"Roberto pegaba un montón, pero tenía una carita de ángel que iba y pedía disculpas a los árbitros y lo perdonaban. A mí, por lo mismo, me expulsaban”, contaba Alfio Basile y él estallaba en una carcajada. “Hoy en día no se cuantos partidos terminaría en cancha”, remataba. Roberto Perfumo era así. Un “back central de aquellos” según oí mil veces de niño.
Un (El) Mariscal (así lo bautizó José María Muñoz) que siempre jugaba al filo del reglamento, ya fuera en Racing Club, Cruzeiro, de Brasil, o River Plate. Fino, temperamental y aguerrido, su personalidad y seguridad daban a sus compañeros la referencia sobre la cual apoyarse.
“Nunca uno puede confiar en el compañero que va a buscar la pelota. Debe ir pensando que va a fallar”, enseñaba a quien quisiera oírlo. Simpático, bohemio, hombre de una enorme claridad para explicar sus ideas, siempre se abrazó al fútbol para “salir de la pobreza”, según contaba.
Aunque se inició en las inferiores de River Plate, tras ser rechazado por Independiente de Avellaneda y Lanús (“Dedicate a trabajar porque al fútbol no podés jugar”, le dijeron alguna vez), decidió irse a jugar a Racing Club con edad de quinta división. Allí, en 1961 llegó el tiempo del debut. Tenía 18 años. Fue Juan José Pizzuti quien lo colocó en la zaga central. “No lo podía creer. Era mi club, mi barrio... ¿Cómo iba a jugar mal para Racing?”, se puede leer en el libro “Jugar al fútbol”, de su autoría.
En la Academia formó parte de la gloriosa etapa del equipo de José. Durante una década fue titular en el once más recordado por el hincha albiceleste. En 1966 llegó el torneo de Primera División y un año después la consagración: Racing levantó la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental.
Siempre iba al frente; nunca arrugaba. “Los buenos jugadores se ven cuando su equipo va perdiendo; cuando va ganando hasta el más cagón la rompe”, repetía. Eran tiempos de durísimos cruces coperos con los equipos uruguayos. Y ahí Perfumo era más Mariscal que nunca. “El mejor equipo que integré fue el Racing de José. Su principal virtud era el coraje, una cosa fabricada y mantenida por Pizzuti. Nos cagaba a pedos a todos”, declaró siempre
Su presencia provocaba respeto hasta en su rival más duro. Si hasta Pelé preguntó en más de una ocasión: “¿Juega Perfumo?”, dejando en claro su preocupación por la presencia del zaguero argentino.
En aquellos tiempos ni siquiera imaginaba que diez años después, en un potrero cualquiera de Argentina, un pibe iba a jugar a ser él.
En 1971 decidió marcharse a Brasil, donde la camiseta de Cruzeiro lo esperaba y donde rápidamente se volvió ídolo por su temperamento y su forma de jugar. Fue campeón tres veces del Mineiro y en una ocasión ganó la Copa Mina Gerais. Hasta 1975 duró la excursión por tierras brasileñas. Ahí, cuando el retiro comenzaba a plantearse como una realidad, llegó el llamado que lo devolvió a la Argentina.
Ángel Labruna, DT que quería devolverle a River Plate la gloria perdida 18 años atrás (esa cantidad de años llevaba el Millo sin salir campeón), lo convenció de volver. Y fue el fin de la racha negra. El Metropolitano del ‘75 quedó en el Monumental y fue el anuncio de otros dos títulos con la casaca de los de Núñez.
En aquellos años le marcó un gol de tiro libre a Boca Juniors en un clásico. Minutos después fue expulsado. Pedro González, compañero de equipo, erró lo que hubiera sido el 2-0 y el respiró. “Menos mal. Quería ganar el clásico con un gol mío”, declaró después con una sonrisa pícara.
A los 36 años decidió que era el tiempo del final y dejó una frase para la memoria: “Todos le dicen al jugador qué cosas debe hacer para convertirse en un profesional del fútbol. El problema es que, cuando le llega la hora del retiro, nadie le explica cómo dejar de serlo”. Tremenda definición de quien tenía muy en claro como seguía la vida.
