Los riegos de que las personas puedan morir ahogadas en ríos, espejos de agua o cauces de riego siguen siendo una situación de máxima preocupación para las autoridades provinciales. Las elevadas temperaturas del estío, como ocurre cada año, determinan que muchos mendocinos se vuelquen a los ambientes con agua, que son pocos en nuestra geografía, para atemperar los altos registros térmicos de la temporada.
Uno de los lugares convocantes, además de los habituales en los embalses de los diques, está representado por las márgenes del río Mendoza, tanto a la vera de la ruta 82 (a Cacheuta), en Blanco Encalada, como en la zona del dique Cipolletti. Especialmente el primero de esos sitios, a la altura del kilómetro 21, es un clásico del verano mendocino, que se impuso hace más de una década, convirtiéndose en una extensa playa con escasa o nula infraestructura, y muchísimo riesgo.
Muchos de los concurrentes a esos escenarios no calculan debidamente los peligros que implica arrojarse a la corriente del río, argumentando que saben nadar. El resultado ha sido inexorablemente la pérdida de vidas, en la mayoría de los casos de personas jóvenes o niños.
Afortunadamente, esta temporada y en el ambiente que estamos describiendo, los municipios de Luján de Cuyo y Las Heras, con el apoyo del cuartel central de Policía, están desplegando hombres y equipos para tratar de controlar la situación y evitar más desgracias. Hubo épocas, ya pasadas afortunadamente, que los controles oficiales sobre esos lugares eran nulos.
Pese a todo, la crónica de Los Andes del domingo pasado registra la impotencia de los servicios de Defensa Civil, que no obstante advertir a los bañistas sobre los peligros de usar puntos caudalosos y profundos, no consiguen siempre disuadirlos o lo logran por momentos, y luego los temerarios excursionistas retornan con sus prácticas. Así fue que se debió auxiliar a dos menores y a tres mujeres, quienes estuvieron a punto de morir ahogados al arrojarse al agua en una zona con una profundidad de casi cinco metros.
Como es virtualmente imposible impedir que los usuarios busquen refugio en estos ambientes durante las tórridas jornadas que se registran, lo que debe mediar es una concientización de la propia gente para contar con su colaboración y minimizar los peligros.
Las autoridades, unidas por fin en objetivos comunes pese a las diferencias de límites o jurisdicciones, están aportando una fuerza de seguridad aceptable, con patrullajes y rápidos reflejos ante la emergencia. Es hora de que el público, a pesar de que está expresamente prohibido bañarse a la vera de cauces, asuma una cuota de raciocinio y sensatez no invadiendo las áreas peligrosas y refrescándose lo más cerca posible de las orillas, sin adentrarse en los puntos que ya están establecidos como de amenaza extrema. El verano recién comienza. Adoptando comportamientos de autoprotección, las familias volverán a sus hogares con todos sus integrantes a salvo y no lamentando incidentes fatales que, con un poco de criterio, se pueden evitar.