Desde tiempos inmemoriales el hecho de abandonar forzosamente la propia comunidad, la ciudad en la que se vive, el pueblo al que se pertenece ha tenido dimensiones de tragedia. Los éxodos, los exilios, los destierros suponen experiencias desgarradoras, dolorosísimas, tanto para las personas como para las sociedades desplazadas o separadas.
En la antigua Grecia, el ostracismo, la expulsión de la propia ciudad era en términos existenciales una especie de muerte prematura, de muerte en vida, en el que la vida biológica subsiste más allá de la vida de relación.
León Gieco refleja muy bien la condición del que sufre el extrañamiento forzado:
Sólo le pido a Dios
que el futuro no me sea indiferente,
desahuciado está el que tiene que marchar
a vivir una cultura diferente.
Desahuciado: dícese de quien no tiene posibilidad de sobrevivir.
Una buena parte de argentinos somos descendientes de personas que por motivos económicos o políticos tuvieron que abandonar sus países nativos. La experiencia del destierro nos es familiar, directa o indirectamente.
Las condiciones en las cuales algunas personas se ven forzadas a dejar su ciudad, su país, subsisten, como hemos podido ver recientemente con las poblaciones desplazadas por los conflictos de Cercano Oriente.
Pero no hace falta salir al mundo para ver estos fenómenos de personas o colectividades desplazadas. También pasan esas cosas en este país. Hay personas cuyas vidas o su integridad física están en riesgo, y no por causa de mera inseguridad o incidencia de actividades criminales.
Banalizar este tipo de extrañamientos, trivializarlo siempre tiene algo de insultante, de ofensivo, no solamente respecto de las víctimas que lo sufren sino también de las comunidades acusadas injustamente de ser victimarias.
En ese sentido ha resultado particularmente irritante la reacción de muchos dirigentes políticos y sociales, intelectuales y artistas simpatizantes del kirchnerismo que ante su derrota electoral declararon airadamente que pensaban abandonar el país porque el clima que generaría el nuevo gobierno les resultaba insoportable.
La primera vez que supe de estas declaraciones fue para las elecciones de 1989. Entonces, personajes como Bernardo Neustadt y Astor Piazzolla declararon que si ganaba Menem se irían del país. Por una o otra razón, finalmente no se fueron. Como entonces, las celebrities que hoy juegan al destierro no corren peligro en lo que respecta a su vida, su libertad, sus bienes o su subsistencia.
Primera consideración: se trata de personas que en diferentes tipos de actividad han obtenido renombre (merecido o no) justo en (y de) la sociedad que rechazan por sus preferencias electorales.
Les da asco precisamente esa sociedad que los premia y los reconoce. A la vergonzosa ingratitud se suma una presunción de superioridad moral respecto de esa sociedad en la cual juzgan imposible seguir viviendo.
Es curioso que el reconocimiento social sea la condición de posibilidad de algo que funciona esencialmente como una declaración de intenciones contra la misma sociedad, que ha cometido el pecado de elegir un gobierno que no es de la preferencia de las celebrities.
Pero el asunto tiene otros aspectos igualmente interesantes para el análisis. Por un lado, no todas las celebrities K habían asumido un compromiso político o social previo al anterior gobierno. Su "militancia" (vamos a ser generosos) se da en un contexto de poder hegemónico kirchnerista.
Su compromiso llega justo ahí. Porque no parecen nada resueltos a seguir militando en contextos de adversidad, de oposición al nuevo poder de turno. Opción EXIT: me voy hasta que esto se termine. Resiliencia política cero. Mientras los devotos K llaman desde sus precarios o confortables bastiones a la resistencia heroica, las celebrities K, aparentemente sin nada (entendida también en su más cruda materialidad) por lo que seguir militando, se toman las de Villadiego.
María Elena Walsh, en Serenata para la tierra de uno (canción que, por razones que valdría la pena analizar, dejó de sonar hace varios años), le cantaba a las contradicciones de quienes están insatisfechos por la situación de la patria pero no pueden alejarse de ella.
Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy,
por todo y a pesar de todo, mi amor,
yo quiero vivir en vos.
Seguramente muy pocos (si es que alguno se anima) terminaran yéndose. No son tontos: saben que no es sencillo tirar una carrera por la borda, empezar de nuevo. Habrá que ver si prosiguen con su militancia activa. En cualquier caso el berrinche de las celebrities dice mucho de las características del compromiso patriótico y político en nuestro país.
Al parecer, solo están para las maduras. En las duras se borran.