Por Julio Bárbaro - Periodista - Ensayista - Ex diputado nacional - Especial para Los Andes
Estamos en medio de un cambio profundo, complejo de entender y, en consecuencia, convocante a las más absurdas explicaciones.
Un nuevo gobierno implica una vuelta a la democracia, un retorno a una cultura que habíamos dejado de lado. Macri nos resulta de derecha, y desde ya lo es, pero no estamos saliendo de la izquierda sino de su degradación, del autoritarismo que intenta justificarse con el cuento de asumirse a sí mismo como representante de los necesitados.
Es necesario insistir con que no optamos entre izquierda y derecha; en mi caso, hubiera votado al candidato del Frente Amplio de Uruguay y en Chile hubiera elegido también el progresismo, pero aquí no tenía lista propia, era una mala mezcla de autoritarismo con corrupción. Y ahora los estalinistas que defienden corrupciones nos dicen que avanza la derecha en el continente, al solidarizarse con caídos por corrupción están asumiendo que el robo es defendible en manos de izquierdistas y con excusas justicieras.
Varios intentaron correrme con el cuento del peronismo como si uno estuviera obligado a apoyar cualquier variante de lo peor que intente presentarse en su nombre. Prefiero votar por aquel que no se escude en mi causa para otros menesteres que solo la terminan degradando.
El peronismo se convirtió en un recuerdo que da votos, y en consecuencia Menem lo utilizó para vender y endeudar y los Kirchner para duplicar el juego, los empleados públicos y quedarse con todos los resortes del poder a su servicio. El peronismo se fue con su fundador, los que usurparon su nombre ni siquiera se ocuparon de discutir su legado. Menem y los Kirchner fueron simples gobernadores feudales forjados en el más puro pragmatismo. Y todos tuvieron un primer gobierno aceptable para terminar luego en los peores rumbos.
Hoy gobierna un presidente que después de décadas no proviene ni del partido peronista ni del radical. Eso nos obliga a apoyar la democracia más que nunca, necesitamos invalidar la acusación de que el peronismo cuando no es gobierno no deja gobernar. Pareciera que algunos kirchneristas no se sienten peronistas pero intentan heredar sus defectos e impedir que el nuevo gobierno pueda implementar sus propuestas.
Voté a Macri y volvería a hacerlo; recién ahora Scioli toma distancia de Cristina, y me veo en una situación compleja, necesito dejar en claro mi apoyo a la democracia a la vez que expreso mis diferencias con las políticas que toma el Gobierno.
Estoy trabajando junto a Sergio Massa, cosa que no asumí en la campaña pero sí ahora que se necesita una oposición no agresiva. La vuelta de la ex presidenta al ruedo mediático fue complicada para todos, sus seguidores imaginaban un retorno triunfal que no existió y muchos opositores sintieron de pronto que el pasado, aun derrotado, les seguía metiendo miedo. En mi caso, ver de qué nos salvamos me aportó tranquilidad al espíritu.
Personalmente, no logro entender al cristinismo, supera mi capacidad de comprensión. Los discursos de Cristina me producen un rechazo tan fuerte que me impide hasta dejar la pantalla encendida. Siento que hay algunos que están representados por alguien que yo ni siquiera entiendo ni respeto, eso para mí ya no es una grieta, es una confusión en el lenguaje, me arrastran a una torre de Babel donde nos quedamos sin vías de comunicación y, mucho menos, formas de entendernos. Siempre pensé que el fanatismo era la expresión más significativa del atraso.
Muchos viejos marxistas adhieren a esa causa, se formaron en una escuela para la cual la realidad era el simple reflejo de una siniestra conspiración, y ellos, los buenos, tenían una clave para entender y explicar esos juegos. Son una secta, tienen sus códigos, y me cuentan que son de izquierda, a partir de lo cual no necesitan muchas más explicaciones.
Yo voté a la derecha, leyeron tanto que con ese dato ya tienen todo resuelto. Les cuesta sostener que Daniel Scioli es de izquierda, pero detrás estaban ellos, los que se escondían para que no los vieran, los que no querían votar a Scioli pero terminaron aceptando que no tenían otro.
Estamos en medio del río, todavía es más visible la orilla que dejamos que la que queremos alcanzar. Y no es fácil, nos ponemos nerviosos, hay demasiados desajustes que necesitamos enfrentar.
Pienso que la democracia recuperada abarca al Gobierno como responsable pero está acompañada por muchos otros sectores y fuerzas políticas. Hemos aprendido hace tiempo que el sistema es anterior al gobierno, y que para defender la democracia estamos muchos, asumimos a la institución por encima de nuestras ideas.
Tengo diferencias con Macri pero estoy convencido de que este gobierno, a veces demasiado liberal, es un avance con respecto al anterior autoritarismo estalinista. Cada vez que me enojo con el Gobierno pienso en cómo hubiera sido gobernando Scioli y me convenzo de que elegimos lo mejor. Eso sí, quiero dejar en claro mis diferencias, que son muchas, pero al menos este gobierno me devolvió el derecho a expresarlas. Y eso ya es digno de valorar.
Duele la sensación de fracaso, de estar siempre empezando de nuevo. Unos le echan la culpa a Cristina, otros se la echan a Macri, pero es la sensación de fracaso lo único que compartimos todos. Como expresó el maestro Borges: “No nos une el amor sino el espanto”.