La Iglesia Católica, de 1.200 millones de fieles, inició anoche una nueva era de reformas y aperturas sociales con la elección en la quinta votación del Cónclave de 115 cardenales, del argentino Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, que eligió llamarse Francisco I, lo que es todo un programa.
Bergoglio, de 76 años, se presentó con sencillez y una cierta timidez ante una extraordinaria multitud emocionada en el balcón principal de la basílica de San Pedro, e hizo una leve inclinación cuando las bandas de música del Estado pontificio y de los carabineros italianos, ejecutaron brevemente en su homenaje el himno nacional argentino.
“Pero ¿qué pasó?”, se preguntaban y se preguntan todos, porque Bergoglio no estaba en ninguna lista de favoritos o de “tapados”. Una vez más, cuando la Iglesia enfrenta una crisis grave hace una fuga hacia adelante extraordinaria, que recuerda los tiempos de Juan XXIII, el “Papa bueno” elegido a los 77 años como un Pontífice de transición y que hizo, en cinco años de reinado, la revolución del Concilio Vaticano II.
Bergoglio es un reformador y de inmediato la multitud captó en sus modos y en sus dichos, que las cosas han cambiado. “Hermanos y hermanas, buenas noches”, comenzó. “Ustedes saben que el deber del Cónclave es dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales lo han ido a buscar casi al fin del mundo. Pero estamos aquí”.
“Les agradezco la acogida. A la comunidad diocesana de Roma, a su obispo, gracias. Antes que nada quisiera orar por nuestro obispo emérito Benedicto XVI. Oremos todos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo proteja”. Francisco I recitó, y la multitud lo siguió, el Padre nuestro, el Ave Maria y el Gloria.
“Espero que en este camino de Iglesia que hoy comenzamos me ayudará mi cardenal vicario, aquí presente, y que este camino sea fructuoso para la evangelización de esta siempre bella ciudad”, agregó. “Antes que el obispo bendiga al pueblo, les pido que recen al Señor para que me bendiga: la oración del pueblo pidiendo la bendición para su obispo. Hagamos en silencio esta oración de ustedes por mí”.
Bergoglio-Francisco I se hincó, mientras la multitud rezaba por el obispo de Roma: “Ahora daré yo la bendición a ustedes y a todo el mundo, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad”.
El flamante Papa impartió la bendición en latín y concedió la indulgencia plenaria. “Gracias por tanta acogida. Recen por mí y nos veremos pronto. Mañana quiero ir a rezar a la Virgen para que proteja a toda Roma. Buenas noches y buen reposo”.
Nunca se habían escuchado estas frases con referencias continuas a la fraternidad, a la confianza, y estos tonos despojados de lenguaje curial, del primer Papa latinoamericano, argentino, jesuita, que invoca poniéndose el nombre como un sayo de San Francisco, símbolo de la pobreza, del cristianismo puro, de un enfoque que mostró el camino de una Iglesia que pone a las necesidades en un plano elevado en un discurso en el que la teología fue desplazada.
Gestos asombrosos
El Papa argentino, cuando salió al balcón principal de la basílica de San Pedro, se puso solo la estola, se acomodó solo el micrófono. Pequeños gestos que no pasaron desapercibidos a los especialistas. “La Iglesia sabe renovarse y asombrar, hizo un gesto de gran unidad, de discontinuidad con la Curia Romana. Ésta es una jornada histórica que recordaremos toda la vida”, dijo el director del Corriere della Sera, Ferruccio De Bortoli.
Todavía no se sabe nada, pero se sabrá pronto, lo que ocurrió en el Cónclave que causó el “Tsunami Bergoglio”, llenando de desconcierto a todos los especialistas que barajaban nombres y fuerzas de los cardenales más poderosos, de las iglesias protagonistas, como la italiana o la norteamericana.
Apenas el cardenal Giovan Battista Ré, decano del sacro colegio en remplazo del cardenal Sodano que no pudo entrar al Cónclave porque pasó los 80 años de edad, le preguntó si aceptaba el cargo y cómo quería llamarse. Jorge Mario Bergoglio, de 76 años, terminó de abandonar su condición de cardenal y en la Sala de las lágrimas, como llaman a la sacristía de la Capilla Sixtina, eligió las vestimentas blancas de Papa de tamaño mediano (había tres) y antes de emprender la procesión hacia el balcón, la multitud y la gloria, sorprendió a los que lo rodeaban.
Pidió hablar por teléfono con Joseph Ratzinger, su predecesor, del que fue único rival en el Cónclave de abril de 2005. La conversación fue, según una versión, más que cordial, muy cálida. Benedicto XVI está en Castelgandolfo y reiteró al nuevo Papa su devoción y obediencia. Francisco I le dijo que pronto irá a visitarlo. El cardenal Timothy Dolan indicó en el Colegio de América del Norte, el seminario estadounidense en Roma, que Francisco I dijo a los cardenales tras el cónclave que lo eligió Papa que “mañana por la mañana (por hoy) visitaré a Benedicto”.
El Papa argentino cenó anoche con los otros cardenales en el Pensionado de Santa Marta, donde los purpurados pernoctaron durante el Cónclave. Bergoglio cambió de habitación porque al Sumo Pontífice le reservaron la suite 201, la más grande. Allí se quedará unos días hasta que terminen de arreglar los aposentos pontificios.
La decisión se tomó prácticamente en 24 horas. En una primera votación en la tarde del martes, ninguno de los 115 purpurados consiguió la mayoría necesaria de dos tercios. En el cónclave de 2005 se cree que entró en las últimas votaciones en las que finalmente se impuso Benedicto XVI, quien renunció el 28 de febrero, a los 86 años, alegando razones de salud y falta de fuerzas.