San Martín no quiso mezclarse en las disputas por el poder ni ser jefe de facciones. Se negó a dar su concurso a los partidos de los primeros tiempos de la revolución pero tenía convicciones, ideas, programas y era capaz de adaptarlas a la realidad y los tiempos.
Era un liberal y se definió como un republicano por principios y convicción pero, a diferencia de otros personajes de la revolución, tuvo en claro la realidad de estos países. Hay mucho del pensamiento de Edmund Burke en el general San Martín, al sostener que las reformas deben hacerse con prudencia, buscando la evolución y evitando la demagogia y las convulsiones.
Seguramente influyó en su manera de pensar el asesinato, por una turba andaluza, de su jefe el Marqués de Solano, incidente en que el Libertador, estuvo a punto de perder su vida.
Tenía claro que el orden es indispensable para que los pueblos prosperen, pero basado en el respeto a la ley y no en el despotismo.
Precisamente el desorden imperante en casi todos los países independizados de España, el desmembramiento de Gran Colombia, la segregación de América Central de México y los intentos de secesión en varios Estados de ese país. La guerra civil en nuestras provincias, los problemas en Perú y Bolivia, le hacen advertir que, al profundizarse la anarquía, vendrá un tiempo de dictaduras y de déspotas, que por lo menos afectará a una generación.
San Martín tuvo ofrecimientos de todos los bandos en pugna en las provincias argentinas para hacerse cargo del poder, y su negativa le significó antipatías, rencores y calumnias. Por eso la decisión de no regresar a Mendoza, como era su plan de vida, una vez concluida la educación de Merceditas, la infanta mendocina, como su padre la llamaba.
En una carta al general Guido le dice, ante la sugerencia que muchos reclaman su presencia para hacerse cargo del poder. “No faltará algún Catón que afirme tener la Patria un derecho a exigir de sus hijos todo género de sacrificios. Yo responderé que esto, como todo, tiene sus límites. Que a ella se deben sacrificar sus intereses y vida, pero no su honor y principios”.
Siempre tuvo recuerdos para Mendoza y no fue ajeno a sus tribulaciones como lo muestra esta carta: “He recibido carta de Goyo Gómez, en que me dice los horrores acaecidos en Mendoza, por la reacción del partido de los Aldao, prescindiendo de lo que habrán sufrido mis intereses. Yo no puedo menos que lamentar los males que experimenta un país a cuyos habitantes le he profesado un buen afecto y que por su localidad y por la independencia de la fortuna de sus moradores parecía ponerlo a cubierto de los males que experimenta”.
San Martín entendió que estos países, para preservarse de la anarquía, debían adoptar la monarquía constitucional; ésa fue una de las discrepancias con Bolívar, que pretendía la presidencia vitalicia para él, con su argumento de “necesitamos reyes con título de presidentes” y también con Rivadavia, que viajó a Europa como monárquico y regresó como republicano e impuso el sufragio universal como ministro de Martín Rodríguez en Buenos Aires.
El proyecto de San Martín era una federación de las Provincias del Río de la Plata, Chile y Perú a cuyo frente estaría un monarca europeo.
Nunca pensó en coronarse como Napoleón, algo que no descartó Bolívar. La declaración de la independencia refleja ese pensamiento, pues no proclama la independencia de las provincias del Río de la Plata sino de las “Provincias Unidas en Sudamérica” y la Constitución de 1819 que San Martín, como Belgrano, hacen jurar por sus ejércitos en Mendoza y en Tucumán, adopta la denominación de “Provincias Unidas de Sudamérica”.
Su pensamiento liberal se refleja también en su preocupación sobre la “tolerancia religiosa”. Le han llegado noticias en 1829 que hay una reacción contra los que no profesan el catolicismo por parte de los gobiernos de las provincias argentinas y no oculta su discrepancia con esas tendencias y también con las gestiones para reanudar relaciones con la Santa Sede a la que denomina “La Corte de Roma”, por las concesiones que se ofrecen.
No priva a sus amigos en el país de su visión sobre la Europa, que está sacudida por las rebeliones de 1830, que terminarán con los borbones en Francia, provocarán la independencia de Bélgica e iniciarán procesos como el de la unidad italiana, concretada décadas después: “… , ella está sobre un volcán…la guerra es inevitable. Ella será de gigantes, pues se trata de nada menos que la esclavitud o la libertad del género humano. Los gobiernos serán arrastrados a pesar suyo a decidir esta gran cuestión. El torrente no puede contenerse, los pueblos claman por garantías y estos clamores son sostenidos por un exceso de población sumergida en la más espantosa indigencia; por otra parte los gobiernos absolutos no parecen dispuestos a hacer concesiones y en este caso la lucha no debe ser dudosa a favor de los primeros.. ¿qué ventaja no reportaría nuestra patria en estas circunstancias si tuviéramos un gobierno establecido y sobre todo estable?”.
Esta referencia a las posibilidades de nuestra patria, ante la crisis europea, nos muestra al estadista que en verdad era, como lo expresa por su preocupación en promover la educación, la fundación de bibliotecas públicas, la extensión del riego y de las alamedas cuando gobernó esta provincia.
En su copiosa correspondencia, que sostenía también con la dirigencia peruana y chilena, ya que todos los protagonistas de los primeros gobiernos de esos países lo habían conocido, o prestado servicios en los ejércitos a sus órdenes, destacamos una de 1847 al ex presidente de Chile el general Pinto. En la misma, anoticiado por el chileno, de la estabilidad y progreso que disfruta el Chile de la república, fruto de las reformas de Don Diego Portales, San Martín reconoce que es posible el régimen republicano en nuestra región. Es que Chile adoptó lo que Natalio Botana ha llamado para describir nuestros gobiernos de la generación del ochenta como “la república posible”.
Aquí llega por la influencia de dos célebres emigrados, que vivieron largo tiempo del otro lado de la cordillera: Alberdi y Sarmiento.