Estados Unidos solía ser un país que construía para el futuro. A veces, el gobierno construía directamente: proyectos públicos, desde el canal Erie hasta el sistema carretero interestatal, con lo que proveía la columna vertebral del crecimiento económico.
Algunas veces proporcionaba incentivos al sector privado, como subvenciones para terrenos a fin de estimular la construcción de ferrocarriles. De cualquier forma, había un amplio apoyo al gasto que nos haría más ricos.
Sin embargo, hoy en día simplemente no invertimos, aun cuando la necesidad es evidente y la oportunidad no podría ser mejor. Y no se me diga que el problema es “la disfuncionalidad política” o alguna otra frase engañosa que difumina la culpa.
Nuestra incapacidad para invertir no refleja que algo ande mal con “Washington”, refleja la ideología destructiva que se ha apoderado del Partido Republicano.
Algunos antecedentes: han pasado más de siete años desde que reventó la burbuja inmobiliaria y desde entonces, Estados Unidos ha estado atiborrado de ahorros -o, más precisamente, de ahorros deseados-, sin ninguna parte a donde ir.
Los créditos para comprar casas se han recuperado, pero siguen siendo pocos. Las corporaciones están obteniendo grandes ganancias, pero son renuentes a invertir de cara a una débil demanda de los consumidores, así es que acumulan dinero o vuelven a adquirir sus propias acciones.
Los bancos retienen un excedente de casi 2,7 billones en reservas, fondos que podrían prestar, pero que en cambio deciden dejar ociosos.
La discordancia entre el ahorro deseado y la voluntad para invertir ha mantenido deprimida a la economía. Hay que recordar que su gasto es mi ingreso y mi gasto es su ingreso, así es que si todos tratan de gastar menos al mismo tiempo, se cae el ingreso de todos.
Hay una respuesta política obvia a esta situación: la inversión pública. Tenemos enormes necesidades de infraestructura, en especial de agua y transporte, y el gobierno federal puede conseguir préstamos increíblemente baratos; de hecho, las tasas de interés de los bonos protegidos de la inflación han sido negativas gran parte del tiempo (actualmente son de solo 0,4 por ciento).
Así es que pedir prestado para construir caminos, reparar alcantarillas y más parece pan comido. Sin embargo, lo que ha sucedido, de hecho, es lo contrario. Después de aumentar brevemente tras la entrada en vigor del estímulo de Obama, se ha caído el gasto en construcción pública. ¿Por qué?
En un sentido directo, gran parte de la caída en la inversión pública refleja los problemas fiscales de los gobiernos estatales y locales, lo cual representa la mayor parte de la inversión pública.
Estos gobiernos, en general, deben, por ley, balancear sus presupuestos, pero vieron cómo se caían sus ingresos y aumentaban algunos gastos en una economía deprimida. Así es que retrasaron o cancelaron muchas construcciones para ahorrar dinero.
No obstante, eso no debía pasar. Fácilmente, el gobierno federal podría haber dado ayuda a los Estados para ayudarlos a gastar; de hecho, la ley del estímulo incluía dicha ayuda, que fue una de las razones principales por las que aumentó brevemente la inversión pública.
Sin embargo, una vez que el Partido Republicano tomó el control de la Cámara de Representantes, se evaporó cualquier posibilidad de destinar más dinero para infraestructura.
De cuando en cuando, los republicanos hablaban sobre querer gastar más, pero bloqueaban cada iniciativa del gobierno de Obama. Y todo se debe a la ideología, una abrumadora hostilidad hacia el gasto gubernamental de cualquier tipo.
Esta hostilidad comenzó como un ataque contra los programas sociales, en especial los que ayudan a los pobres, pero con el tiempo se ha extendido a ser una oposición a cualquier tipo de gasto, sin importar cuán necesario sea y sin importar cuál sea el estado de la economía.
Es posible captar el sentido de esta ideología en acción en algunos de los documentos que han producido los republicanos en la Cámara de Representantes bajo la dirigencia de Paul Ryan, el presidente del Comité del Presupuesto.
Por ejemplo, en un manifiesto de 2011, titulado “Gastar menos, deber menos, hacer crecer a la economía”, se llama a reducciones drásticas al gasto, aun de cara a un elevado desempleo, y se desestima la noción de que “disminuir los desembolsos gubernamentales para infraestructura reduce la inversión del gobierno”, por considerarla “keynesiana”.
(Yo creí que eso solo era aritmética, pero, ¿qué sé yo?) O se puede tomar un editorial del Wall Street Journal de ese mismo año, titulado “Los grandes mal adjudicadores”, en el que se asevera que cualquier dinero que gaste el gobierno, le quita recursos al sector privado, el cual siempre haría mejor uso de ellos.
No importa que los modelos económicos subyacentes a semejantes aseveraciones hayan fracasado dramáticamente en la práctica, que las personas que dicen tales cosas han estado pronosticando una inflación descontrolada y un incremento excesivo en las tasas de interés año tras año, y siguen estando equivocadas; no se trata del tipo de personas que reconsideren sus puntos de vista a la luz de la evidencia, no importa el punto obvio de que el sector privado no proporciona, ni lo hará, la mayoría de los tipos de infraestructura, desde caminos locales hasta sistemas de alcantarillado; tales distinciones se han perdido en medio de gritos de que el sector privado es bueno y el gobierno malo.
Y el resultado, como dije, es que Estados Unidos le ha dado la espalda a su propia historia. Necesitamos inversión pública; en un momento de tasas de interés muy bajas, podríamos pagarla fácilmente. Sin embargo, no construimos.