta semana del polémico memorándum con Argentina sobre la AMIA, fue lo más cercano a un gesto de autoridad del saliente presidente Mahmud Ahmadinejad.
Posiblemente agónico, también, aunque nada nunca suene definitivo alrededor del actual callejón persa. Este polémico dirigente que tanto atropelló a Israel y a Occidente, como se le animó a la propia dirigencia clerical de la revolución iraní, perderá el poder en apenas unos pocos días. Como concluye su segundo mandato no puede volver a presentarse en las elecciones del 14 de junio.
Pero ése no es su mayor problema. El Consejo de Guardianes de la Revolución acaba de quitar de la lista de candidatos al delfín y consuegro del presidente, un nacionalista, de dudoso islamismo según los fanáticos, llamado Esfandiar Rahim Mashaei.
Cuando ese destino era inevitable, Ahmadinejad firmó el pasado domingo el decreto que puso en marcha el acuerdo con Argentina. Lo hizo porque el memorándum había quedado cajoneado en el Parlamento en Teherán, que no tuvo la presteza aprobatoria que la Casa Rosada exigió a su tropa de legisladores. ¿Por qué sucedió eso si la verticalidad carnal y acrítica entre las bancas y los dueños del poder allá y acá no revelaría grandes diferencias?
Es interesante detenerse en ese litigio porque desnuda el extremo de voracidad de la pelea política en el régimen iraní. Esa batalla se ha venido intensificando a tono con la crisis económica -recesión, inflación de 30% anual y alta desocupación- que acorrala al país agravada por el bloqueo impuesto por Occidente para detener el programa atómico persa.
Ahmadinejad, en su segundo mandato, intentó forzar a las autoridades religiosas para que se elimine el Parlamento que puso palos en la rueda de su ineficiente plan económico y convertir a la presidencia en la máxima instancia del Estado, apenas por debajo del líder supremo Ali Jamenei. No lo logró pero hace unos meses difundió un video, que filmó secretamente, involucrando al presidente del Congreso, Alí Larijani y a su hermano Fazel, protegidos de Jamenei, en actividades corruptas.
Tratado de mafioso por los acusados, el escándalo trepó al máximo vértice del poder pero hasta los relatos místicos tienen límites y trampas. Ahmadinejad no podía ser decapitado porque lo eligió el líder religioso quien, según el discurso que adorna el modelo, es infalible porque tiene diálogo directo con el imán oculto, el Mahdi, quien recién será visto por los mortales cuando se produzca el juicio final.
La ofensiva de Ahmadinejad fue para quitar del camino a Larijani, que aparecía el año pasado como un seguro candidato presidencial bendecido por el supremo. Tuvo suerte. En la magra lista de ocho postulantes que autorizaron los consejeros, del mismo modo que tampoco figuró su delfín, no apareció este archienemigo interno. Ahmadinejad, sin embargo, no parece conformarse con pequeñas victorias y ha comenzado a golpear puertas y a apelar para que se revise la decisión de apartar a Mashaei y lograr que lo suceda. Ese pataleo es también un gesto de poder y tiene muchos significados.
Argentina negoció el extraño pacto o memorándum sobre la investigación del atentado de la AMIA con Ahmadinejad sin tener en cuenta, seguramente, la existencia o los alcances de estas batallas internas en el reino persa. La Casa Rosada quedó atrapada en un juego que le era totalmente ajeno. Eso, no obstante, está lejos de implicar que el acuerdo se congele.
La dirección de la teocracia iraní no va a desperdiciar un convenio que, en sus máximos, liberará de la persecución de Interpol a un grupo de importantes dirigentes acusados de aquel atentado. Pero lo interesante es que la negociación con Argentina, montada en la fluida relación entre Irán y la Venezuela chavista, acabó siendo uno de los audaces gestos del presidente saliente con sus mandos religiosos para proteger su carrera política. Ese movimiento no se resumió a la cuestión de la AMIA y la cancelación eventual de las circulares rojas de Interpol. El proyecto incluiría capas adicionales y es por ellas que posiblemente Ahmadinejad se sienta aún con derecho al primer plano.
A comienzos de este año, el 21 de enero, el ex presidente del Banco Central iraní, Tahmasb Mazaheri fue retenido en el aeropuerto de Düsseldorf, tras descubrirse en su equipaje un cheque de 300 millones de bolívares. El documento, equivalente a 70 millones de dólares, había sido emitido por el Banco de Venezuela según investigó el semanario Bild am Sonntag.
El argumento para semejante trasiego de dinero (el cheque se firmó en Teherán y Mazaheri viajaba a Caracas para cobrarlo) era el pago de deudas a la constructora iraní Kayson con proyectos edilicios en Caracas. Aparte de la excusa, el dato apareció como una pista más que reveladora de los esfuerzos de Irán para saltear el bloqueo impuesto por Europa y EEUU que, entre otras graves calamidades, le traba la circulación de dinero.
Venezuela no es la única pista en ese camino. Ecuador quedó el año pasado en el blanco de una serie de denuncias por una operación según la cual se utilizó el ahora Banco de propiedad pública Cofiec para abrir una cuenta en una entidad de un tercer país que tuviera aquel propósito de mover fondos que, de otro modo, correrían el riesgo de ser embargados. Esa cuenta la operaría el Pasargad Bank de Irán como corresponsal de la entidad ecuatoriana.
La maniobra financiera la construyó Pedro Delgado, el ex presidente del Banco Central y primo del presidente Rafael Correa, quien renunció con escándalo en diciembre pasado cuando se descubrió que había mentido respecto a su título universitario de economista y se exilió en EEUU.
El alcance de la ilegalidad de la operación no es claro como sostienen en Washington. Pero lo cierto es que el complejo esquema le sirve a Teherán para proveerse de dinero líquido sin aparecer en las cuentas.
Por ello, en estas horas duras, es crucial poder ampliarlo. Fuentes diplomáticas sostienen que ésa podría ser la cereza, por encima aún de la AMIA, del interés de Teherán por el acuerdo con Argentina. Algo así como la coronación de un vínculo multipropósito con Sudamérica tejido por Ahmadinejad y que es un valor de negociación en estos momentos de ocaso personal que le toca reclamar alguna devolución.