La Iglesia que encara los flagelos de nuestros días

Las crisis políticas y económicas que derivan en marginación y miseria fueron el eje del mensaje de la Iglesia, desde el tiempo de Cuaresma hasta esta Pascua de hoy.

La Iglesia que encara los flagelos de nuestros días

Poco antes de comenzar la Cuaresma cristiana, el papa Francisco dejaba una muy buena reflexión inspirada en palabras del apóstol Pablo. Decía el Pontífice que “Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza”.

La creencia cristiana reafirma que esa característica de la revelación de Dios también queda registrada en la historia a través del palpable padecimiento de Jesús en sus últimos días de vida pública hasta su muerte en una cruz.

Ya en las meditaciones del Viernes Santo, cuando se conmemora todos los años la Pasión de Cristo, se encaró con notable claridad los asuntos de actualidad que, con total justeza, la Iglesia presidida por Francisco no quiere dejar de lado.

Apuntó el mensaje a “las injusticias que ha causado la crisis económica, con sus graves consecuencias sociales: precariedad, desempleo y despidos”. Y dedicó un párrafo para recordar a “todas las madres que sufren por sus hijos lejanos, por los jóvenes condenados a muerte, asesinados o enviados a la guerra, especialmente por los niños soldados”.

La clara mención de la Iglesia a los problemas que aquejan hoy a muchas sociedades tiene su justificación. Son numerosos los países que han excluido a una enorme cantidad de personas solamente por el hecho de ser extranjeras, indocumentadas o lo que fuere.

Hay que reconocer que en la mayoría de los casos se trata de la aplicación de políticas proteccionistas que tienen que ver con el crecimiento de cada nación, pero humana y religiosamente se trata de un desprecio total por el ser humano, que es el que más necesita ser socorrido espiritual, material y afectivamente, porque en la mayoría de los casos se trata de personas que se tienen que ir solas de su patria a un lugar donde se las margina y donde no hay ningún plan del Estado para ellas.

Estos casos de exclusión humana que hoy sabiamente aborda la Iglesia nos obligan a tener en cuenta a la Humanidad antes que al patrimonio.

La reflexión cristiana puede llevar a la conclusión de que las políticas han sido egoístamente trazadas y estudiadas, porque Dios puso en el mundo comida y agua para todos los habitantes del planeta.

Si las políticas mundiales se trazaran desde un mínimo precepto humanitario la tendencia nos conduciría a un acercamiento paulatino, a que cada ser humano tenga lo justo y necesario, ni más ni menos, que necesita para vivir.

Y si de políticas se trata, también es oportuno detenerse a reflexionar en qué condición nos encuentra esta Pascua cristiana a los argentinos.

Es cada vez más fuerte el mensaje de Francisco, basado en sus ya naturales gestos austeros surgidos de su inconmovible convicción. El mensaje papal de Pascua, basado en la preocupación por los hechos terrenales que marginan y degradan a la gente, nos debe unir a los argentinos en la búsqueda del bien común, en el combate contra la corrupción en todos los ámbitos y por una vida institucional que nos lleve a una transición política que garantice el diálogo, la búsqueda de consensos y de políticas de Estado que nos ayuden en el tiempo a superar las divisiones, odios y rencores que se fomentaron durante muchos años desde el poder con el argumento de una recomposición de la autoridad posiblemente muy mal entendida.

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