Los últimos huracanes del Atlántico Norte reviven el debate sobre si la mayor frecuencia y violencia destructiva de estos se produce por causa del cambio climático o no.
Los científicos ortodoxos sostienen afirmativamente esa línea de pensamiento, apoyados en la experiencia de Mathew, Katrina, Wilma y en estos días pasados Irma y luego María.
Esto parecería ser una constatación irrefutable. Sin embargo, los escépticos dicen que huracanes hubo siempre y también violentos y que agosto y setiembre son temporada de estos fenómenos en esta región.
Las posturas científicas en general se inclinan por pensar que efectivamente el calentamiento global es un factor que ayuda a incrementar la actividad ciclónica, especialmente en el atlántico norte, proceso que consideran comenzado a partir de la década de los noventa.
Las aguas calientes producen más calor y esto, según los científicos, alimenta el desarrollo de huracanes o tormentas tropicales según sea su potencia. Debido a eso el golfo de México es también llamado “piscina climatizada”.
Desde 1980 no se sabía de huracanes con vientos de 300 km por hora como ocurrió recientemente en varias islas que resultaron devastadas como fueron, por tomar ejemplos, Barbuda o Saint Martin.
La región es propicia para la formación de estos fenómenos porque, al ser tropical, los rayos del sol llegan perpendicularmente a la tierra, aumentando las temperaturas que llegan a rondar los 30 grados para el verano boreal.
Además, porque en los trópicos se genera el 80 % de la nubosidad del planeta según afirmación del climatólogo Rafael Méndez Tejeda, de la Universidad de Puerto Rico.
Estos eventos climáticos (y en especial los de mayor agresividad) frecuentemente generan consecuencias primarias irreparables como la pérdida de vidas y ecosistemas pero, también, bienes e infraestructura que llevan mucho tiempo en recomponerse, la mayoría de las veces a altísimos costos, no sólo económicos sino también ambientales.
De manera secundaria veremos aquí algunas consecuencias de estos fenómenos y del calentamiento global en general, como por ejemplo la erosión de las regiones costeras y la degradación de sus ecosistemas debido a que las áreas de playas y dunas representan la primera línea de defensa contra las tormentas actuando como amortiguadores entre la tierra y las agigantadas olas por efecto de los vientos violentos.
La península de Florida en Estados Unidos fue muy afectada por el huracán Irma que, con sus vientos de más de 250 km por hora, terminó barriendo gran parte de sus 1.300 kms. de playas, tanto atlánticas como las más calmas del Golfo de México degradando las líneas costeras y, como dijimos, los ecosistemas de cada lugar, poblado principalmente de aves locales y migratorias y tortugas marinas que desovan en las dunas, además de afectar cerca de 14 millones de personas que viven en su mayoría no más allá de 16 kms de dichas costas.
El Estado invierte mucho dinero en preservación y reparación de todos los eventos previsibles y ocurridos a través del Departamento de Protección Ambiental que abarca toda el área costera incluyendo playas, ensenadas y puertos.
Aun así, La Florida pierde seis metros de costa por año a través de toda su superficie. La mayor parte de esto se debe a las tormentas tropicales y huracanes que pasan por allí al final de cada verano y también por el crecimiento del nivel del océano atlántico producto del deshielo del ártico y de Groenlandia, fenómeno este último que viene intensificándose en los últimos 50 años y ya ha producido una pérdida de hasta un tercio de tierras costeras en algunos lugares a lo largo de la costa Este de Estados Unidos.
Un poco más abajo, en el Caribe hondureño, las comunidades Garífunas están siendo corridas del litoral por la invasión marina, ante a la falta de protecciones costeras naturales y mucho menos planificadas que podrían protegerlos.
Este proceso se repite en muchos lugares de la región como por ejemplo los municipios de Magdalena y Ciénaga en Colombia que sufren la caída de la producción agro-frutícola por pérdida de costas fértiles a causa de la salinización.
Todos los países costeros de Europa están siendo afectados por el aumento de nivel de los mares y los vientos, pero también por factores humanos vinculados con la falta de cuidados como obras costeras inadecuadas, dragados, talado de vegetación o eliminación de dunas que son acciones que facilitan la degradación.
Se estima que en esta región se pierden anualmente 15 kms² de costas, básicamente playas mientras que muchas viviendas deben ser abandonadas por estas causas mientras que vastas regiones de Asia y África sufren los mismos problemas, no obstante que con preocupaciones y soluciones diferentes.
Nuestro país no es la excepción. Muchos puntos costeros han sido analizados por investigadores locales con resultados que forman parte de la media mundial sobre pérdida de costas terrestres. Punta Piedras sobre el Río de la Plata, así como Comodoro Rivadavia y costas atlánticas más al sur, pierden entre 60 y 70 centímetros por año ayudados por un incorrecto manejo territorial y también la falta de protecciones.
Por las razones explicadas y porque el 50% de la población mundial vive en litorales, podríamos concluir que la erosión costera genera riesgos graves que debemos conocer y asumir:
a) La pérdida de superficie terrestre.
b) La destrucción total o parcial de las defensas naturales de muchas costas, tales como barrancas, playas o dunas.
c) El deterioro de las obras de protección que muchos Estados se preocupan en construir, pero pocos en mantener para detener los embates de la naturaleza.