Los medios de comunicación lo llaman "lugar de la vergüenza", pero en realidad su nombre es Moria y se encuentra en la isla griega de Lesbos. Aquí viven personas desesperadas en viviendas prefabricadas, pero también en tiendas de campaña provisionales bajo lonas de plástico.
Alrededor del campamento original, situado a unos 15 minutos en coche de la capital de la isla Mitilene, se han formado los llamados campos satélite. En teoría, Moria tiene capacidad para acoger a 3.100 personas, pero a mediados de setiembre se hacinaban aquí casi 9.000 migrantes y refugiados.
Moria está completamente abarrotado. Tres años después del comienzo de la que seguramente es la crisis migratoria más grave desde la Segunda Guerra Mundial, la situación aquí empeora cada vez más. De vez en cuando también se superan los 10.000 migrantes en la zona de Mitilene, que tiene una población de 37.000 habitantes. "Existe una amenaza de explosión social", alerta una y otra vez el alcalde de la ciudad, Spyros Galinos.
Traslados
Presionado por las malas noticias que aparecen en la prensa, por las organizaciones de ayuda humanitaria y las autoridades locales, el Gobierno en Atenas intenta desde hace poco calmar la situación. Cientos de refugiados son trasladados desde Lesbos a tierra firme a bordo de ferris.
Las personas que todavía están en Moria tienen que esperar a que se tramiten sus solicitudes de asilo, algo que lleva mucho tiempo. Tras tres años de crisis, sigue faltando el personal necesario. "He esperado un año. Ahora por fin puedo largarme de aquí", dice un joven de Somalia. Lo que empuja a la gente "a la locura", como explican muchos refugiados, es tener que permanecer sin hacer nada durante meses en un campamento que cada vez tiene que acoger a más personas.
Entre ellas, un gran número de niños que están visiblemente destrozados y no pueden comprender lo que ocurre con ellos. Las escenas que se viven aquí hablan por sí mismas: un niño pequeño se cruza con un reportero. Cuando ambos se encuentran a una distancia de pocos metros, el pequeño observa al hombre, que mide 1,80 metros, y se estremece atemorizado. Con un brazo hace un movimiento como si tratara de defenderse de un golpe. Permanece quieto en silencio, en su rostro se lee el miedo. ¿Qué es lo que ha vivido este niño?
La ONG Médicos Sin Fronteras (MSF) critica que en muchos campamentos de refugiados la situación para los niños y jóvenes es cada vez más grave. De acuerdo con sus informaciones, un gran número de adolescentes piensa en suicidarse, otros ya lo han intentado.
Además, muchos niños tienen ataques de pánico, otros reaccionan de manera agresiva, guardan silencio o tienen pesadillas continuamente, asegura la organización.
Un joven afgano se acerca a un grupo de periodistas y les muestra la ecografía de su esposa embarazada, en la que se ve la fecha 23 de septiembre de 2018. En griego pone: "Peligro de aborto/nacimiento de niño muerto. Debe hacerse algo urgentemente."
Con su pobre inglés y muchos gestos, el hombre pide ayuda. Los reporteros tratan de decirle que no pueden hacer nada, más allá de llevarlo con los médicos de las ONG. La conversación termina y cada uno sigue por su lado. Todos están desesperados.
Miedo y xenofobia
Un ligero olor a marihuana surge de entre las tiendas de campaña. Parece que algunas personas tratan de sobrevivir a Moria de esta manera, entre ellos también algunos criminales. "A partir de ahora, marihuana y machete", dice un joven migrante en inglés mientras el sol se pone. En Moria también se dan estas imágenes. Alrededor del campamento hay desplegados varios policías.
En vista de esta miserable situación, el alcalde de la isla ya no esconde sus sentimientos: "Debemos avergonzarnos por lo que hacemos a las personas", dice.
Entretanto, la solidaridad inicial de los habitantes de la isla se ha transformado en una creciente xenofobia, cuenta. "Y cuando llega el miedo, entonces se vuelve peligroso", añade.
Las islas en el Egeo Oriental pagan el precio de los errores de los verdaderos responsables de la crisis migratoria, opina el alcalde y alerta que ya hay ciudadanos que simpatizan con la extrema derecha que se aprovechan de la situación. La solución que él exige es que dos ferris se desplacen varias veces entre Lesbos y tierra firme. Según el Galinos, miles de refugiados deberían marcharse inmediatamente.
Muchos sospechan que la miserable situación que se vive en Moria es intencionada para desanimar a la gente a la hora de cruzar de Turquía a las islas griegas.
Salam Aldeen, director de la ONG danesa Team Humanity, no tiene duda de ello. "Es lo que quieren los Gobiernos (de la UE)", dice una y otra vez. Su organización intenta animar un poco a los niños mediante juegos en las cercanías del campamento.
"Me avergüenzo porque a veces estoy furiosa de que haya tantos migrantes en nuestra isla", admite Irini, que trabaja en un pequeño hotel. Pese a que es consciente de que estas personas no tienen la culpa de nada y están huyendo de sus países, a Irini le enfurece que el pequeño hospital de la isla ya no pueda ayudar a la gente en condiciones. "Está abarrotado. Los médicos no lo consiguen, no pueden ayudarnos bien ni a nosotros, los locales, ni a los refugiados", lamenta.
Los propietarios de las tiendas ubicadas a lo largo de la calle Eressou, en el centro de la capital de Lesbos, cuentan todos lo mismo. "Así no pueden continuar las cosas. Muchos turistas ya no vienen debido a la crisis migratoria", opina un orfebre. "Con la actual crisis financiera sólo compran joyas los turistas", pero éstos no han venido, se queja.
A mediados de septiembre comenzó la llamada descongestión de la isla de Lesbos, aunque nadie sabe si servirá para algo. Cada día llegan aquí decenas de migrantes procedentes de Turquía. Un día de setiembre, varios autobuses recogen a 440 personas del campo de Moria y las trasladan a los ferris. Frente al campamento se viven escenas conmovedoras.
Familiares y amigos que se quedan se despiden de los afortunados que pueden viajar a El Pireo donde serán alojados en un campamento mejor.
Una mujer de Malí escribe en francés un breve mensaje con un gran "gracias" a los miembros de una ONG que le han ayudado durante todo el tiempo que ha pasado en Moria.
El último autobús parte de Moria poco antes del atardecer. El cielo teñido de rojo por los últimos rayos de sol parece idílico, si no fuera por el ligero olor a orina procedente de los retretes químicos. La última en subir al bus es una mujer siria.
"No importa a dónde nos lleven, será mejor que aquí", dice con una leve sonrisa en el rostro.