El año pasado, antes y durante el proceso electoral, se discutió en los más diversos ámbitos de la sociedad la necesidad de una alianza electoral muy amplia para enfrentar al kirchnerismo. Asimismo comenzaron a escucharse voces, de distinto origen, quienes afirmaban que en el caso de darse el triunfo de la oposición, se debería forjar un gobierno de coalición.
En el primer caso, la alianza electoral, se concretó y permitió imponerse en la elección. La alianza reunió fuerzas políticas distintas, pero complementarias. Un fuerza joven el PRO, pero probada con dos períodos de gobierno en la ciudad de Buenos Aires. Otra, el partido político más antiguo del país, La Unión Cívica Radical (UCR), con organización en todo el territorio nacional.
Finalmente la Coalición Cívica (CC), una agrupación política fuerte en la Capital Federal y con perfil doctrinario y ético muy acentuado. Sin duda los tres líderes de esos partidos, Mauricio Macri, Ernesto Sanz y Elisa Carrió, jugaron un papel muy importante en la construcción de la alianza. Debe agregarse que en varias provincias se concretaron alianzas más menos similares con resultados favorables como Mendoza, Jujuy y Buenos Aires.
La alianza Cambiemos estuvo asentada en una manifestación muy firme y clara de defensa de las instituciones de la democracia republicana y fuerte cambio en las políticas a aplicar. Transcurrido algo más de un mes desde que asumió Cambiemos, son muchas las voces que siguen reclamando un acuerdo político más amplio, que dé bases a un gobierno de coalición que asegure una mayoría parlamentaria, al menos en Diputados, que posibilite la aprobación de los instrumentos jurídicos para concretar el cambio.
Tanto las alianzas políticas como los gobierno de coalición han sido infrecuentes en la política argentina del último medio siglo. No fue así en el siglo XIX y hasta la tercera década del pasado. Importantes Pactos Políticos, como el Federal de 1831, El Acuerdo de San Nicolás de 1852 y el San José Flores de 1859 fueron las bases de la organización nacional.
Todos los gobiernos nacionales, luego de la sanción de la Constitución, fueron alianzas políticas. La última importante fue la Concordancia de los años ´30. Pero también es verdad que quedan resabios de larga data de repudio a los acuerdos: expresiones tales "como que se rompa pero no doble", partido "intransigente" o "contubernio" para calificar los acuerdos son ejemplos de lo dicho.
En los países más avanzados política y económicamente no ocurre lo mismo. Es el caso de Alemania donde los dos grandes partidos que disputaron el poder desde la post guerra se han unido en una colación liderada por Ángela Merkel y convertido al país en una potencial mundial. En EEUU los dos grandes partidos, Demócrata y Republicano, son amplias alianzas en sí mismos. Nuestros vecinos chilenos han consolidado la democracia en bases a una alianza, lo mismo ocurre en Brasil, aunque la coalición está sacudida por problemas de corrupción y económicos.
Recientemente un Documento de Trabajo del IERAL llamado "En búsqueda de acuerdos y políticas de Estado para el desarrollo de largo plazo en Argentina" señala las dificultades y debilidades para conseguir un verdadero proceso de desarrollo, enumerando esas debilidades: la alta atomización política, la baja credibilidad de las políticas gubernamentales, los problemas de maduración de la políticas públicas, la influencia de los ciclos políticos sobre los económicos, la insostenibilidad del gasto público, la desestimación de los efectos a largo plazo de las políticas y la falta de solución a las situaciones de pobreza de la población más vulnerables. Cuestiones factibles de solucionar sólo con grandes y amplios acuerdos políticos.
