Joya de Pascua
En el marco litúrgico del calendario de la iglesia ortodoxa rusa, como en todo el cristianismo, la Pascua de Resurrección es la celebración más importante. También por aquellos lares el intercambio de huevos era una costumbre en tiempos del zarismo.
La tradición de los huevos joya o los huevos imperiales de Fabergé nació hacia 1885 cuando el zar Alejandro III encargó uno para su esposa, María Fyodorevna. Ese primer “ejemplar” de los más de 60 que haría con posterioridad, aludía a Dinamarca, la tierra de la emperatriz. De ahí en más, Peter Carl Gustavovich Fabergé se transformaría en el joyero que cada Pascua sorprendería a la zarina, pues siempre contaba con algo inesperado en su interior.
Así el joyero y su equipo de notables orfebres y artesanos, se esmeraron en sus obras maestras durante 11 años para el zar Alejandro III hasta su muerte. Pero la tradición continuó hasta la Revolución Rusa, con el sucesor Nicolás II.
Tal fue el interés que despertaron los afamados huevos, que eran prioridad de la joyería y sus mejores maestros. Los materiales, el diseño y la sorpresa del interior llegaron a tramarse con más de un año de antelación.
El Barroco, el Rococó, el Neoclásico o el Modernista, están presentes en los objetos; también obras de arte europeas y representaciones de momentos cúlmines del imperio como la coronación del zar Nicolás II, la terminación del ferrocarril Transiberiano. También en uno se ve el yate imperial Standard, la catedral de Uspensky, el palacio de Gátchina o el palacio Alejandro.
De los 69 huevos confeccionados por la Casa Fabergé se conservan 62. Los "perdidos", algunos están en manos de millonarios y fueron parte (se dice) del mercado negro de arte, y el dato más curioso es que el año pasado un suertudo compró uno en un mercado de pulgas, valuado en 30 millones de dólares.
Para admirarlos
En la actualidad es posible ver algunas de estas joyas en el complejo del Kremlin junto a la famosa Plaza Roja en Moscú. Allí, entre edificios de gobierno, museos, espléndidos jardines, magníficas iglesias ortodoxas, el Museo de la Armería Real conserva huevos de Fabergé. Además, otras obras preciosas como tronos, carruajes, vajillas de oro y piedras, coronas y diademas de diamantes, incluso una que era para el caballo imperial. El conjunto de piezas es apabullante y merece ser visitado. Además, aprovechando la estadía en el Kremlin, es preciso ingresar a la catedral de la Anunciación, la única diseñada y decorada por maestros rusos: de frescos de pies a cabeza y un iconostacio deslumbrante.
Los materiales
Oro, platino, plata, níquel, cobre, entre otros minerales puestos en las manos de los alquimistas, lograron efectos fascinantes para confeccionar las piezas. El esmalte translúcido era una de las técnicas más llamativas con varias capas de pintura que debían ser secadas antes de colocar la siguiente en un poderoso horno. También la técnica de guilloché, se trata de una especie de grabado geométrico repetido. Entre las particularidades de la realización de cada obra se encuentra que todos los materiales provenían de algún lugar del extenso territorio imperial, incluyendo los zafiros, los rubíes y las esmeraldas.