Así como durante muchas décadas los vientos de la historia tendieron en todas partes del mundo a favorecer las integraciones en contra de los aislamientos, hoy parece que dichos vientos se han estrellado contra una muralla y una tendencia contraria viene avanzando de un modo muy importante. Es que se han sedimentado muchos temores populares frente a los desafíos de un progreso económico y tecnológico que no parece tener en cuenta la necesaria equidistancia para que a la vez se reafirme también el progreso humano, tanto social como individual.
A las integraciones nacionales, que terminaron imponiéndose definitivamente en el siglo XX, los finales de dicho siglo le agregaron las continentales, por las cuales varias naciones vecinas unificaban esfuerzos para avanzar en conjunto en hacer frente a los desafíos de un mundo crecientemente complejo. Pero el siglo XXI comenzó con una avance civilizatorio aún mayor: el de la tendencia al universalismo, que en términos económicos o tecnológicos se denominó globalización pero que es algo mucho más profundo si se le agregan las dimensiones culturales y políticas.
Fue precisamente allí cuando todo entró en conflicto, porque las formas parcializadas en que la globalización avanza provocan más inquietud que esperanza en los pueblos, quienes, en un reflejo instintivo, proponen volver atrás, a épocas donde las certezas eran menos fluctuantes que hoy. Pero lo peor ocurre cuando las posiciones demagógicas de ciertos políticos los llevan a postularse como los que conducirán esa marcha atrás, aún sabiendo que se trata de un imposible con todas las letras.
En todo Occidente, tanto en los Estados Unidos como en Europa e incluso América Latina, van creciendo en importancia esas propensiones al retroceso y al aislamiento con una ideología antiglobalizadora que de hecho desmerece el universalismo que nadie podrá detener por más que se lo proponga. Y que, a la postre, es el único remedio contra la globalización unilateral, ya que se trata de lograr que todos reciban sus beneficios en vez de que se apropien de ellos sólo las minorías privilegiadas.
En otras palabras, para luchar contra los efectos negativos de la globalización, se necesita más universalismo y no menos. Y eso es lo que hoy no parece estar de moda en sociedades más a la defensiva que otra cosa.
Sin embargo, es muy posible que no tarde mucho tiempo en cambiar este clima político, como se puede evidenciar cuando se ponen en práctica las tendencias aislacionistas o separatistas, tal cual está ocurriendo por estos momentos en Inglaterra.
Ocurre que el Brexit, vale decir la separación de dicho país de la Unión Europea, pese a que se estableció a partir de un plebiscito votado por una mayoría popular, no está produciendo ninguno de los resultados esperados. Por el contrario, está haciendo que Inglaterra pierda conquistas continentales que afectan significativamente la calidad de vida de sus ciudadanos.
Es por eso que, solapadamente, los mismos dirigentes que prohijaron el Brexit hoy están teniendo discretas negociaciones con las autoridades de la Unión Europea para que les restituyan muchos acuerdos perdidos por la separación. Y no faltan quienes proponen una nueva votación para volver al lugar de donde nunca debieron irse.
La historia puede avanzar mejor o peor, pero lo cierto es que nunca va marcha atrás. Por eso lo esencial es adaptarse a la evolución de la mejor manera para los pueblos, pero nunca intentar negarla.