En marzo de 2001, el futurista Ray Kurzweil publicó un ensayo en el que sostuvo que a los humanos se les dificultaba comprender su propio futuro. Basados en la historia, argumentó, resultaba claro que el cambio tecnológico era exponencial -pese a que la mayoría somos incapaces de verlo- y que, en unas cuantas décadas, el mundo sería irreconociblemente diferente. “En el siglo XXI no experimentaremos 100 años de progreso; será más como 20.000 años de progreso (a la tasa actual)”, escribió en The Law of Accelerating Returns.
Quince años después, Kurzweil se convierte en director de ingeniería en Google, y su ensayo se ha hecho un culto de seguidores entre los futuristas. Algunas de las predicciones son estrafalarias o exageradas, pero expertos en tecnología dicen que sus principios básicos a menudo se sostienen. La evidencia, dicen, yace en los logros exponenciales de un conjunto de tecnologías habilitadoras que van desde potencia computacional y almacenamiento de datos hasta la escala y desempeño de internet. Los avances están creando puntos de inflexión; momentos en que las tecnologías como la robótica, la inteligencia artificial, la biología, la nanotecnología y la impresión 3-D cruzan un umbral y desencadenan un cambio repentino y significativo. “Vivimos en un mundo alucinantemente diferente del de nuestros abuelos”, dice Fei Fei Li, director del Laboratorio de Inteligencia Artificial de Stanford, California, y esto será más cierto para nuestros hijos y nietos.
Kurzweil y otros han sostenido que a la gente le resulta casi imposible comprender este ritmo de cambio, dado que está en la naturaleza humana percibir como lineales las tasas de avance, no como exponenciales, de forma muy parecida a como cuando uno hace un acercamiento a una pequeña parte de un círculo y casi parece una línea recta. La gente tiende a enfocarse en los últimos años pero remontarse revela un cambio mucho más drástico. Muchas cosas que la sociedad ahora da por descontadas hubieran parecido disparates casi futuristas hace apenas unas décadas. Podemos hacer búsquedas entre miles de millones de páginas, imágenes y videos en internet; los teléfonos móviles se han vuelto ubicuos; miles de millones de sensores inteligentes conectados monitorean en tiempo real todo tipo de cosas, desde el estado del planeta hasta nuestro ritmo cardíaco, sueño y número de pasos, y drones y satélites del tamaño de una caja de zapatos recorren los cielos.
Si el ritmo del cambio se está acelerando exponencialmente, todos esos avances podrían empezar a parecer triviales en unos cuantos años. Tomemos por ejemplo el “aprendizaje profundo”, una forma de inteligencia artificial que usa poderosos microprocesadores y algoritmos para simular redes neurales que practican y aprenden con la experiencia, valiéndose de conjuntos de datos masivos. DeepMind, una compañía de Inteligencia Artificial (IA) perteneciente a Google, usó aprendizaje profundo el mes pasado para posibilitar que una computadora derrotara por primera vez a un profesional humano en el juego de Go, desde hace mucho considerado como uno de los grandes retos de la IA. Investigadores dijeron a Nature que prevén un futuro en apenas 20 años -o incluso antes- en que los robots y la IA sean tan comunes como los autos o los teléfonos y estén integrados a las familias, oficinas y fábricas. Los “exponenciales disruptivos” del cambio tecnológico crearán “un mundo donde todos puedan tener un robot y donde los robots estén generalizadamente integrados al tejido de la vida”, dice Daniela Rus, directora del Laboratorio de Inteligencia Artificial y Ciencias Computacionales del Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Cambridge.
Luego de décadas de desarrollo, las aplicaciones de IA están avanzando al mundo real, considera Li, con la llegada de autos que se manejan solos, de la realidad virtual y más. Es probable que el progreso en IA y en robótica se acelere rápidamente conforme compañías de muchos medios como Google, Apple, Facebook y Microsoft inviertan miles de millones de dólares en estos campos. Gill Pratt, ex director del Reto de Robótica de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada del Departamento de Defensa de Estados Unidos, preguntó el año pasado si la robótica estaba a punto de registrar una “explosión cámbrica”; un período de rápida diversificación de las máquinas. Aunque un solo robot aún no puede igualar la habilidad de aprendizaje de un bebé, Pratt señaló que los robots tienen una enorme ventaja: los humanos pueden comunicarse entre ellos a apenas 10 bits por segundo, mientras que los robots pueden comunicarse vía internet a velocidades 100 millones de veces más rápidas. Según él, esto podría resultar en multitudes de robots que acumulen en experiencias de aprendizaje mutuas a velocidad de la luz. Pratt fue contratado el pasado setiembre para dirigir el Instituto de Investigación Toyota, una nueva empresa de investigación de IA y robótica de mil millones de dólares con oficinas generales en Palo Alto, California.
Muchos investigadores dicen que es importante prepararse para este nuevo mundo. “Tenemos que volvernos mucho más responsables en términos de diseñar y operar estos robots conforme se vuelven más potentes”, dice Li. En enero de 2015, un grupo que incluyó a Elon Musk, Bill Gates y Stephen Hawking firmó una carta abierta apelando por una investigación extensa para maximizar los beneficios de la IA y evitar escollos potenciales. La carta actualmente ha sido firmada por más de 8.000 personas.
No obstante, predecir el futuro puede ser un juego de tontos, y no todo mundo está convencido de que el cambio tecnológico vaya a pegar a la humanidad así de rápido. Ken Goldberg, ingeniero de la Universidad de California, en Berkeley, cuestiona la idea de que las tecnologías avancen exponencialmente en todos lados, o que aquellas que sí lo hacen sigan así indefinidamente. “El peligro de la exuberancia excesivamente optimista es que pueda generar expectativas irreales y desencadenar el próximo invierno en la IA”, advierte, haciendo alusión a los períodos de la IA donde la propaganda exagerada dio paso a la desilusión seguida por fuertes recortes en financiamiento. Goldberg dice que las advertencias recientes de que la IA y los robots corren el riesgo de superar a la inteligencia humana son “enormemente exageradas”.
Y Stuart Russell, un científico computacional de la Universidad de California, en Berkeley, cuestiona la idea de que logros exponenciales en la tecnología necesariamente lleven a saltos transformadores. “Si tuviéramos computadoras billones de veces más rápidas, no tendríamos IA a nivel humano; podríamos decir medio en broma que simplemente tendríamos respuestas equivocadas billones de veces más inmediatas”, explica. “Lo importante son las verdaderas innovaciones conceptuales y algorítmicas, que son muy difíciles de predecir”, considera.
Russell sí firmó la carta de Hawking, y dice que es importante no ignorar las formas en que las tecnologías pudieran ser llevadas en direcciones potencialmente dañinas con resultados graves. “Cometimos este error con las tecnologías de combustibles fósiles hace 100 años; ahora es probable que no sea tan tarde”.