Razi Nalim ha vivido en Estados Unidos durante 30 años. Como ingeniero de la Universidad de Indiana-Universidad Purdue Indianápolis, a menudo viaja por el mundo para reclutar estudiantes de ciencias e ingeniería para su universidad. Pero la semana pasada, en la cúspide de un viaje de reclutamiento por la India, dudó cuando le preguntaron si seguiría alentando a estudiantes musulmanes extranjeros a que trabajen o estudien en Estados Unidos.
“Seguiría afirmando que la oportunidad para hacer aquí ciencia de vanguardia es inigualable”, dijo Nalim, quien es musulmán. “En lo que pienso que advertiría a la gente que lo pensara más cuidadosamente es con respecto al largo plazo: ¿dónde les gustaría vivir y criar a una familia? Esa es una pregunta más difícil de responder”.
Para Nalim y otros, la raíz de dicha inquietud es evidente. El candidato presidencial estadounidense Donald Trump, quien ha hecho campaña en contra de la inmigración, alardeó en diciembre que, de ser elegido, prohibiría la entrada al país de los musulmanes. (Trump -ahora candidato favorito republicano- dijo el 30 de marzo que haría excepciones para algunos musulmanes; notablemente sus amigos musulmanes adinerados).
A los defensores de la ciencia les preocupa que la postura antiinmigración más amplia de Trump pudiera representar una amenaza para el dominio de Estados Unidos en la investigación.
Aproximadamente 5% de todos los estudiantes de Estados Unidos proviene de otros países, incluyendo más de 380.000 personas que estudian ciencias, ingeniería, tecnología o matemáticas. “Siempre hemos sido una nación que ha dado la bienvenida a los cerebros científicos de otros países”, dice Mary Woolley, presidenta de Research!America, un grupo defensor de la ciencia situado en Alexandria, Virginia. “No queremos que eso cambie ahora”.
Hasta el momento, los temas científicos han sido escasamente mencionados en las campañas. Hillary Clinton, la candidata favorita demócrata, ha prometido impulsar el apoyo para la investigación sobre la enfermedad de Alzheimer, y ha arremetido contra la postura antiinmigración y antimusulmanes de Trump. Cuando fue senadora, Clinton apoyó iniciativas de ley relacionadas con la salud y la investigación y, como primera dama del ex presidente Bill Clinton, fue partidaria de investigaciones sobre la salud de las mujeres.
Trump es un adinerado magnate inmobiliario sin legado político al cual estudiar en busca de sus opiniones científicas. Durante su campaña ha relacionado el autismo con las vacunas infantiles y ha restado importancia al cambio climático
-“Se llama clima”, dijo-. Michael Savage, un locutor de radio conservador, sugirió al aire en octubre que, de resultar electo, Trump debería nombrarlo director de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por su sigla en inglés) de Estados Unidos. “Bueno, puedo decirle que usted sabe que le daría sentido común, si ese fuera el caso”, contestó Trump, durante la despreocupada conversación. “Porque escucho hablar tanto sobre el NIH, y es terrible”.
Con poco más que esto para evaluar, los partidarios del financiamiento para la ciencia están preocupados. “Se siente como que hay mucho cinismo con respecto a la ciencia y los científicos, y eso es inquietante”, dice Benjamin Corb, director de asuntos públicos de la Sociedad Estadounidense de Bioquímica y Biología Molecular, con sede en Rockville, Maryland.
La posición de Trump respecto de la inmigración es más clara. Frecuentemente alardea que, de ser elegido, construiría un muro a lo largo de la frontera con México -y forzaría a México a pagarlo-, lo que le ha hecho ganar partidarios y ser blanco del escarnio.
Un presidente Trump podría ser un mal augurio para los antiguos esfuerzos por impulsar el número de profesionales extranjeros que trabajan en Estados Unidos con visas para trabajadores altamente calificados, conocidas como H-1B. Pero las declaraciones de Trump respecto de las visas H-1B han sido difíciles de analizar. A veces ha defendido traer al país a trabajadores calificados; en otras ocasiones ha dicho que a menudo se abusa del programa H-1B y que debería ser restringido.
Estas declaraciones preocupan a Brad Hayes, un científico computacional del Instituto Tecnológico de Massachusetts en Cambridge. Hayes es ciudadano estadounidense, pero afirma que algunos de sus colegas más destacados no lo son. “Muchos de ellos quieren seguir aquí luego de obtener sus doctorados, pero ahora eso está en duda”, explica. “Absolutamente queremos que esta gente se quede. Si quedan atrapados en este 'cerremos las fronteras, mantengamos a todos afuera', nos estamos perjudicando”.
Hayes inadvertidamente puso de relieve la simplicidad de la retórica de Trump cuando decidió usar una red neural para modelar los patrones perceptiblemente repetitivos y simplistas de los discursos de Trump. Ha estado publicando en Twitter los resultados -citas parodiadas generadas por computadora basadas en los discursos de campaña de Trump- usando la cuenta @DeepDrumpf (el apellido ancestral de Trump, Drumpf, fue cambiado por la familia hace varias generaciones).
“Vamos a construir el muro”, dice un tuit, haciendo referencia al plan de Trump con respecto a México. Hayes dice que el proyecto solo pretendía ser divertido, pero terminó expresando algo importante. “Mucha de la retórica que se ha utilizado es muy ligera en contenido”.
Pero esa retórica está teniendo efecto, dice Ehab Abouheif, un biólogo del desarrollo de la Universidad McGill, en Montreal, Canadá, que es musulmán. En un viaje reciente pare ser entrevistado para un cargo en Estados Unidos, la “pregunta constante (de los reclutadores) fue ‘¿Realmente está seguro que le gustaría venir?’”, dice. “Mis colegas científicos realmente están asustados”.
Para Abouheif, quien recuerda con cariño haber terminado su doctorado y post doctorado en Estados Unidos, el clima actual es surreal. “Si están intentando impedir que lleguen musulmanes, significa que los que ya están ahí tampoco se van a sentir cómodos”, explica. “Sería una pena alienar esta gran parte de la sociedad”.