¿Quién habla de los indígenas en Brasil, de su sufrimiento, de sus necesidades? Nadie, responde el cacique guaraní Joao Vera Mirim. Tiene 102 años y dio el que será posiblemente su último voto a la presidenta Dilma Rousseff esperando que esta vez los tome más en cuenta.
“Casi ningún candidato se acuerda de los indígenas, de lo que sufrimos, de lo que estamos pasando”, lamentó Vera Mirim después de votar en una escuelita de Angra dos Reis, una ciudad frente al mar a 115 km de Rio de Janeiro cercana a su aldea.
En el pasado “apoyé a Dilma, apoyé a Lula y aún estoy esperando respuesta”, añadió este viejo cacique, que ha votado en cada elección desde que los brasileños volvieron a tener la posibilidad de elegir presidente por voto directo en 1989, unos años después del fin de la dictadura militar (1964-1985).
“Necesitamos salud, salud, salud”, dice este viejo cacique acicalado con su camisa a rayas, pantalones de vestir azules y su sombrero, que llegó al centro de votación saludando a todos con una contagiosa sonrisa.
Ayer volvió a votar por Rousseff, la candidata del Partido de los Trabajadores (PT, izquierda), que disputaba el balotaje frente al socialdemócrata Aécio Neves y que prometió en su campaña fortalecer las instituciones indígenas, la salud y la calidad de la educación.
Su sobrino, Domingos Taendy (63), hoy cacique de los guaraníes en Angra dos Reis, lo acompañó. Él también se siente abandonado por los políticos actuales y por eso pretende lanzarse a legislador regional en las próximas elecciones de 2018.
“Muchos presidentes prometen mucho y no hacen nada (...) El gobierno no nos da nada, vivimos aquí de la venta de artesanías, es muy duro porque además la tierra no es fértil y tenemos que ir al mercado a comprar nuestros alimentos”, explicó Taendy, que votó a Rousseff en el primer turno pero prefirió no revelar su voto para el balotaje.
Más salud, mejor educación
En Brasil viven 896.900 indígenas de 305 etnias, un 0,4% de la población total de 202 millones.
En la aldea de los guaraníes en Angra viven unas 87 familias en casas de tablas con techos de paja: 435 personas con 182 electores, muchos de los cuales no hablan portugués. Está enclavada en la selva tropical, apartada de la costa y los lujosos condominios de veraneo.
En un día nublado, los picos de las montañas terminan escondidos entre las nubes, creando una sensación onírica.
Vera Mirim consiguió hace 24 años la demarcación de sus tierras ancestrales, algo por lo cual luchan aún muchas etnias, enfrentando a colonos agricultores que los invaden y los obstáculos que el poderoso lobby agropecuario coloca desde el Congreso.
El actual gobierno reconoció en cuatro años 11 áreas de tierras indígenas que totalizan dos millones de hectáreas. En los ocho años previos, el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva reconoció 84 áreas con 18 millones de hectáreas. Y antes que él, el socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) reconoció 141 territorios con 41 millones de hectáreas, según datos del diario Folha de Sao Paulo.
La política no perturbó las actividades de los guaraníes en la víspera de las elecciones. Alrededor del campo de fútbol -de tierra sin grama- se sentaban grupitos: los adolescentes escuchando música y jugando con sus celulares, los niños corriendo de pies descalzos, sucios de tierra y la cara llena de mocos, y los jugadores anotando goles sumándose a la pasión del deporte rey en Brasil.
No muy lejos en la aldea, una choza está dotada con dos videojuegos tipo arcade. Los jóvenes rodean la gran caja y toman turnos para luchar a través de una palanca y botones. Otros prefieren el ordenador portátil o el celular: es una generación del siglo XXI hablando guaraní.
La mayoría en la aldea prefiere no hablar del voto. Gonçalino Karai, de 34, confiesa sus simpatías casi susurrando: "Dilma... Creo que ella puede mejorar esto".