Estudio Psicología Social, fue Secretario de Deportes de la Nación Argentina (“Quiero sacar a los chicos de la calle”, afirmaba), periodista y comentarista deportivo. Analizaba la realidad futbolística con una claridad y una sabiduría que lo volvían rápidamente el eje de cualquier programa o reunión.
“Mi segunda vocación es empezar de nuevo”, decía. Quizás era su forma de escaparle a la muerte. Esa pálida dama con quien había tenido una cita en 2008 cuando se le realizó angioplastia coronaria con colocación de stents. “El miedo a perder no tiene ni comparación con el miedo a morir”, confesó tiempo después.
“Fue un superhéroe para quienes desde niño veíamos como dejaba el alma en la cancha. La sensación era que siempre iba a impedir el gol. Parecía que tenía el pecho más ancho que el resto. Su presencia era impresionante. Es una imagen que aún guardo. Inolvidable”, me cuenta el periodista y amigo Sergio Faria. “Lo admiraba y fue por él por quien me hice hincha de River”, remata.
Querido y admirado por sus amigos, siempre fue compañero de la noche. Detestaba las madrugadas inoportunas y amaba el tango casi tanto como a su esposa Mabel. Solía compartir largas sobremesas donde el tango, el fútbol y los recuerdos ocupaban el tiempo. Justamente con su esposa vivió una anécdota que lo pinta de cuerpo entero.
“El instinto, los reflejos del jugador son también permanentes. Estábamos en la playa, en Mar del Plata, y yo, parado, pisaba una pelota de plástico. Ella vino por detrás, yo no la vi y me pateó la pelota. Instintivamente, por reflejo nomás, en una décima de segundo giré, le di una patada y un codazo”. Más allá de las risas que solía despertar la historia, pretendía mostrar su instinto permanente, su estado de alerta ante la posibilidad de la valla vencida.
Su paso por la selección quedará manchado por la ausencia del equipo en el Mundial de 1970. El empate 2-2 vs. Perú, en el Monumental, le dejó el recuerdo más amargo. Antes, en el ‘66, disputó el Mundial de Inglaterra donde la Argentina fue eliminada por los locales la tarde en que Rattín fue expulsado.
También estuvo en el ‘74, en Alemania, donde la Holanda de Cruyff le dio una paliza inolvidable. Fue 4-0. “La desorganización dirigencial era muy grande. Prefiero pensar que ese fue el momento clave en que todo empezó a cambiar”, contó.
Curioso es que quien se encargaba de evitarlos se despidiera con un “abrazo de gol”. Por las dudas, alguien allá arriba debería contarle que acá varios nos quedamos con las ganas de un festejo más.
Una anécdota, el guiño cómplice de Maradona
Las estadísticas (malditas) cuentan que Roberto Perfumo y Diego Maradona nunca coincidieron en una cancha de fútbol. Sin embargo, Diego, en un guiño cómplice a quien es reconocido como el mejor defensor de la historia del fútbol argentino, siempre contó una anécdota donde hablaba de un partido ante el gran Mariscal.
El 10 lo cuenta así: “Jugábamos con Argentinos Juniors en cancha de Huracán frente a River. En una jugada me encontré con Roberto de frente y quería gambetear para atrás... Se la tiré por un lado y quise ir por el otro y tac (hace el gesto de la patada al pecho). Volé como 50 metros y Roberto vino a verme y a decirme: ¿lo cierto que estás bien, nene?, mientras me levantaba de los pelos.
Sí Roberto, ¿cómo está el pie?” Obvio las risotadas llenaban el espacio donde Diego la contara. Perfumo, por su parte, siempre reconoció que se había olvidado de esa anécdota, aunque luego daba un relato parecido al del 10. Sin embargo, Diego y el Mariscal nunca coincidieron dentro de una cancha de fútbol, de manera oficial.