Hoy puede ser un buen día

Hoy puede ser un buen día

Por Jorge Sosa - Especial para Los Andes

Hay frases graciosas para definir al amor:

“El secreto de un matrimonio feliz es perdonarse mutuamente el hecho  de haberse casado”.

“Si besarse es contagiarse gérmenes, ¡armemos una epidemia general!”

“Si después de hacer el amor uno da las gracias, eso es educación sexual.”

Pero también hay frases pletóricas de amor sobre el amor:

“Si me incluyes en el tuyo renuncio a todo mi futuro”.

“Mi enojo se encontró con tu ternura y se enojó conmigo”.

“Desnudáme y vestíme de vos”.

¿Se acuerda de lo que era el amor? Vamos, haga un poco de memoria. Ese asunto de estar encima del otro todo el tiempo, aún vestidos, y aún delante de los viejos. Podríamos, aplicando una generalización un tanto generosa, decir que todos hemos estado enamorados alguna vez. Es más, hay parejas que permanecen enamoradas toda la vida; yo conozco dos: la de Romeo y Julieta, con la salvedad de que vivieron muy poco y la de la película el Hijo de la Novia, a la que tal vez debieron darle el Oscar como mejor película de Ciencia Ficción.

Porque el enamoramiento en serio, el enamoramiento sanguíneo, epitelial, fogoso hasta las manos, se da en la primera etapa de la pareja, cuando Cupido decide gastar una flecha en dos tortolitos, y los vagos comienzan a leer  poesías de Bécquer con los ojitos más chiquitos que japonés pintando el techo. Nos referimos a la etapa verdulera, cuando la mina es una lechuguita y al tipo le parece la papa, pretende levantársela por chauchas y palitos y termina agarrándose un camote tan grande que lo transforma en perejil.

Entonces uno se enamora y habla cuatro horas por teléfono con la fulana , y escribe: “María te amo”, con letras tipo catástrofe en el tapial del frente de su casa; o le cuelga un pasacalle diciendo: “Te amo con locura, con lo militare, con lo civile con lo que sea, pero te amo”.

Después, ¡ay, con ese descuidado después!, después uno va sosegándose, como si descubriese que adentro de la persona amada hay también un ser humano y todos sabemos lo que le cuesta al ser humano comprender a otro ser humano. Pero bueno, como dice el refrán “Donde hubo fuego cenizas quedan”, así que se ruega no soplar, y de ser posible y de tener aliento, y de reconocer la bondad de la tibieza, avivar aquellas llamas iniciales.

Yo sé que los tiempos no están como para detenernos en estas superficialidades, porque la mina te puede decir: “Con la guita que tenemos o mejor que no tenemos, las cuotas que no puedo pagar, el sueldo que me dura hasta el diez, los impuestos que siguen llegando como si esto no fuera Argentina, mirá si voy a tener tiempo para el amor.  Y para colmo mi psicólogo no me atiende por la mutual”.

Tal vez sería bueno intentarlo, a lo mejor por hoy, por un día. Digo, recuperar el calor de entonces y decirle a quien comparte tallarines, colchón y champú: “Cada una de mis llamas es una victoria de tu fuego”. No estaría mal como comienzo. Porque así como las pesadumbres, los malestares, los gobiernos, los políticos, las mufas y la desesperanza son realidades, también son realidades la alegría, la esperanza y el amor. Y siguen ocurriendo.

Hoy mismo habrá un encuentro, un descubrimiento, una mirada al pasar que nos regala cariño, un silencio compartido, un gesto de bondad, un atardecer para darle valor a todo el día. Tal vez hoy mismo descubramos que ésa o ése que duerme junto a nosotros además de roncar también sueña, y, a veces, sueña con nosotros y sonríe. Y a uno le entran ganas de decir por lo bajito, para no despertarla: “Gracias Cupido, por la puntería”.

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