Según los estudios realizados, un 2 de setiembre de 1587 zarpó desde el puerto de Buenos Aires la carabela San Antonio, rumbo al Brasil, llevando en sus bodegas un cargamento fletado por el obispo del Tucumán, Fray Francisco de Vitoria. Aquella mercancía contenía tejidos y bolsas de harina producidos en Santiago del Estero.
El historiador y periodista santiagueño Luis Alén Lascano, miembro de la Academia Nacional de la Historia, traza en la nota que sigue una ajustada semblanza de por qué se eligió el 2 setiembre como Día de la Industria Nacional. “En la historia del despojo argentino, iniciada con la voracidad de las tanineras inglesas y abrochada por la gestión demoledora de Ignacio De Mendiguren, Santiago del Estero, matriz fundadora de la Patria, ostenta el ignominioso privilegio de haber sido la más perjudicada: fue la primera en producir carretas, en sus innumerables talleres de Loreto, aunque la industria automotriz capitalista se asentaría luego en Córdoba.
Tuvo el primer ingenio azucarero, pero la industria de los ingenios recalaría el siglo pasado en Tucumán. Fue la primera en industrializar la fibra del algodón, allá por 1556, y llegó hasta su Potosí con sus productos de lienzo. Hoy sólo sobreviven las teleras de Atamisqui, que han retrogradado a la producción artesanal” (....) Y luego agrega: “Introducido el algodón en Santiago del Estero en 1556, constituyó desde ese momento la base del comercio y la economía regional en el Tucumán.
Una paradoja muchas veces reiterada en nuestra historia ha hecho que el territorio donde tuvo origen y nacimiento la industria nacional esté hoy sumido en los índices más atrasados de inversión y desarrollo industrial del país. Un siglo destructivo de nuestra gran riqueza natural, bajo la eufemística denominación de “industria forestal”, ha dejado el desierto botánico, el arrasamiento de su gran superficie boscosa y la consiguiente marginación socioeconómica. Sin embargo, no fue por azar que en Santiago del Estero se inició una actividad económica diferenciada del primitivismo indígena, a poco de su poblamiento definitivo. Gracias a ello se llegó a una economía autosuficiente, a promover el intercambio monetario y la manufactura de los excedentes familiares para superar la inicial etapa de subsistencia.
Ello daría como resultante una economía monetaria, una producción capaz de rebasar su propio mercado interno y su empinamiento hacia la exportación, gracias al valor artesanal que habría de dar nacimiento, en esos momentos, a la industria argentina”. Entonces, sostuvo Eduardo Astessano “Vino también el concepto de cambio, expresado en la utilización de la moneda como medida de valor... En cuanto entraban en su esfera de acción los productos manufacturados, se inicia una etapa más evolucionada en el desarrollo de la sociedad, basada en el cambio”.
Introducido el algodón en Santiago del Estero en 1556, constituyó desde ese momento la base del comercio y la economía regional en el Tucumán. A fines del siglo XVI ya se vendía a Potosí por valor de cien mil pesos plata anualmente, y de ahí la instalación de múltiples obrajes como una variante del régimen de las encomiendas, dotada de una configuración fabril, dentro de la economía artesanal de la época. Las rústicas fibras de chaguar, cuyo tejido más parecía cilicio, según el Cabildo, fueron reemplazadas por blancas telas de algodón y una prosperidad impensada vino a convertirlo en “la plata destatierra”, como decía gráficamente el gobernador Ramírez de Velazco.
Y en su Relación dirigida al presidente de la Audiencia de La Plata, escribía en 1582 don Pedro Botelo Narváez: “Hay obrajes donde se hacen paños, frazadas, sayales y bayetas, sombreros y cordobanes y suelas; hay curtido para ello en abundancia; hácense paños de corte, reposteros y alfombras”. A ello se oponían las normas restrictivas del comercio hispano, las dificultades de transporte y distancias, que impulsaron una necesaria política de autarquía y autosuficiencia para la región, después de lo cual, “la vecindad de una provincia poblada, consumidora, productora y defensiva como el Tucumán, dio existencia al sur”, manifestaba Roberto Levillier. “Así pudo sobrevivir Buenos Aires con su puerto, concebido entonces como un mirador del Tucumán sobre el Atlántico”.
1587: La primera exportación
Contemporáneamente ejercía la autoridad episcopal el obispo Francisco de Victoria, quien se ocupaba de hacer trabajar indios, además de su misión sacerdotal, quizás urgido por necesidades propias de su culto y al margen de valorar hoy su intencionalidad material. Él pensó en ubicar a Santiago del Estero en el trípode del intercambio interregional: con Potosí, para aprovechar la producción y el mercado minero altoperuano; con el Tucumán, por su diversificación agrícola-ganadera-textil, y con Buenos Aires, para abrir el puerto al comercio internacional. No lo arredró el fracaso de una expedición primeriza fletada a su costa al Brasil, y en un segundo intento salieron pesados carretones con fardos y enseres hasta Buenos Aires. Allí cargaron en la nave San Antonio, cuyo embarque para la exportación inició las páginas del Libro de Tesorería de Buenos Aires, convertido después en la Aduana porteña, que partió el 2 de setiembre de 1587 rumbo al Brasil.
La exportación registraba manufacturas artesanales producidas al ritmo de la economía precapitalista vigente, que se valorizaban en 77.368 reales con los siguientes artículos textiles: 650 varas de sayal a $1 la vara; 680 varas de lienzo a $1 la vara; 692 varas de telilla a $1 la vara; 526 cordobanes a $1 cada uno; 38 frazadas a $16 cada una; 212 sombreros a $3 cada uno; 160 arrobas de lana a $3 cada una; 25 pabellones a $25 cada uno; 180 costales a $3 cada uno; 51 sobrecamas a $18 cada uno, de acuerdo con el detalle elaborado por el Ing. Juan Nicolau. Esta primera expresión de una industria propia no sólo fue el jalón del comercio internacional, sino el signo demarcatorio de un instante decisivo para la economía rioplatense, como con poco entusiasmo se reconoció al denunciar el licenciado Cepeda al rey Felipe II en 1588: “El obispo del Tucumán representa por servicios haber sido el primero que ha abierto viaje y camino, mercancía de su obispado y Río de la Plata...”. A esto le agregaría don Pedro Zores de Ulloa que las naves del obispo habían puesto “alas en esta tierra a que muchas personas procuren licencia para el Brasil por negros y otras mercaderías”. Pero, al fin, había nacido en medio de estos avatares la industria nacional, con rumbo al mundo”.
Fuente: Luis Alén Lascano, de la Academia Nacional de la Historia.