En estos días se cumple un año desde que salieran a la luz las aberraciones cometidas en el Instituto Próvolo. Sacerdotes que tenían la noble tarea de velar y cuidar de pequeños niños y que además cuentan con la cruz a cuestas de capacidades diferentes, lo cual hacía de ellos seres más indefensos y desprotegidos.
Estos sacerdotes cometieron el peor de los pecados, que el mismo Jesús condenó diciendo: "Aquél que escandalizare a algunos de los más pequeños, más le valdría que le ataran una piedra al cuello y lo arrojaran al mar", sacerdotes indignos de ser llamados apóstoles de Cristo, sino más bien hijos de Satanás.
Pero así como la Iglesia es pecadora por las graves faltas cometidas por quienes formamos parte de ella, también es Santa, por todas aquellas personas que vivieron y viven heroicamente y en grado de santidad las virtudes cristianas y se desviven por los más desprotegidos. Y hoy quiero traer en estas líneas a un sacerdote de 93 años que seguramente desde el sábado pasado ya goza de la Vida Plena.
Girolamo (Gerónimo -lo rebautizamos acá) Zanconatto, josefino de Murialdo, hace 32 años llegó a la Provincia de Mendoza, y se instaló físicamente y espiritualmente hasta su muerte en la Comunidad del Instituto Leonardo Murialdo y en la comunidad de Villa Nueva y Jesús Nazareno.
Lo conocí cuando tenía yo 8 años, siempre alegre, jovial, irradiando paz y consejos a quien se le acercara. Nos formó como buenas personas y cristianos que intentamos ser cada día.
Tenía un carácter firme pero afable lo cual lo convertía en un sacerdote que sabía cuáles eran sus responsabilidades como hombre de Dios, para nunca cruzar la línea de la chabacanería y la excesiva confianza que pudieran menoscabar el alma de algún niño.
Recordados eran los campamentos en el refugio que la Congregación tiene en Valle del Sol, cuando ese lugar era un páramo y no una aldea desorganizada y amontonada como lo es hoy, donde las actividades eran infinitas y los fogones de la noche impagables, con los consabidos cuentos de terror a la luz de las estrellas, las escaladas al cerro de la Cruz, que él con sus 60 años, lo subía primero que nosotros. Por supuesto íbamos en la histórica Citronave naranja (una camionetita Citroën, que era más conocida en Villa Nueva que la Avenida Libertad).
No podemos dejar de mencionar su incansable labor en favor de los más desprotegidos, en la zona de Jesús Nazareno, donde su labor pastoral y social fue invalorable, desde el más absoluto silencio, haciendo honor al lema de Murialdo "Hacer y Callar".
Levantó junto a colaboradores doctos y no doctos el primer centro de Salud de ese lugar, donde el Estado brillaba por su ausencia, y era el único lugar donde los primeros auxilios de ese poblado eran curados.
Es más, yo propondría que ese Centro de Salud, llevara su nombre en su honor. Lo pido ahora, porque en vida se hubiera enojado mucho. La humildad, era una de sus principales virtudes.
Como sacerdote, su tarea se extendió por Italia, Sierra Leona en África, Brasil, Argentina, fue Superior General de la Orden, lector incansable. Llegaba a leer dos libros semanales en diferentes idiomas, lo que hacía que muchas veces sus homilías fueran políglotas, ya que mezclaba las palabras y generaba la carcajada en los asistentes a sus misas.
Confesor incansable, hasta dos meses antes de su muerte estuvo en el confesionario, tarea ésta de gran importancia, dado que para los católicos es un sacramento de gran necesidad, pero los no creyentes piensan que mucha gente va a desahogar sus penurias, amarguras, tristezas y en él encontraba un oído paciente y un consejo certero.
El sábado su vida se apagó acá en la Tierra, para despertar en el Cielo, que él tanto anhelaba alcanzar. Murió rezando como lo hizo todos los días, con el único tesoro material que tuvo: el Rosario que le regalo otro Santo: Juan Pablo II, cuando éste era Papa y él Superior de la Orden.
Se fue y nos dejó todo el amor que supo brindar sin esperar recibir nada a cambio. Se te va a extrañar. Chau Gero.
Federico Basile
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