Huellas de un debate político a principios del siglo XX - Por Santiago Kalinowski

Huellas de un debate político a principios del siglo XX - Por Santiago Kalinowski
Huellas de un debate político a principios del siglo XX - Por Santiago Kalinowski

Hay ocasiones en que una palabra expresa a tal punto las tensiones políticas de un momento de la historia que los diccionarios terminan reflejándolas de alguna manera. Es el caso del verbo independizar, que aparece registrado por primera vez en el Diccionario de la Lengua Española (DLE), en la edición de 1927: “*Independizar. tr. y r. Neologismo inútil por emancipar o emanciparse.” (RAE M 1927, p. 1098)

Se trata de una inclusión a medias. Registra la palabra, pero la condena de dos maneras diferentes al marcarla como incorrecta con el asterisco y al usar el adjetivo “inútil” en la definición. Una posición que se mantuvo en la siguiente edición, de 1950. Lo más llamativo de esta posición que defendía el DLE es su carácter tardío. En el Corpus Diacrónico del Español (Corde), el verbo ya aparece registrado, dos veces, en la Historia de las Indias de Fray Bartolomé de las Casas, en el siglo XVI. [1]

Entre el año de su primer registro, 1853, y 1928, todos los ejemplos de Corde son, como es de esperar, americanos. La fecha de mediados del siglo XIX parece, sin embargo, algo tardía, dado que las independencias americanas se ubican entre la ocupación francesa de España, en 1808, y la muerte de Simón Bolívar, en 1830. Estos datos permiten establecer una serie que empieza en el siglo XVI, con Bartolomé de las Casas, continúa al calor de la gestación de las independencias americanas hasta su consolidación en el siglo XIX y culmina con el verbo generosamente documentado a partir de entonces hasta el presente. A pesar de que hay saltos temporales considerables en esta sucesión, muestra que era un uso plenamente asentado entre los hablantes de América.

Todos estos indicios claros vuelven más llamativa la resistencia que opuso la Real Academia Española, tanto en el diccionario como en declaraciones de algunos de sus miembros destacados.

A principios del siglo XX, el académico correspondiente de la RAE en Perú, Ricardo Palma, y el académico español Manuel de Saralegui, debatieron férreamente sobre este verbo, ambos muy conscientes de su peso simbólico, entre la pretensión española de salvaguardar el legado de su imperio colonial y el ímpetu de profundización independentista de las todavía jóvenes repúblicas americanas.

Ricardo Palma eleva una protesta en términos para nada ambiguos, argumentando en contra de que el verbo emanciparse fuera adecuado para el proceso por medio del cual un pueblo se libera del yugo colonial:

Independizar.  Desde que nos independizamos de España tiene vida este verbo “insurgente” sin que americano alguno, docto o indocto, se cuide de buscarlo en el Diccionario. La Academia, que le tiene tirria, inquina y mala voluntad al tal verbo, sostiene que basta y sobra con emancipar, y los americanos decimos que se emancipa el esclavo y se emancipa el hijo de familia, amparados por la ley y por el Código Civil; pero que los pueblos se independizan. [...] Los españoles mismos no se emanciparon de los árabes, que no eran sus padres, ni sus tutores, ni sus amos, sino que se independizaron de quienes por la fuerza de las armas les habían arrebatado su independencia. (Palma, p. 150). [2]

La respuesta de Saralegui, más lacónica, condensa, sin embargo, una posición irreductiblemente favorable a España sobre su rol en el proceso de la llamada conquista, por medio de una asimilación metafórica a partir de la noción de “madre patria”:

Y si en todos esos casos pudo decirse y se dice aún con sobrada propiedad, que se emancipa el pueblo que de subyugado se hace libre, no parece que dé motivo para hacer hincapié con gran coraje el hecho de decir que se emanciparon los pueblos hijos, del nuevo Continente, que quisieron y lograron renunciar el dominio de su madre, de una madre que en su obsequio y en aras de un amor firme y sin tasa, se sacrificó, se desangró y se despobló, sin pensar jamás en si era o no correspondida (Saralegui, p. 557) (3).

El contraste no puede ser más abrupto. Para uno, la colonización es una imposición sangrienta cuyo fin exige un nuevo sacrificio de sangre. Para otro, equivale al amor abnegado de una madre y las independencias vendrían a ser expresión de la ingratitud de los hijos que olvidan su deuda de crianza.

Se ve así el trasfondo de una condena a una palabra en el DLE que, sin estar convalidada de ninguna manera por la realidad lingüística de aquel momento, respondía mucho más a una motivación política e ideológica que al interés sincero de dar cuenta del repertorio léxico de una comunidad. Fue esa realidad lingüística la que terminó imponiéndose en 1956, cuando finalmente se corrige la definición.

La conclusión que suscita este debate es, como en tantos otros similares, que el triunfo es siempre de los hablantes y que el diccionario que pretende torcer el rumbo de la evolución lingüística de una comunidad, en lugar de registrarla y describirla, está condenado al más rotundo fracaso. En 1956 el DLE ya no pudo ignorar lo que el uso había consagrado, primero en América como era previsible, más de un siglo y medio antes.

[1] Fray Bartolomé de las Casas. Historia de las Indias. Paulino Castañeda Delgado, Alianza Editorial (Madrid), 1994 [c. 1527 - 1561].

[2] Palma, Ricardo. Papeletas lexicográficas. Lima: Imprenta La Industria, 1903.

[3] Saralegui, Manuel de. «Escarceos filológicos: aterrizar, amerrizar; independizar; alminar, minarete», Boletín de la Real Academia Española, ix, 1922, pp. 549-570.

(Nota de la Redacción: La primera versión de este artículo se publicó en el Boletín Digital de la Academia Argentina de Letras.)

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